martes, 26 de abril de 2011

EL PROBLEMA DE LA SALVACIÓN

Hoy como ayer
¿Enfrentamientos?
¡Diálogo!
Al pan, pan y al vino, vino
===============================



Los 30 mil japoneses desaparecidos o fallecidos con el maremoto y el tsunami consiguiente ha sido un impacto que ha llenado nuestras mentes y corazones de preguntas. Entre otras, se oyen exclamaciones de algunos creyentes que dan por supuesto que como no eran cristianos bautizados, no han podido ir al cielo. Pero en ese o esos días fueron varios millones los hombres y mujeres que dejaron este mundo en  Japón, China, la India, África, Europa y en las Américas.

Este problema de la salvación de los hombres, hoy como ayer, se ha de plantear con la mente abierta para saber conjugar la armonía de los distintos elementos complementarios en vez de enzarzarse en el torbellino de la dialéctica que los entiende como contrarios y excluyentes. Armonizar la salvación, la redención y la Iglesia, que son planes divinos, conlleva desmontar el heredado monopolio eclesiástico de la salvación.

Hay quienes confunden lo objetivo con lo subjetivo y tienden a pensar que hace dos mil años ya se ha realizado plenamente la Redención. Efectivamente Cristo ha realizado la Redención, pero sólo la dimensión objetiva, lo que de Él depende; queda lo subjetivo, lo que depende de cada hombre y cada mujer; queda el querer libremente apropiarse tal Redención que está al alcance de cualquiera, si quiere. Dios no ha quitado al hombre su libertad sino que, por el contrario, con la gracia santificante que nos ha devuelto (perdida desde Adán y Eva), la libertad humana queda sanada, restaurada.
La escatología enseña que no será hasta la parusía cuando sea definitiva la instauración del Reino, pero algunos han perdido la paciencia y no toleran que todavía haya mal en el mundo. Entonces ponen el grito en el cielo y se afanan por todos los medios, aunque no sean lícitos, para que parezca que hay una instauración definitiva del reino.

Además no tienen en cuenta la pertenencia espiritual a la Iglesia por parte de aquellos que, sin culpa de su parte, se salvan pues Dios quiere que todos los hombres se salven y esa voluntad no es una utopía o una frase políticamente correcta. Dios ha dado a la humanidad desde el primer momento los medios para ello.

Hoy como ayer

El problema de la salvación hoy, en la etapa histórica del Nuevo Testamento, debe ser para Dios como antes de la Encarnación, en la etapa del Antiguo Testamento, cuando no existía la Iglesia de Cristo. Dios es inmutable. Pero una tentación que acecha continuamente es la de querer quitar protagonismo a la Iglesia para dárselo a la gracia de Cristo, o quitársela a Cristo para dársela al Dios trinitario. Cada afirmación parcial es verdad pero no toda la verdad. Ni la Iglesia es algo sin Cristo, ni el Dios Trino ha obrado sin Cristo, y ni Él actúa sin la Iglesia, su Cuerpo Místico. Son aspectos complementarios, que no excluyentes. Los que hoy están (administrativamente) fuera de la Iglesia (sin su culpa) se salvan, igual que los que vivieron desde Adán hasta Cristo y que no podían pertenecer a la Iglesia peregrina, pues no existía más que en la mente divina.

El sábado santo la Iglesia conmemora la verdad de fe de que Cristo “descendió a los infiernos”, que quiere decir que el Verbo con su alma humana (su cuerpo estaba enterrado en el sepulcro del jardín cercano al calvario) liberó a l@s just@s desde Adán y Eva, padres de la humanidad. El alma humana, también la de Cristo, ni sube ni baja, pues lo espiritual no se rige por las leyes de la Física de la materia. Como la redención es universal, tenía que servir para los que naciéramos después de Cristo tanto como para los que habían vivido antes y no tenían curas, ni sacramentos, ni estas cosas divinas de las que disfrutamos ahora. Ya decía san Pedro, el primer papa: "Cristo...  muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu; en él se fue a predicar también a los espíritus cautivos, en otro tiempo incrédulos, cuando en los días de Noé les esperaba Dios pacientemente, mientras se construía el arca “ (1Pt 3,18-20).

¿Enfrentamientos?

Ya en tiempos de los primeros cristianos algunos empezaron a repudiar toda religión no cristiana por considerarla falsa, supersticiosa y en ocasiones diabólica, aunque la necesidad de reflexionar sobre la salvación de los “infieles” hizo que algunos tuvieran una actitud más positiva y benévola , que no será la de san Agustín ni la de santo Tomás de Aquino. Quizá la “política” misionera de la Iglesia desde el siglo XII tiene demasiados parecidos con la islámica y la Teología de entonces parece justificar unos modos de hacer predominando el imponerse (invadiendo, colonizando), y no sólo por las armas. ¿Qué pensará nuestro Señor Jesucristo, sentado a la derecha del Padre, de los teólogos que piensan como viven en vez de vivir como piensan o como deberían pensar?

San Agustín interpretaba la voluntad universal salvífica de Dios con su teoría de la massa damnata y explicaba la predestinación tal como de alguna manera actualizarán Lutero y otros, mientras que, por otra parte, conviene no olvidar su opinión que, en traducción actual, vendría a decir que ni son todos los que están, ni están todos los que son, o sea que hay gentes dentro de la Iglesia que están fuera, y hay gente fuera que está dentro.

Es evidente e impepinable correr riesgos (como en todos los aspectos de la vida) al afrontar el problema de la salvación con el afán de intentar entenderlo cada vez mejor y poder querer cada vez más y mejor los planes de Dios. Pero hay que correr esos riesgos para no quedarse encerradito en casa, no sea que me caiga una maceta; para no quedarse todo el día en la cama, no sea que pille un constipado.

