jueves, 18 de marzo de 2010

DE LA IDENTIDAD SACERDOTAL


Status social del clero
Vestiduras actuales
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Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango pasando como un hombre cualquiera… como uno de tantos” (Fil 2,6).

La identidad sacerdotal no es que se haya cuestionado en el llamado post-concilio, sino que ese momento era el adecuado -una vez más- para renovar la fidelidad al Evangelio, de acuerdo con la voluntad conciliar. Era, por tanto, la hora de dejar oír -otra vez- su voz los que saben que, desde un momento concreto de la historia, los sacerdotes seculares fueron desidentificados, se cambió su identidad con algo impropio por querer asimilarlos a monjes.

Status social del clero

Desde un momento concreto de la historia, el episcopado siente una enfermiza pasión por hacerse un status social, cuando esto no está previsto en el Evangelio, sino todo lo contrario, y algunos lo ponen casi a nivel de dogma porque no entienden que deban perderse sus privilegios exigidos en nombre de la religión. Poner las cosas otra vez en su sitio, como fueron al principio, es la voluntad de Dios y lo que hace sonreír al Espíritu Santo. Esta es la identidad que se reclama.

Se lee en el Evangelio que “entonces Jesús habló a las multitudes y a sus discípulos diciéndoles: En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres; ensanchan sus filacterias y alargan sus franjas. Apetecen los primeros puestos en los banquetes, los primeros asientos en las sinagogas y los saludos en las plazas, y que la gente les llame Rabí... Vosotros, al contrario...” (Mt 23,1-8).

En los primeros siglos los ministros cristianos, como Cristo, los apóstoles y demás discípulos, no significaron su condición clerical con vestidos diferentes, ni dentro ni fuera del culto. Llega un momento en que los obispos quieren aparecer como ciudadanos acomodados y empiezan a usar las túnicas grecorromanas largas. 


Era un traje de día de fiesta, no el de diario, y probablemente sería una bendita ocurrencia de la esposa de alguno de ellos y que luego se fue imitando por doquier como un detalle positivo. En Hispania y en la Galia el diácono introdujo la estola en vez de la “casulla” del obispo y luego pasó a los sacerdotes. Luego palacios, vestimentas con todo tipo de adornos e hilos de oro, accesorios y quincalla inadecuada, chocante, extraña y hasta ridículo para algunos.

Todavía en el siglo V el papa san Celestino I (+432), en una carta a los obispos de las provincias galas de Vienne y Narbona, se queja de que algunos sacerdotes hayan introducido vestidos especiales: “¿por qué introducir distinciones en el hábito, si ha sido tradición que no? Nos tenemos que distinguir de los demás por la doctrina, no por el vestido; por la conducta, no por el hábito; por la pureza de mente, no por los aderezos exteriores" (PL 50,431).

La carta a Diogneto explica en qué sí y en qué no se distinguen los cristianos (laicos y clérigos si es que entonces se les distinguía) del resto de los mortales, teniendo en cuenta la enseñanza de Cristo, que algo sabía del tema: “En esto conocerán que sois mis discípulos: en el amor que os tengáis unos a otros” (Jn 13, 35); no dispuso que fueran signos externos de peinados, tatuajes, vestimentas, adornos, etc.

En la primitiva vida de la Iglesia se deseaba que el clero no tuviera ninguna distinción con los demás fieles el resto del día.
Así en el año 530, el papa Esteban prohibía a los sacerdotes ir vestidos de forma especial fuera de la iglesia, y lo mismo Gregorio Magno (+604). 

Fue a partir más o menos del siglo IX cuando se “sacralizó" con mayor fuerza el vestido celebrativo, buscando un sentido más bien alegórico, interpretando cada uno de ellos en sentido moral (el alba indicaba la pureza, la casulla el yugo suave de Cristo...), o como referencia a la Pasión de Cristo, o como imitación de los sacerdotes del Antiguo Testamento; a la vez se empezó a bendecir los ornamentos y a prescribir unas oraciones para el momento de revestirlos.

Ya en la liturgia de los judíos se concedía importancia, a veces exagerada, a los vestidos de los celebrantes. Se veía en ellos un signo del carácter sagrado de la acción, de la gloria poderosa de Dios y de la dignidad de los ministros. Así en la Biblia se lee, por ejemplo, de un sumo sacerdote que "cuando se ponía su vestidura de gala y se vestía sus elegantes ornamentos, al subir al santo altar, llenaba de gloria el recinto del santuario" (Ecclo 50,11).

En la IGMR (3ª ed 2002) nótese que se denominan vestiduras y no como antes “ornamentos sagrados” que conlleva ornato, pompa y boato. Se trata de vestiduras que han de ser sencillas, elegantes, dignas y sin abusar de signos de riqueza. El sacerdote se reviste para la celebración, no se ornamenta. Como dice el texto: “deben contribuir al decoro” y nada más; evitar que sean signos de status social, de poder o de esos detalles ajenos al Evangelio.

Vestiduras actuales

Actualmente es distinta la vestimenta cultual respecto a los varios ministros de la celebración: mientras el organista y los cantores no se revisten, los lectores y ministros de la comunión sí lo hacen a veces; los monaguillos (monjes pequeñitos) generalmente tienen su vestidura especial; pero los que como norma se revisten son los ministros ordenados: diáconos, presbíteros y obispos.

