viernes, 25 de junio de 2010

LA TOLERANCIA CRISTIANA (1)

La tolerancia de Cristo
¿sí o no?
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¿Se puede permitir que las musulmanas usen el burka por la calle o en espacios públicos? ¿se puede permitir que los cristianos cuelguen crucifijos a diestra y siniestra sin respetar el pluralismo multicultural de la sociedad? La discusión está servida. Gracias a Dios que se puede “discutir” del tema porque no siempre ni en todos lados es o ha sido posible.

En diciembre de 2009 el Rabinato de Israel declaró la guerra a los objetos decorativos navideños pues consideran que hieren la sensibilidad de la mayoría de la población que es judía. El rabino Oded Weiner, director general del Rabinato, declaró que los cristianos se creen que viven ellos solos y el pueblo de Israel sigue en el exilio.

Algunos creemos en la Antropología que se basa en el conocimiento de que el hombre, varón o mujer, de cualquier raza, de cualquier continente, de cualquier época de la Historia, es imagen y semejanza de Dios. Y Dios desde el mismo principio de la humanidad se nos ha revelado, sobre todo hablándonos de sí mismo. Con esos datos, como somos racionales, podemos fácilmente, si hay buena voluntad, llegar a descubrir lo que está bien o lo que está mal en la conducta diaria, privada o pública.

Un primer dato del actuar divino es precisamente la tolerancia suya para con el hombre. Es la consecuencia inmediata, de cajón, de haber querido crearnos libres. Dios, como nos quiere libres, tolera a rajatabla incluso que el hombre peque y no es por indiferentismo suyo, por mirar a otro lado y engañarse diciendo que lo que estaba mal antes, ahora está bien.

La tolerancia de Cristo

Dios tolera en los siglos del Antiguo Testamento que su pueblo elegido recaiga en la idolatría y en la infidelidad. Ahora en esta nueva etapa de la Historia hace lo mismo con su nuevo pueblo, la Iglesia. No pocos son los que se escandalizan porque Dios permite todo esto; es el escándalo farisaico. Otros, llevados de la soberbia, reaccionan pensando que si Dios permite estas cosas, yo pondré los medios para que no vuelvan a ocurrir: ¡chocholito!, ¿de qué vas?

Jesús, Dios y hombre verdadero, no actúa de otra manera durante sus años en la tierra. Vemos que en la boda de Caná transige con la petición de su madre sin ser aún su hora, la hora de Dios (Jn 2, 4.7). Transige hablar a solas con una mujer y además samaritana (Jn 4, 27). Transige con los que no son de la casa de Israel, v.gr. el cortesano de Caná (Jn 4, 46). Transige (siempre para sorpresa de los intransigentes) comer con publicanos y pecadores (Mt 11, 19); transige que el paralítico de la piscina de Betesda cargue con la camilla en sábado (Jn 5, 9.18), que sus discípulos arranquen y estrujen semillas en sábado (Mt 12, 2). Etc., etc., etc.

También es un hecho que, a la vez, Jesús es intransigente con ciertas cosas que no se pueden transigir, entre ellas, de manera notoria, con que el templo no sea casa de oración (Mt 21, 12-13). No transige con el escándalo farisaico debido a que sus discípulos, para comer, arrancan espigas en sábado (Lc 6, 1-3). No transige con la actitud de los fariseos que son hipócritas y rigoristas en lo externo del cumplimiento de los preceptos legales (Lc 11, 37-54) y en las tradiciones de los antiguos (Mc 7, 1-13). No transige con la hipocresía de los que rezan de pie o en las esquinas de las plazas para que se les vea, o que ponen caras tristes si ayunan (Mt 6, 5.16).


