jueves, 25 de marzo de 2010

¿HAY ALGO QUE CAMBIAR?

Temores al cambio



Benedicto XVI pide por escrito: “Es necesario que en la autocrítica de la edad moderna confluya también una autocrítica del cristianismo moderno, que debe aprender siempre a comprenderse a sí mismo a partir de sus propias raíces” (Spe salvi, 22). 


La Iglesia... -decía el papa Wojtyla- no puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe, haciéndonos capaces y dispuestos para afrontar las tentaciones y las dificultades de hoy” (Tertio Millennio Adveniente, 1994, n. 33). 


"Miles de voces –escribió también Juan Pablo II- piden que el cristianismo se actualice y, conservando su propia identidad, tenga el impacto que tuvo al principio" (Novo Millennio Ineunte, 2001).

Christoph Schönborn, cardenal y arzobispo de Viena, a un auditorio desbordado de estudiantes, profesores, clero y fieles laicos en la Universidad Católica de América (CUA), señaló (100208) que "El cristianismo también necesita la voz crítica de la Europa laica, haciendo preguntas difíciles, algunas veces preguntas desagradables, preguntas que no debemos tratar de evadir o evitar. Esto hace al cristianismo bueno para escuchar las preguntas de la sociedad secular y asumir el reto de responderlas. Esto despierta a los cristianos y los reta. También pone en duda la credibilidad del cristianismo. Y el cristianismo necesita ser cuestionado”.

Temores al cambio

Vicente (+445), monje del famoso monasterio de la isla de Lerins, vehemente polemista que se oponía a san Agustín sobre el delicado e irresoluble problema de saber armonizar la gracia divina y la libertad humana, escribió: "¿No hay en la Iglesia de Cristo ningún desarrollo? Ya lo creo que lo hay, y enorme… Pero se trata de un desarrollo que implica progreso, no alteración".


La Tradición cristiana –como en todas las religiones- es algo vivo y por tanto va “cambiando” hacia la perfección en el entender y en el vivir la fe. Pero siempre existe el grupo de tradicionalistas, enfermizos y apegados a unas tradiciones que consideran intocables. Sólo las piedras son inmóviles porque no son seres vivos; los animales y las plantas evolucionan de embrión a adulto, de semilla a planta o árbol. Evolucionan hacia la perfección sin alteración y no dejan de ser lo que eran.

Que hoy no se repita lo de ayer. En 1786, en el Sínodo de Pistoya y en las puntualizaciones de Ems confluyeron las ganas europeas de cambiar lo cambiable de la cara y del "contenido" humano de la Iglesia, tal como se venía pidiendo desde hacía siglos. La Revolución francesa hizo suyos esos sueños mientras que el ejemplo de alemanes y toscanos radicalizó las propuestas. Europa quería hacerse nueva imitando el paraíso americano, aniquilando el Antiguo Régimen que vivía del privilegio (ley privada) y con una concepción estática que proponía tratar desigualmente a los desiguales. 
Parecía llegada la hora de invertir el planteamiento: tratar igual a los iguales. Aquel régimen o concepción estática defendía el que cada uno se contente con quedarse donde la vida le ha colocado; resuena la concepción hindú de las castas. Había llegado la hora de la concepción dinámica por la que se reconoce que cada hombre o grupo es igual a los demás y tiene que organizarse defendiendo la plena libertad de cada grupo o individuo.

Los hombres de Iglesia son hombres en este mundo y para este mundo y tienen que saber estar en él. El progreso que se impulsaba en ese siglo era anticristiano porque se había abortado el progreso de los católicos. Muchos eclesiásticos no quieren cambiar nada, están fosilizados, y no consienten que otros pretendan cambiar nada.

El Papa Pío VI se enfrentó a esa revolución que era el eco europeo de lo ocurrido en USA en 1773 donde habían logrado implantar la libertad (llamada en Europa "libertad americana") y supieron organizar la separación Iglesia-Estado cuando B. Franklin, en 1784, gestionó en París con el Nuncio la representación vaticana en USA. Roma había pedido -como se hacía en Europa- que propusieran un candidato y USA se negó: a esta nueva sociedad no europea ya no le importaba la opinión eclesiástica; tales asuntos sólo son cosa de la Iglesia romana.

En el Antiguo Régimen se vivía estando de acuerdo en que nadie se saliera de su sitio; en que la nobleza y clerecía estaban dispensados de los impuestos que sólo debía pagar el pueblo llano (principalmente agrícola). La nueva burguesía salida del mundo comercial e industrial rechazaba las ideas antiguas del "justo precio" para dar vida en lo económico a la nueva ley de la oferta-demanda.


A la vez, el mundo científico proponía sustituir la fe por la ciencia y quería desechar los abstractos conceptos metafísicos que apuntalaban el Antiguo Régimen para vivir con lo nuevo, lo que diga la experimentación: no es en la fe sino en lo científico-demostrado-medido-pesado donde -dicen- están los criterios de certeza para la inteligencia.

Por tanto, están la burguesía, los científicos y la Iglesia enfrentándose sin comprenderse: los nuevos no comprenden el papel de la Iglesia en el mundo ni los eclesiásticos entienden el mundo y no aceptan algo nuevo que -para bien- altere el orden, que cambie “lo de siempre”. 


Quizá ven el peligro de que todo se absolutice en manos de los laicos pero no sienten remordimiento en haber absolutizado ellos todo desde hacía siglos en sus manos eclesiásticas. Total, que la burguesía tiene que desplazar a la clerecía para auparse al poder; y la ciencia quiere desplazar a la fe (cfr. Redondo, Gonzalo. La historia contemporánea de la Iglesia, tomo 1. Eunsa)

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