El mismo Misal Romano (3ª ed), en su introducción, dice: "En la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, no todos los miembros desempeñan un mismo oficio. Esta diversidad de ministerios se manifiesta en el desarrollo del sagrado culto por la diversidad de las vestiduras (no ornamentos) sagradas, que, por consiguiente, deben constituir un distintivo propio del oficio que desempeña cada ministro. Por otro lado, estas vestiduras (no ornamentos) deben contribuir al decoro de la misma acción sagrada" (IGMR 297).

El alba, blanca túnica, con el tiempo va buscando una forma más estética, de modo que no requiera amito (porque cierra bien el cuello) ni cíngulo (porque tiene una forma elegante y no necesita ceñirse). De todos modos, no se entiende (ni bien ni mal) porqué hay que para tapar el cuello.

Sobre el alba los ministros ordenados se ponen la estola, franja de diversos colores cuyo nombre viene del griego "stolizo", adornar. Muchos la consideran como una de las insignias y no una vestimenta. Los diáconos se la colocan en forma cruzada, mientras que los presbíteros y obispos lo hacen colgándola por ambos lados del cuello. También se tiende a que sea de materia más digna y estética, para los casos, cada vez más numerosos, en que se celebra sin casulla (diáconos, concelebrantes, etc.) pues la Eucaristía es uno de los siete sacramentos y en ninguno se utiliza casulla, 
menos en ella.

En las últimas décadas diversos Episcopados, ateniéndose a la flexibilidad que el mismo Misal sugiere (IGMR 304), han pedido y obtenido de Roma un reajuste en el vestido litúrgico del que preside la Eucaristía, con una solución que tiende a unificar la casulla, el alba y la estola.

En 1972, a petición de los obispos franceses, se aprobó el uso de una especie de alba con una gran estola encima, que por su amplia forma de corte se puede decir que es a la vez alba y casulla. Se ha ido aprobando por Roma para todos los países que lo han pedido (Argentina, Brasil, Canadá, Filipinas... ), sobre todo para las celebraciones de grupos, concelebraciones o actos de culto que se tienen fuera de la iglesia, quedando en pie que el vestido litúrgico del que preside la Eucaristía es la casulla sobre el alba y la estola, y reconociendo que esta forma de alba-casulla cumple, en esas circunstancias mencionadas, la finalidad buscada.

Es razonable que si se utiliza la casulla no se use la estola: una u otra. Ya se había hecho una sabia "modernización", cuando en 1968 se dieron normas para la simplificación de las insignias y vestidos pontificales. Entonces ya se invitó al obispo a que, para una celebración solemne, se revistiera en la sacristía y no delante de la asamblea (como sucedía hasta entonces y las vestiduras se preparaban sobre el altar); que no hacía falta que se pusiera los guantes o las sandalias; que bastaba con el alba debajo de la casulla (sin necesidad de otras túnicas que antes se sobreponían); que la "cátedra", su sede, no debía parecerse a un trono (con su baldaquino y todo). Se quería conjugar a la vez la expresión gráfica de lo que es un obispo para la diócesis -maestro, animador espiritual, signo genuino de Cristo Pastor- con una sencillez más evangélica en los signos de esa dignidad...

Para la Eucaristía fuera de la Misa, como dar la Comunión o tener Exposición y Bendición con el Santísimo, la estola puede ser del color litúrgico del día ya que dice el texto oficial: “todo como en la Misa” (cf Ritual de la Eucaristía fuera de la Misa).

Hay otros vestidos menos usados pero que podrían ir desapareciendo ya (como en su día el manípulo, el birrete, etc.) si se aplica lealmente la voluntad del último Concilio. Así el "palio", que es como una 2ª estola que utilizan los arzobispos a modo de escapulario, de tela blanca salpicada de cruces, que les envía el Papa como distintivo de su especial dignidad. 


La "capa pluvial" que se viene utilizando principalmente en las procesiones, también en bodas y bautizos sin Misa. Las vestiduras corales de los canónigos (por ejemplo el manto coral y la muceta negra). También las "insignias" distintivas para el obispo: cruz pectoral, anillo, báculo, solideo... el Espíritu del Señor pide su desaparición; la autoridad no está en el número de cachibaches que uno se pueda colgar.

Del anillo papal hay una anécdota del 28-VIII-2006: Robaron en el Museo chileno en “la Cruz del Tercer Milenio” (Coquimbo, a 450 km al norte de Santiago) un anillo de oro donado por Juan Pablo II en octubre 2000 y 2 cruces pectorales de oro con incrustaciones de piedra amatista y coral negro donados por el Nuncio en Chile, Mons Aldo Cavalli. Se calculan de un valor de 6.600 dólares. Tras el robo se ordenó la retirada inmediata de la vitrina del anillo de oro y amatista, y la cruz pectoral de plata donada en 2002 por el entonces Card Ratzinger.

Sería interesante reformar los colores de las casullas y estolas para ajustarse mejor al significado que tiene cada color, sobre todo para las exequias. El verde oscuro sería más adecuado ya que predicamos la noticia -Cristo resucitado- y damos testimonio de la esperanza fiable. Para el tiempo ordinario un verde claro u otro color. El color azul claro para todas las memorias, fiestas y solemnidades de la Virgen. El azul oscuro podría proponerse para las celebraciones en honor de l@s doctores de la Iglesia.

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