miércoles, 5 de mayo de 2010

RAÍCES CRISTIANAS DE EUROPA (2)

Instauración del Reino cristiano (mano francesa)
Restauración del Imperio cristiano (mano germana)
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El 5 de mayo es la fiesta de la Patrona de Gibraltar, Nuestra Señora de Europa, advocación preciosa aunque ciertamente desconocida para la mass media. 

El santuario mariano está en el punto más meridional del continente europeo, donde el faro de la Trinidad, visible a 30 millas de distancia. Se construyó sobre una mezquita en 1462 y en el pasado marzo se celebró un Congreso Mariano Internacional. El 5 mayo 2009 Benedicto XVI, con ocasión del 7º centenario de esta advocación, escribe una carta al Card Saraiva Martins quien acudió al lugar como legado suyo.


Instauración del Reino cristiano (mano francesa)

Como jalón decisivo e inflexión de secular trascendencia resalta la unción y coronación de Pepino el Breve como rex Francorum (751) con el asentimiento del papa Zacarías, representado en la ceremonia por san Bonifacio usando el ritual de la tradición hispano-visigoda. Fue un acontecimiento “europeo” o “protoeuropeo”. 

En aquellos años fue un clérigo hispánico, sometido al islamismo, quien llamó “europenses” a los guerreros de Carlos Martel que en las cercanías de Poitiers (732) habían rechazado a las huestes sarracenas del valí Abd al-Rahman al Gafiqui (cf Ehrhard, IV, 22).

Cuando Carlos Martel, a comienzos del 718, alzó “rex Francorum” a un oscuro y dudoso descendiente de Clodoveo, el mapa del cristianismo occidental era un mosaico caótico de microespacios políticos regidos por magnates locales que pugnaban entre sí y recordaban a diario a sus súbditos unas prerrogativas de gobierno precarias y discutibles (cf Ehrhard, IV, 19).

Pepino el Breve, al suceder a su padre Carlos Martel, fue nombrado por el Papa patricius de Roma, resucitando el antiguo cargo imperial de quien garantizaba la seguridad de la ciudad eterna. Dio un golpe de Estado pues hasta entonces el rey franco era un merovingio desprovisto de toda autoridad y el poder lo tenía el mayordomo. Pepino asumió los dos cargos para ser rey y ostentar el poder a la vez, buscando la consagración del Papa Zacarías (741-752). En Soissons depuso al merovingio Chirderico III (751) y recibió la corona de san Bonifacio, legado papal (cf Ehrhard, IV, 184).

Carlomagno desarrolló las virtualidades de la consagración de su padre (el nuevo David) y el proyecto del pueblo cristiano por lo que se puso a legislar hasta el número de cirios a encender en Misa. Logró culminar su obra en Navidad del 800 cuando el Papa le coronó. Un poeta de la época le llamó “pater Europae” formulando el clamor unánime de la cristiandad occidental (cf Ehrhard, IV, 23).

Carlomagno añadió a su título heredado de Rex Francorum el de Rex Longobardorum y Patricius Romanorum. El Papa Adriano I (772-795) le había pedido ayuda contra los longobardos. Tomada Pavía (774), se proclamó rex longobardorum. En 789 se comparará a Josías, no ya por su santidad sino por su misión de “devoto defensor” del regnum Dei. León III en 795 le envió el lábaro de Roma y Carlomagno aparece así como “nuevo Constantino”, nombre ya dado al franco Clodoveo y al visigodo Recaredo. Fue coronado en la Basílica de san Pedro el 25 de diciembre de 800 y luego el Papa se postró ante él en señal de sumisión. NACE EL NUEVO IMPERIO CRISTIANO (cf Ehrhard, IV, 186).

El pueblo cristiano ya había logrado ser reino cristiano y ahora es el imperio cristiano (cf Ehrhard, IV, 80-81).

Restauración del Imperio cristiano (mano germana)

En la 2ª mitad del siglo IX estaba avanzada la desintegración del Imperio carolingio (Carlomagno había muerto en 814) y el pontificado romano conocía momentos de esplendor pues Nicolás I procuró la libertad e independencia de la Iglesia frente a las llamadas intromisiones seculares en los asuntos religiosos, a los que luego quiso enfrentarse Inocencio III. Pero reivindicó una función directiva sobre los príncipes cristianos en materias espirituales y mixtas (cf Ehrhard, IV, 395 ss).

El vacío de poder abrió paso a la progresiva intromisión en la vida de las iglesias de señores capaces de prestar protección donde el poder soberano era incapaz. Así se extendía el dominio laical de las iglesias y la secularización del patrimonio eclesiástico. La feudalización de las estructuras eclesiásticas se tradujo también en la integración de obispados y abadías en la red de relaciones de vasallaje  y beneficiales, llegándose a la máxima implicación de los cargos eclesiásticos en las funciones públicas durante el siglo X en el nuevo Imperio otoniano alemán.

Esa feudalización hizo que el obispo de Roma respondiera con el llamado “siglo de hierro” o “siglo oscuro” que termina con Enrique III, cerca ya la mitad del XI. En el siglo X, mientras había cierta bonanza europea, el pontificado sufrió el duro impacto de la anarquía feudal y estuvo a merced de los grandes clanes nobiliarios que dominaron Roma (cf Ehrhard, IV, 395 ss).

A lo largo de siglo y medio (X y primeros del XI), casi 40 papas y antipapas, la mayoría personajes insignificantes e indignos. En la 2ª mitad del X el clan de los Crescencio ejerció su hegemonía sobre Roma, mitigada sólo por la autoridad de los tres emperadores otones que procuraron cortar los abusos y lograron algún papa ilustre como el primer alemán Gregorio V (996-999) y el primer francés Silvestre II (999-1003). Pero muerto Otón III, durante los siguientes 40 años, fue rara la presencia del germánico en Roma y la aristocracia feudal volvió por sus fueros (cf Ehrhard, IV, 395 ss).

Las profundas transformaciones que sufrió Europa occidental a partir de mediados del XI tuvieron repercusión paralela en la sociedad (dando por supuesto que Europa eran los Estados y no la sociedad) y no fue algo repentino ni al mismo ritmo en todas las regiones. La sociedad era un mundo jerarquizado donde cada grupo ocupaba un lugar (¿hay diferencias con las castas hindúes?) pero nada más falso que pensar que estaba anquilosada en la inmovilidad (cf Ehrhard, V, 185 ss).

Adherirse a algo que sea novedad siempre es muy fácil pues la inseguridad e inestabilidad del sistema lo facilitan. En el norte de Francia (mientras estaba allí el Aquinate), fueron grandes las limitaciones alimenticias y la propiedad de unas tierras se renovaban enseguida: no llegaban a un tercio las tierras que duraron en las mismas manos durante tres generaciones. Esta sociedad era violenta (aunque de las revueltas estudiantiles en la Universidad de París se prestaba poca atención) y la guerra estuvo a diario presente. En 990 se presentó la “paz de Dios” o “tregua de Dios” que ofrecía graves limitaciones. Surgió en Aquitania, sin intervención del poder real, como una institución de privilegios en provecho de personas y bienes de la Iglesia.

En el XII, en el norte de Francia empezaba a entenderse la paz como responsabilidad de la monarquía. La realeza asumió el control de la paz y la guerra pero, cosa muy significativa, asumiendo todo el marco institucional e ideológico construido por la Iglesia en el siglo anterior (cf Ehrhard, V, 186-187).

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