Sobre la prioridad ontológica de la Iglesia universal
Sobre la prioridad temporal de la Iglesia universal
Sobre el concepto de Iglesia universal
Sobre la verdadera Iglesia según la Tradición
Sobre la prioridad temporal de la Iglesia universal
Sobre el concepto de Iglesia universal
Sobre la verdadera Iglesia según la Tradición
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Hago algunos comentarios a la conferencia del Card Ratzinger en el Congreso Internacional sobre la eclesiología en Lumen gentium del Concilio Vaticano II, organizado por el Comité para el gran Jubileo del año 2000, en febrero de ese año. L’Osservatore Romano, n.32 de 11 de agosto de 2000 (393 y 394) y n.34 de 25 de agosto (412 y 413).
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Parece acertadísimo -básico- empezar afirmando -como hace Ratzinger- que la Iglesia debe hablar de Dios, y del Dios revelado, o sea de Dios Trino, desde donde la inteligencia, iluminada con la fe, se lanza a sus elucubraciones. Estupenda la afirmación citada del profesor de Padeborn Josef Meyer zu Schlochtern y la necesidad de designar “la estructura trinitaria como fundamento de la última determinación de la Iglesia”.
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Parece acertadísimo -básico- empezar afirmando -como hace Ratzinger- que la Iglesia debe hablar de Dios, y del Dios revelado, o sea de Dios Trino, desde donde la inteligencia, iluminada con la fe, se lanza a sus elucubraciones. Estupenda la afirmación citada del profesor de Padeborn Josef Meyer zu Schlochtern y la necesidad de designar “la estructura trinitaria como fundamento de la última determinación de la Iglesia”.
Sobre la prioridad ontológica de la Iglesia universal
Metafísicamente hablando, será imposible avalar la prioridad ontológica salvo en el platonismo ya que reconoce la existencia de una realidad virtual, la Iglesia una y única que está en la mente del Creador y da a luz a las iglesias particulares. La afirmación debe parecerles asombrosa a Aristóteles y al Aquinate. Cuando hablamos de la Iglesia Católica, nos referimos principalmente a la de carne y huesos, la que está ahora aquí en nuestras manos; a la peregrina, a la de la etapa histórica de la humanidad que empieza en la Encarnación de Cristo y acabará con su Parusía. Se considera la Iglesia en esta dimensión de producto histórico aunque se reconoce como falsa la radicalización de la idea y el error joachinista de afirmar que, en esta etapa temporal de la Historia de la humanidad, está llamada a desaparecer ante una nueva Iglesia de santos. El error habitual está en desear solucionar definitivamente la reforma que necesita la Iglesia (la conversión segunda de cada miembro y, como consecuencia, del conjunto de los creyentes) trayendo ahora aquí la Jerusalén celestial (cf Suárez, Luis. Grandes interpretaciones de la Historia. EUNSA (col NT), Pamplona 1976, pp 56-60).
Israel no existe sin israelitas ni la Iglesia de Cristo sin discípulos. Cristo, el Verbo, sí existe antes de encarnarse y de asumir la naturaleza humana. La Iglesia es un misterio análogo al de Cristo pues también es una realidad con dos naturalezas, pero una realidad que no existe antes de la encarnación de Verbo, Jesucristo; pues no existe sin la cabeza y sin los miembros del Cuerpo místico.
La Iglesia universal es la de los de Jerusalén y los que han regresado a su casa pues no podían quedarse allí tantos días: 50 después de la Pascua. La iglesia particular es un concepto jurídico posterior a Cristo, un concepto humano imprescindible, que sin ser lo esencial, ciertamente tienen importancia aunque relativa. En todo caso, la prioridad ontológica del Pueblo de Dios es la prioridad sustancial de los christifideles ya que los Pastores tienen confiado un ministerium (diakonía) dentro de la comunidad (cf Rodríguez, Pedro, Ocáriz, Fernando, Illanes, José Luis. El Opus Dei en la Iglesia. Rialp (3ª ed) Madrid, 1993, pp. 63-64.
El misterio de la Iglesia universal y el misterio de las Iglesias particulares es reflejo del misterio trinitario. En Dios no hay prioridad ontológica de la divinidad respecto a las Personas, y no hay ninguna prioridad temporal entre Ellas.
Sobre la prioridad temporal de la Iglesia universal
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La exégesis de Ratzinger sobre lo que san Lucas quiere describir es interesantísima, pero como toda opinión teológica siempre se ha basado en la Escritura integral, no sólo en algunas páginas, no sé si es justo o exacto decir que la tesis lucana es presentar la realidad de los Doce como el nuevo Israel, sin contar con María ni con los demás discípulos. Así como Abraham no es Israel, ni Moisés tampoco, así ni Pedro ni los Doce son la Iglesia. Evidentemente Dios concibe una y única Iglesia universal pero como tal no existe ante mundi constitutionem; existe en la Historia una vez fundada, una vez que Cristo ha reunido a los primeros miembros y a Spíritu Sancto edocta (LG, 53). La Iglesia no existe sólo con su dimensión divina antes de la creación ni existirá así después de la Parusía, que no será el final de la Historia sino el inicio de la etapa definitiva en la vida eterna.