Arremete con los “malos”, raza de víboras (Mt 12, 34). No transige con las estructuras religiosas del pueblo judío -su pueblo elegido- vacías de contenido, llenas de rigorismo legalista, y por eso les será quitado el reino de Dios para dárselo a un pueblo que dé frutos. Como otras tantas veces, los sacerdotes y los fariseos, que oyeron sus palabras, entendieron que se refería a ellos (cf Mt 21,  43-45). Tampoco transige con la actitud de Corozaín y Betsaida frente a la de Tiro y Sidón (Mt 11, 21), ni que los espíritus endemoniados revelen que es el Mesías (Mc 1, 34; Lc 4, 41; etc), ni que le involucren en asuntos temporales (Lc 12, 14). Es evidente que no transige con el pecado contra el Espíritu Santo (Mt 12, 32), etc.

¿sí o no?

Nadie puede arrancar la cizaña ya que el Evangelio explícitamente dice que no es tarea humana. Con claridad meridiana lo recordó Pío XII cuando escribía que “la realidad enseña que el error y el pecado se encuentran en el mundo en amplia proporción. Dios los reprueba y, sin embargo, los deja existir. Por consiguiente, la afirmación de que el extravío religioso y moral debe ser siempre impedido, en cuanto es posible, porque su tolerancia es en sí misma inmoral, no puede valer en forma absoluta incondicionada. Por otra parte, Dios no ha dado siquiera a la autoridad humana un precepto semejante absoluto y universal, ni en el campo de la fe ni en el de la moral. No conocen semejante precepto ni la común convicción de los hombres, ni la conciencia cristiana, ni las fuentes de la Revelación, ni la práctica de la Iglesia”.

Por su parte, con anterioridad, León XIII se expresaba así: “no se opone la Iglesia a la tolerancia por parte de los poderes públicos de algunas situaciones contrarias a la verdad y a la justicia para evitar un mal mayor o para adquirir o conservar un mayor bien. Dios mismo, en su Providencia, aún siendo infinitamente bueno y todopoderoso, permite, sin embargo, la existencia de algunos males en el mundo, en parte para que no se impidan bienes mayores, y en parte para que no se sigan males mayores. Más aún, no pudiendo la autoridad humana impedir todos los males, debe «permitir y dejar impunes muchas cosas que son, sin embargo, castigadas justamente por la divina providencia» (San Agustín. De libero arbitrio, 1,6,14; PL 3,1228)”.

Y añadía: “También en este punto la ley humana debe proponerse la imitación de Dios que, al permitir la existencia del mal en el mundo, «ni quiere que se haga el mal ni quiere que no se haga; lo que quiere es permitir que se haga, y esto es bueno» (Sto. Tomás de A., S.Th., I q19, a9 ad3). Sentencia del Doctor Angélico que encierra en pocas palabras toda la doctrina sobre la tolerancia del mal”.

Vendría muy requetebien que se siguiera predicando en ese tono.

La verdad, por su propia índole, es una y excluyente pero su estimación por cada hombre, dada la limitación de su inteligencia es varia y parcial. Por lo tanto está legitimado que cada cual combata siempre por su verdad (dialogando) pues la considera la verdad. Otra consecuencia lógica, de cajón, es ver que nadie nunca está legitimado para combatir de modo coactivo al que proclama de buena fe otra verdad. La buena fe se debe suponer siempre salvo pruebas patentes de lo contrario.

La auténtica tolerancia está en la verdad y no en los datos que no se discuten, se comprueban. El tolerante no es un relativista ideológico que afirma que todos los sistemas políticos, filosóficos o religiosos son igualmente verdaderos. Ni tampoco es lo de los escépticos para quienes todo es igualmente falso; siquiera tendrán una partícula de verdad, como recordaba Pablo VI. El tolerante no es el agnóstico para quien los principios supremos de la razón son incognoscibles para el hombre; el agnóstico no se fía de la razón. Tampoco es tolerancia el indiferentismo social que, también para la colectividad, niega capacidad a la razón humana.

Que sólo haya una verdad, al alcance del hombre, no justifica en absoluto la intransigencia que implica coacción, pero sí la que provoca la persuasión racional.

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