La participación de la mujer en la vida eclesial
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Después del Concilio Vaticano II, Pablo VI expresó el alcance de este «signo de los tiempos» que es el correcto feminismo que bulle por la aldea global y decía: «En el cristianismo, más que en cualquier otra religión, la mujer tiene desde los orígenes un estatuto especial de dignidad, del cual el Nuevo Testamento da testimonio en no pocos de sus importantes aspectos (...) es evidente que la mujer está llamada a formar parte de la estructura viva y operante del Cristianismo de un modo tan prominente que acaso no se hayan todavía puesto en evidencia todas sus virtualidades» que citó Juan Pablo II en su Carta apostólica “La dignidad de la mujer” (15-VIII-1988).
El trato de Jesús con las mujeres
“En Jesucristo –sigo leyendo al Papa Wojtyla- reconocemos sus actitudes hacia las mujeres; es sumamente sencillo y extraordinario (...) Es algo universalmente admitido, incluso por parte de quienes se ponen en actitud crítica ante el mensaje cristiano, que Cristo fue el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación correspondiente a esta dignidad. A veces esto provocaba estupor, sorpresa, incluso llegaba hasta el límite del escándalo; «se sorprendían» los mismos discípulos de Cristo” (Juan Pablo II, ibid).
Jesús no sólo “revoluciona” el trato con las mujeres israelitas, sin tonterías ni familiaridades libertinas, sino también con las extranjeras como la samaritana, la sirio-fenicia, etc.

Un día Jesús envió a otros setenta y dos (cf Lc 10,1) y -hasta ahora- suele pensarse que todos eran varones.
En Betania se citan a Marta y María (cf Lc 10,38), en casa de Pedro su suegra (cf Lc 4,38). Así mismo cabe suponer que habría féminas en casa del fariseo (cf Lc 7,36), en casa de Zaqueo (cf Lc 19,5-6), en casa de Simón el leproso de Betania (cf Jn 12,2) o en el banquete que le ofrece Leví (Mateo), recién llamado, donde eran numerosos los publicanos y otras personas (¿sólo varones?) que estaban con ellos a la mesa (cf Lc 5,29). en la boda de Caná estaba su Madre María (cf Jn, 2,1), la novia, la madre de la novia, la suegra, sobrinas, primas, hermanas, etc.

En la estancia superior -el Cenáculo de la Última Cena- se dice que era donde vivían los “once” pero se añade que perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús.
“En Jesús no se encuentra nada que refleje la habitual discriminación de la mujer (propia de todos los tiempos y lugares)… por el contrario, sus palabras y sus obras expresan siempre el respeto y el honor debido a la mujer (…) Conoce la dignidad del hombre (varón y mujer) (…) Junto a Cristo se descubren a sí mismas en la verdad (...) se sienten «liberadas», reintegradas, amadas; su posición social se transforma” (Juan Pablo II, ibid).
La participación de la mujer en la vida eclesial

Pero mientras se van rellenando las diversas funciones o servicios a la comunidad creyente parroquial, interparroquial, diocesana, vaticana, etc., se puede ir pensando sobre el tema, con estudio y oración, para superar y suprimir los prejuicios, indiferencias, lentitudes. Por ejemplo su papel como acólitas pues los textos oficiales lo permiten.

Otra cosa será ver la oportunidad de recuperar esta función o ministerio de la mujer en la Iglesia, una vez que se van derribando los muros sexistas.
En Occidente, la institución de las diaconisas jamás tuvo el desarrollo que en Oriente pues a mediados del siglo V el Sínodo I de Orange (can. 26), el de Epaone (can.21) y el II de Orleáns (can.18) prohibieron su consagración. Pasado el siglo XI habían desaparecido totalmente en Occidente. De todas maneras un milenio da para mucho.
Ya san Pablo da testimonios de esta institución, citando a Febe, diaconisa de la iglesia de Cencreas (Rom 16,1). Las “viudas” no son lo que vulgarmente entendemos hoy, sino las mujeres que más bien parecen realizar un ministerio o tarea eclesial (cf 1Tim 5,9-10). Las Constituciones Apostólicas (del año 380 aprox.) dicen que estaban consagradas, que estaban por encima de las viudas y se las compara al clero (8,19-20) sin que por ello deban jurídicamente considerarse pertenecientes al orden clerical.
Ayudaban en la pastoral femenina atendiendo mujeres enfermas y pobres que visitaban a domicilio (incluso llevándoles la Comunión). También las preparaban para el Bautismo y ayudaban en el rito de la inmersión y en aquellos ritos en que especialmente debe salvaguardarse el pudor, como por ejemplo, en unciones sobre el cuerpo o en exámenes corporales. Además acompañaban a las mujeres que querían hablar con el obispo o con el diácono. En las iglesias siríacas no calcedonianas tenían más amplias funciones pero nunca las del altar.
Su edad de oro fue el siglo IV y V. En tiempos de Justiniano, en Constantinopla había 40 diaconisas junto a 100 diáconos y 60 sacerdotes. Según 1Tim 5,9 la “viuda” debía tener al menos 60 años, edad que puede aplicarse a las diaconisas en tiempos de san Pablo. La Didascalia (3,1,1) redujo la edad a 50 y de nuevo fue elevada a 60 en las Constituciones Apostólicas y en el Codex Theodosianus aunque el Concilio de Calcedonia (a. 451) volvió de nuevo a reducir definitivamente la edad a 40 años (can.15).
San Pablo les prohíbe a las mujeres tomar la palabra (1Cor 7,14; 14,34-35 y 1Tim 2,8-15) pero reseña su valiosa y efectiva colaboración (Act 18,1-4; Rom 16,4.6.12.15 y Phil 4,2-3). Juan Pablo II ya ha corregido el tono machista –propio de la época- de algunas afirmaciones paulinas referentes a la esposa y su condición en el matrimonio que, sin lugar a dudas, debe trasladarse también a otros ámbitos eclesiales para redefinir en plenitud el papel de la mujer en la Iglesia.
Uy... cuantos blogs valiosos.Para leer y meditar toda una vida....
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