viernes, 29 de julio de 2011

¿TOLERAR AL INTOLERANTE?

La tolerancia no es debilidad
La tolerancia es relativa
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El fanatismo ha cubierto y sigue cubriendo de sangre la tierra, causando víctimas allí donde el pensar de modo diverso también al oficial, hasta en las cuestiones más opinables, es considerado un delito, o donde un grupo aunque sea minoritario quiere imponer su criterio o ideología.


Estos días leemos perplejos en la prensa la masacre en las cercanías de Oslo (isla de Utoya) y el estropicio con coche bomba en el centro de esa ciudad, a cargo de Anders Breivik que se cobró 76 vidas el pasado viernes 22.

A la vez, la arenga del nuevo líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, y la noticia del asesinato de al menos 6 personas en Magadiscio, capital de Somalia, tras recrudecerse los combates entre las milicias islamistas de Al Shabab y las tropas de la Unión Africana por el control de la ayuda humanitaria que va llegando al “cuerno de África” que está padeciendo una hambruna monumental.

Nadie mejor que un@ cristian@ debe vivir la tolerancia porque se sabe hij@ de Dios, porque sabe que todos los hombres lo somos, tod@s somos herman@s, todos somos hij@s de un mismo Dios-Padre que está en el cielo.
El diálogo con los demás ciudadanos, con las grandes religiones, con todas las culturas o filosofías, con todos los hombres, aunque piensen distinto, es el talante propio del cristiano. El dialogar no es una artimaña para imponer las ideas propias ni tampoco persigue provocar peligrosos malentendidos pues conviene vigilar el riesgo del sincretismo y del falso irenismo que son evidentes en la falsa tolerancia o permisivismo.

La tolerancia no es debilidad

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la tolerancia como “el respeto y consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás aunque repugnen a las nuestras”. Dice que tolerar es “sufrir, llevar con paciencia. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente”. Transigir es ”consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de llegar a un ajuste o concordia, evitar algún mal o por mero espíritu de condescendencia”. La intolerancia es “falta de tolerancia. Se dice más comúnmente en materia religiosa”. La Intransigencia es la “condición del que no transige con lo que es contrario a sus gustos, hábitos, ideas, etc.”. Son definiciones del DRALE y no inventos de los curas.

Hay quienes identifican la tolerancia con la debilidad y la intolerancia con la fortaleza. Hay quienes confunden la tolerancia con el libertinaje y la intolerancia con el fanatismo. Hay quienes unen la tolerancia con la democracia y la intolerancia con el fascismo. Son puros reduccionismos que conviene desmantelar.

Cualquiera tiene en la parábola evangélica del trigo y la cizaña la clave: los trabajadores quieren arrancar la cizaña pero -¿sorprendentemente?- el dueño del campo tolera que convivan juntos. No es tarea de los hombres arrancar la cizaña aunque apetezca o se crea necesario hacerlo; es cosa de los ángeles al final de los tiempos, para la Parusía (cf Mt 13, 31-36). Por tanto, a veces es moralmente lícito no impedir un mal -pudiendo impedirlo-, en atención a un bien superior o para evitar desórdenes más graves. Simple ausencia de penalización.

La tolerancia laicista


No se puede negar la nobleza de Voltaire al denunciar algunas injusticias de su tiempo o de la historia pero la tolerancia volteriana lleva consigo el error teórico y práctico de equiparar el error, la opinión y la verdad dándoles el mismo derecho.

El tratado de Voltaire de 1763 sobre la tolerancia, un año antes de la primera edición del Diccionario filosófico, recoge el sincretismo del sueño del deísmo inglés con el espíritu anti-tradicional cartesiano. Dice él mismo que “los tiempos pasados son como si no hubiesen existido”. Parece una denuncia implacable sobre todo aquello que llama prejuicio o privilegio en general. Quiere aislar el elemento esencial del cristianismo de sus superestructuras teológico-eclesiales (incluye las eclesiásticas), hasta la búsqueda del elemento natural, es decir, racional de las religiones positivas.

Aunque se llamaba a sí mismo “Patriarca de la tolerancia”, sin embargo esta aspiración de universal tolerancia la encontró en vida en muchos escritos y ambientes que ejercieron influjo notable sobre él. No fue el patriarca (quien da inicio) pero sí el difusor de ese espíritu.

La tolerancia es oposición y repulsa a todo fanatismo: “Es bastante conocido lo que han costado las disputas de los cristianos sobre el dogma: han hecho correr la sangre, ya sea sobre los patíbulos, ya sea sobre los campos de batalla, desde el siglo cuarto hasta nuestros días”. Figurando una conversación del emperador Constantino con dos controversistas opuestos sobre el modo de la Procesión del Hijo en el seno de la Trinidad, Voltaire pone en boca del emperador: “¿Poseéis vosotros las actas de familia de la familia divina? ¿Qué os importa que el Logos sea hecho o engendrado, con tal de que se sea fiel a él, con tal de que se predique una buena moral, y se la practique si se puede?”. Así que venía a decir: ¿Qué más da ser cristiano que arriano?

Voltaire sólo admite lo que es “útil” y busca un deísmo moralizante con una moral restringida a unas normas genéricas para conseguir la tranquilidad y el bienestar en este mundo. Hace una radical inversión del sentido mismo de religión pues Dios lo acepta porque es útil. No es la primera vez que ocurre en la historia.

La tolerancia no es un “bien” absoluto: no se debe tolerar todo. Ni siquiera Voltaire afirmó que la tolerancia carezca de límites pues si se tiene que tolerar todo, no tendría sentido ninguna autoridad humana ni el mismo Derecho. Ni siquiera el anarquismo consideró la tolerancia como un valor absoluto pues Bakunin, por ejemplo, afirmó que no debían tolerarse algunas cosas, entre ellas, la religión y la propiedad.

Con la conocida expresión Écrasez l’infâme! acaba la carta a Damilaville en diciembre de 1763, o firma en julio de 1764. Escribe a D’Alembert el 23 de junio de 1760: “Yo querría que vos écrasiez l’infâme, ahí está el gran punto. Es necesario reducirla al estado en que se encuentra en Inglaterra; éste es el mayor servicio que se puede hacer al género humano. Pensáis bien que yo no hablo más que de la superstición, pues por lo que se refiere a la religión, yo la amo y respeto como vos”.

Voltaire acierta al situar la comprensión racional de la Providencia en íntima relación con la comprensión de la esencia de la libertad. Sin embargo, siguiendo a Locke, se equivoca sobre cuál es esa esencia de la libertad humana. Manifiesta una notable incomprensión de la Providencia; nunca logró -como tantos hombres y mujeres de ayer y de hoy- una suficiente comprensión del problema del mal.

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