San Mateo es el único evangelista
que narra la llegada a Belén de los “magos venidos del Oriente”, dice. No dice
que fueran ni sabios ni reyes. Se supone por el contexto cultural del momento
que Mateo quiere decir que eran astrólogos o sacerdotes persas de la religión
de Zoroastro. Los teólogos tendrán prejuicios para referirse a los magos y en
cambio no les molestará (sino todo lo contrario) hablar de reyes.
Melchor, Gaspar y Baltasar son los nombres
atribuidos a los Magos llegados desde Oriente a Belén de Judá. Estos
nombres se remontan al historiador inglés y doctor de la Iglesia Beda el
Venerable (+735 con 62 años). Entonces se pensaba que tres razas cubrían toda
la humanidad; no se conocía América, ni la raza amarilla ni a los de Oceanía.
La tradición ortodoxa mantiene que eran no tres, sino doce (de ahí los doce días de Navidad). En algunas representaciones tempranas de los primeros siglos vemos dos y en otras cuatro reyes magos.
El
Delegado Fraterno de su Santidad Abuna Paulos, Patriarca de la Iglesia Ortodoxa
Etíope, en el 2º Sínodo de Obispos sobre África (oct 2009) dijo que a Belén fue
el rey de reyes etíope, el emperador Bazen.
El 17 de diciembre de 1603, Johannes Kepler (+1630 con 59 años), astrónomo y matemático de la corte del emperador Rodolfo II de Habsburgo, al observar con un modesto telescopio desde el castillo de Praga el acercamiento de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis, se preguntó por primera vez si el Evangelio no se refería precisamente a ese mismo fenómeno. Hizo concienzudos cálculos hasta descubrir que una conjunción de este tipo tuvo lugar en el año 7 a.C.
Recordó
también que el famoso rabino y escritor Isaac
Abravanel (+1508 con 71 años) había hablado de un influjo extraordinario atribuido
por los astrólogos hebreos a aquel fenómeno: el Mesías tenía que aparecer
durante una conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis.
Kepler habló en sus libros de su descubrimiento, pero la hipótesis cayó en el
olvido, perdida entre su inmenso legado astronómico.
En
1925, el erudito alemán P. Schnabel descifró anotaciones
neobabilonias de escritura cuneiforme acuñadas en una tabla de arcilla
encontrada entre las ruinas de un antiguo templo del sol, en la escuela de
astrología de Sippar, antigua ciudad que se encontraba en la confluencia del
Tigris y el Éufrates, a unos cien kilómetros al norte de Babilonia. La tablilla
revela la existencia de una
conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis. La tablilla
se encuentra ahora en el Museo estatal de Berlín.
Schnabel
encuentra en la tabla un dato sorprendente: la conjunción entre Júpiter y
Saturno en la constelación de Piscis tiene lugar en el año 7 a.C., en
tres ocasiones, durante pocos meses: del 29 de mayo al 8 de junio; del 26
de septiembre al 6 de octubre; del 5 al 15 de diciembre. Además, según los
cálculos matemáticos, esta triple conjunción se vio con gran claridad en la
región del Mediterráneo.
Según
explica el prestigioso catedrático de fenomenología de la religión de la
Pontificia Universidad Gregoriana, Giovanni Magnani, autor del libro «Jesús,
constructor y maestro» («Gesú costruttore e maestro, Cittadella, Asís, 1997),
«en la antigua astrología, Júpiter era considerado como la estrella del
Príncipe del mundo y la constelación de Piscis como el signo del final de los
tiempos. El planeta Saturno era considerado en Oriente como la estrella de
Palestina. Cuando Júpiter se encuentra con Saturno en la constelación de
Piscis, significa que el Señor del final de los tiempos se aparecerá este
año en Palestina. Con esta expectativa llegan los Magos a Jerusalén, según
el Evangelio de Mateo 2,2: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues
vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle» preguntan los magos
a los habitantes de Jerusalén y después a Herodes».
La triple conjunción de los dos planetas en la
constelación de Piscis –sigue diciendo Magnani- explica también la aparición y
la desaparición de la estrella, dato confirmado por el Evangelio. La tercera conjunción de Júpiter y
Saturno, unidos como si se tratara de un gran astro, tuvo lugar del 5 al 15 de diciembre.
En el crepúsculo, la intensa luz podía
verse al mirar hacia el Sur, de modo que los Magos de Oriente, al caminar de Jerusalén a Belén, la tenían en
frente. La estrella parecía moverse, como explica el Evangelio, «delante de
ellos» (Mt 2, 9).
"Cuando
un dedo señala una estrella, todos los tontos sólo miran al dedo". Quizá
la estrella fue visible en toda la región pero muchos no levantaron la visita y
no la vieron. Quizá muchos vieron la estrella, pero no la siguieron. Quizá
algunos la vieron y la siguieron, pero les faltó constancia y desistieron. Los Magos,
en cambio, vieron la estrella, se pusieron en marcha, se enfrentaron también al
simún del desierto, y llegaron hasta
el final.
"¿Por qué hay hombres, escribe
Karl Rhaner, parecidos a los escribas de Jerusalén que conociendo el camino (hacia Belén) no
lo emprenden? ¡Deja a todos esos calculadores y sigue la estrella que brilla en
tu corazón!"
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