Resumen literal de la catequesis de Benedicto XVI, miércoles 4-V-2011.

En las religiones de Mesopotamia dominaba un sentido de culpa arcano y paralizador, no falto de la esperanza de la redención y liberación por parte de Dios.
Podemos apreciar así, esta súplica de parte de un creyente de aquellos antiguos cultos: “Oh Dios que eres indulgente incluso con las culpas más graves, absuelve mi pecado... Mira Señor a tu siervo agotado, y sopla tu brisa sobre él: sin demora perdónale. Levanta tu severo castigo. Disueltos estos lazos, permite que yo vuelva a respirar; rompe mis cadenas, libérame de mis ataduras” (M.-J. Seux, Hymnes et prières aux Dieux de Babylone et d’Assyrie, Paris 1976, trad. it. in Preghiere dell’umanità, op. cit., p. 37).
Son expresiones que demuestran como el hombre, en su búsqueda de
Dios, ha intuido, aunque confusamente, su culpa por una parte y también
aspectos de misericordia y de bondad divinas.

En aquellas obras maestras de la literatura de todos los tiempos
que son las tragedias griegas, todavía hoy, después de veinticinco siglos,
leídas, meditadas y representadas, contiene oraciones que expresan el deseo de
conocer a Dios y de adorar su majestad. Una de estas recita así: “Sostén de la
tierra, que sobre la tierra tienes tu sede, seas quien seas, es difícil
saberlo, Zeus, sea tu ley por naturaleza o por pensamiento de los mortales, a
ti me dirijo: ya que tu, procediendo por caminos silenciosos, guías las
vicisitudes humanas según justicia" (Eurípides, Troiane, 884-886,
trad. it. G. Mancini, en Preghiere dell’umanità, op. Cit., p.
54). Dios siguen siendo un poco nebuloso y sin embargo el hombre conoce a este
Dios desconocido y reza a aquel que guía los caminos de la tierra.
También los romanos… la oración, aunque se asociaba a una
concepción utilitaria y fundamentalmente ligada a la petición de la protección
divina sobre la comunidad civil, se abre a veces, a invocaciones admirables por
el fervor de la piedad personal, que se transforma en alabanza y
agradecimiento. De esto es testigo un autor del África romana del siglo II
después de Cristo, Apuleyo. En sus escritos manifiesta la insatisfacción de sus
contemporáneos hacia la religión tradicional y el deseo de una relación más
auténtica con Dios. En su obra maestra, titulada Las metamorfosis, un
creyente se dirige a una divinidad femenina con estas palabras: "Tu sí que
eres santa, tu eres en todo tiempo salvadora de la especie humana, tu, en tu
generosidad, ofreces siempre auxilio a los mortales, tu ofreces a los
miserables en aprietos el dulce afecto que puede tener una madre. Ni día ni
noche ni momento alguno, por breve que sea, pasa sin que tú lo colmes de tus
beneficios" (Apuleyo de Madaura, Metamorfosis IX, 25, trad. it. C.
Annaratone, en Preghiere dell’umanità, op. cit., p. 79).

En toda oración, de hecho, se expresa siempre la verdad de la
criatura humana, que experimenta por una parte debilidad e indigencia, y por
esto, pide ayuda al Cielo, y por la otra está dotada de una dignidad
extraordinaria, porque se prepara a acoger la Revelación divina, se descubre
capaz de entrar en comunión con Dios.
Queridos
amigos, en estos ejemplos de oración de las distintas épocas y civilizaciones,
surge la conciencia del ser humano de su condición de criatura y de su
dependencia de Otro, que es superior a él y fuente de todo bien.
Las religiones paganas siguen siendo una invocación que desde la
tierra espera una palabra del Cielo. Uno de los últimos grandes filósofos
paganos, que vivió ya en plena época cristiana, Proclo de Constantinopla, da
voz a esta espera, diciendo: “Incognoscible, nadie te contiene. Todo lo que
pensamos te pertenece. Son tuyos nuestros males y nuestros bienes, de ti cada
hálito nuestro depende, oh Inefable, que nuestras almas sienten presente,
elevándote un himno de silencio" (Hymni, ed. E. Vogt, Wiesbaden
1957, en Preghiere dell’umanità, op. cit., p. 61).
En los ejemplos de oración de las distintas culturas, que hemos
considerado, podemos ver un testimonio de la dimensión religiosa y del deseo de
Dios inscrito en el corazón de todo hombre, que se realiza completamente y
llega a su plena expresión en el Antiguo y Nuevo Testamento. La Revelación, de
hecho, purifica y lleva a su plenitud el original anhelo del hombre de Dios,
ofreciéndole, en la oración, la posibilidad de una relación más profunda con el
Padre celeste.
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