¡Diálogo!

El interés por todas las religiones no cristianas brota en el siglo XVI tras los “descubrimientos” de todos los nuevos mundos, de tantos pueblos y religiones de los que apenas si se había oído hablar antes de ellos. Es indudable que una correcta Teología no puede temer afrontar tampoco esta temática y menos encontrar excusa para su abandono.

Ficino (†1499 con 66 años) decía que el cristianismo es una parte de la religión universal puesto que las leyes de Moisés del s XIII aC habían sido ampliadas por Platón, Sócrates y Cristo. Ciertamente algunos humanistas fomentaron la aversión al cristianismo medieval y escolástico, sin embargo Erasmo pensaba que el cristianismo tiene valores supremos aunque la antigüedad precristiana tuvo también fe verdadera aunque no fuera completa. Suya es la jaculatoria: ”¡Sancte Sócrates, ora pro nobis!”. Albo (†1444 con 64 años) estudió a fondo los fundamentos comunes de todas las religiones pero, aunque no negó aún la Revelación, defendía -como la mayoría en su época- que el conocimiento natural de Dios es independiente de la Revelación a la que precede y no puede sustituir.

En el Renacimiento aparecen sobre todo dos voces discordantes del contexto oficial, que son Pico de la Mirándola y el cardenal Nicolás de Cusa que promovieron (ya entonces, hace seis siglos) la tolerancia y el diálogo frente a quienes usaban la respuesta “agresiva”, incluso manu militari. En la segunda mitad del siglo XIX aumentó en algunos ese talante cusano por la vaga simpatía y el razonable interés del momento histórico que les tocó vivir. Pero será el Concilio Vaticano II quien dé un giro copernicano al asumir como línea oficial el recuperado concepto de las “semillas del Verbo” de san Justino (†165) y Orígenes (†254). ¡No ha llovido ni poco! Desde luego es un récord Guinnes de lentitud.

Al pan, pan y al vino, vino

Las religiones (paganas o no) no son causa de salvación ya que la salvación es obra de Dios con su gracia (llamada santificante) y, a la vez, son las obras -mejor o peor hechas- de la criatura racional. La religión es simplemente el contexto que debe ayudar al hombre a conocer y amar a Dios, a conocer y amar al prójimo, a estar en gracia. Ni siquiera el cristianismo o la Iglesia son en sí mismos causa de salvación, sino instrumentos de Dios, lo que un pincel en manos del pintor. Cristo curaba enfermos, por ejemplo, imponiéndoles las manos pero no son sus manos lo que curaba sino la Persona divina con sus manos. A un ciego lo curó mezclando saliva y un pellizco de tierra: ¡vaya colirio! Lo hacía, no para suprimir las estructuras sanitarias, sino para enseñarnos delicadamente que es Dios hecho hombre. Cura y salva en cuanto hombre pero por ser Dios.

La Iglesia es "solo" instrumento universal, como recuerda el Concilio Vaticano II, pues el camino de la salvación es el propio Cristo; así lo afirmó Él mismo (cf Jn 14,4). Todo hombre no cristiano en estado de gracia quizá pedirá bautizarse y pertenecer a la Iglesia peregrina, si ha podido conocerla. “El diálogo interreligioso es un compromiso del nuevo siglo en la línea indicada por el Concilio Vaticano II –recuerda el papa Wojtyla- de apertura y diálogo que no puede basarse en la indiferencia religiosa pues es un anuncio gozoso de un don para todos” (cf Novo millenio ineunte, 55 y 56).

El Espíritu actúa en las almas y las almas nobles corresponden y quieren oír a Cristo como leemos en el Evangelio: aquellas multitudes, unos griegos, el centurión de Cafarnaúm, la mujer samaritana o la sirio-fenicia, y tantos otros ejemplos relatados en el Nuevo Testamento. Hoy también quieren oír a Pedro como aquella muchedumbre que se arremolinó junto al Cenáculo el día de la Pentecostés, o como aquel pagano Cornelio de Cesarea, centurión de la cohorte Italica, piadoso y temeroso de Dios con toda su casa. Siempre el mismo Espíritu que pone en boca de los discípulos las palabras adecuadas es Quien mueve los corazones de los oyentes para que crean por lo escuchado. Quien (sin culpa) no conoce el camino (cristiano) también puede llegar al cielo, por aquello de que “todos los caminos conducen a Roma”.

El Concilio Vaticano II hizo un trabajo inmenso para formar su conciencia en plenitud y universalidad. Tal autoconciencia se forma «en el diálogo», el cual, "antes de hacerse coloquio, debe dirigir la atención al «otro», es decir, aquel con el cual queremos hablar. El Concilio –como escribió Juan Pablo II en su primera Encíclica programática de gobierno eclesial en 1979- dio de manera adecuada y competente una visión del orbe terrestre como un mapa de varias religiones –las diversas religiones no cristianas y el mismo cristianismo- que es un fenómeno universal, unido a la historia del hombre desde el principio. La Iglesia tiene profunda estima por esos grandes valores espirituales que en la vida de la humanidad encuentra su expresión en la religión y luego en la moralidad que se refleja en toda cultura. Los Padres Conciliares –otra vez como los de los tiempos de san Justino- veían en las distintas religiones como otros tantos reflejos de una única verdad «como gérmenes del Verbo», los cuales, aunque por diversos caminos, se dirigen en una única dirección: hacia Cristo, el Redentor del hombre (cf Redemptor hominis, 11).

No hay comentarios:

Publicar un comentario