Admitir la prioridad temporal de la Iglesia universal, frente a las iglesias particulares, suena a un planteamiento de lucha dialéctica entre el poder central y los nacionalismos, dando la impresión de que las iglesias particulares son tachadas de nacionalistas-separatistas. La reforma gregoriana del siglo XII, promovió la absoluta centralización eclesiástica y decretó su efectiva potestad jurisdiccional sobre todas las iglesias occidentales, a la vez que unificó los ritos según el patrón romano, cosa extraña hasta entonces. Se comprende que fuese un reforma ajustada a la mentalidad de la época, pero hoy la inteligencia del creyente entiende la bondad de los logros alcanzados por los cristianos actuales y la urgente necesidad de eliminar la uniformidad en aras de la verdadera unidad que está intrínsecamente unida a la pluralidad y a la participación, garantes de la dignidad del ser humano.
Sobre el concepto de Iglesia universal
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Por eso la colegialidad evangélica estaría hoy bien definida si la Curia vaticana, en vez ser la curia papal, fuera el instrumento adecuado del Colegio Apostólico y el cardenal que preside cualquier Congregación fuera un representante y servidor de ese Colegio, evitando ser un elemento dialécticamente enfrentado al Colegio. Como el papa es el obispo de Roma, su curia es la diocesana. Ojalá lo jurídico no se enfrente con lo teológico y ojalá la sana Teología no sea la que va detrás de lo jurídico justificando unos modos (opinables) de vivir las cosas. Ese esquema universal se tiene que reproducir a su vez en cada iglesia local, en los consejos presbiterales y los parroquiales.
No puede defenderse teológicamente que la Curia vaticana sea la Iglesia universal, ni que una Curia diocesana sea la Iglesia particular. Desde luego, tampoco la Iglesia universal es la federación de las particulares pues cada Iglesia particular es (debe ser) la Iglesia universal. Cada bautizado es iglesia.
Cada bautizado es Iglesia y está en su casa en cualquier diócesis o parroquia; no es un huésped o inmigrante. Pero el bautizado sólo puede nacer y bautizarse en un único punto del planeta y por eso tiene que pertenecer a una iglesia particular y por ello, no al revés, a la universal, si tal iglesia particular es verdaderamente Iglesia: una, santa, católica y apostólica.
Ningún hombre es hijo de Dios sin ser, a la vez, miembro de una familia, hijo de su padre y de su madre biológicos. Al nacido no se le asigna posteriormente una familia en la que crecer, desarrollarse y morir.
No es el Bautismo el que da la fe; ésta es un don de Dios. El que creyere pedirá ser bautizado (cf Mc 16, 16) para estar sacramentalmente injertado en Cristo y pertenecer a la Iglesia universal en una particular.
Para evitar la dialéctica entre lo local y lo universal conviene no olvidar a san Pablo: el Cuerpo es único pero tiene muchos miembros; y un miembro no es el cuerpo. La Eucaristía no nace de la Iglesia local, pero la celebra un sacerdote sin pueblo o con una comunidad terrenal, aunque (en ambos casos) unidos a todos los ausentes, representando a todas las criaturas y unidos a los miembros celestiales y a las almas del Purgatorio. Después de la Parusía, no habrá Eucaristía.
Sobre la verdadera Iglesia según la Tradición
La Tradición, sin lugar a dudas, goza realmente de prioridad temporal respecto a la Escritura pero es viva porque está en manos del hombre y en correspondencia a la acción del Espíritu, aunque de otra manera distinta a como la Escritura que fue escrita en un momento concreto, avalada por la inspiración.
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Durante el Cisma de Occidente, que duró casi 70 años (1348-1415), Maxilio de Padua (aunque goza de poco predicamento) reprochó el carácter temporal de la Iglesia y el poder político del Papa, como continúan haciendo -antes y después del Concilio Vaticano II- algunos cristianos aunque de modos a veces no directos. La crisis de la bi o tricefalia en la etapa del papado en Avignon y las decisiones del Concilio de Constanza, crearon no poca confusión entre los fieles que explica la “Ruina de la Iglesia” que Nicolás de Clamanges denunciaba en un libro famoso de 1400. Ruina provocada por la terrena cupiditas del clero y de los laicos y por la libido dominandi de los papas (cf Ourliac, Paul. Cisma de Occidente. GER V, 685).
Algunos han soportado la pérdida de los Estados Pontificios, pero desde lo mínimo de territorio vaticano que han podido recuperar (aunque los 70 años anteriores a los Pactos lateranenses demuestran que no hacía ninguna falta), esperan, sino recuperar (restaurar) el poderío temporal, al menos mantener a toda costa el poderío jurídico efectivo, contundente y absoluto.
Los Doce no son la Iglesia aunque tienen una función específica, divina, para la comunidad: una vez convertidos, confirmar en la fe a sus hermanos. No tienen la función de monopolizar la tarea evangelizadora ni los ministerios o servicios intraeclesiales ni la fe. La fe es un don de Dios y no de la jerarquía y la CDF debe ser garante del Colegio Apostólico para velar y confirmar que son de fe las opiniones teológicas que la misma fe suscita en la inteligencia creyente.
La Tradición de la Iglesia es viva, en continuo crecimiento o desarrollo hacia la perfección por lo que no hay que tener miedo a cambiar lo cambiable. La verdadera Iglesia es un cuerpo vivo y no una piedra, algo inerte, inamovible, fósil. La única piedra es Cristo, único fundamento del edificio eclesial: Iesus Christus heri et hodie, ipse et in saecula. San Agustín explica que, cuando Cristo dice “y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, no está señalando a Pedro (Tratado 124,5; CCl 36,684-685. Cf 2ª lectura de LH en la fiesta de san Pío V).
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