martes, 2 de febrero de 2010

LA SECULARIZACIÓN


La secularización -como explica el profesor Illanes- es el proceso histórico nacido en la Europa medieval por el que las instituciones civiles afirman su autonomía respecto de las eclesiásticas. Se identifica con el proceso de liquidación de las estructuras medievales para superar la interdependencia entre sacerdotium e imperium y la consiguiente formación de ámbitos de pensamiento y de acción desgajados de la autoridad eclesiástica. Es el final de la época en que la pertenencia a la Iglesia era el elemento legitimador para la participación en la vida civil.


Todo tiene impreso por el Creador la ley de la evolución hacia el progreso, tanto a nivel individual como colectivo: así el hombre evoluciona físicamente de embrión a feto y luego a adulto, aunque este desarrollo tiene lógicamente un límite. 

Espiritualmente el hombre progresa desde la falta de uso de razón hasta la perfección (santidad). No se puede inventar el avión sin conocer la ley de la gravedad; no se puede inventar la tele e Internet sin antes haber descubierto la electricidad.


La sociedad civil también sigue una ley histórica de progreso (sin exagerar como Theillard de Ch.) y descubre mejoras estructurales: lo moderno supera a lo medieval; la democracia descubre la participación de las personas en la conquista del bien común que va engordándose con el paso del tiempo: ya no es sólo tener agua potable a mano. Además descubre su autonomía (querida por Dios) y busca la correcta separación de lo del César y lo de Dios.

Pero con el Racionalismo y la Ilustración tomaron carta de naturaleza expresiones como “las tinieblas del medievo”, la “llegada de la madurez de la razón”, el “siglo de las luces”, etc. Esta escuela de pensamiento se fundaba en la contraposición entre lo primitivo y lo civilizado, y suponía la primacía de la religión natural frente a la positiva, basada ésta en la Revelación y, por ello, se considera un fenómeno propio de edades infantiles o ingenuas de la humanidad. Pretender deducir la verdad de la pura razón, oscurece o rompe la íntima armonía que existe entre la razón humana y la fe y, a la larga, acaba desconociendo la subordinación de la razón misma frente a Dios.


La humildad no es la actitud del hombre inmaduro e intelectualmente poco desarrollado, sino la única actitud lógica de la criatura frente a su Creador. Es en el conocimiento y ordenación a Dios donde está la perfección y felicidad del hombre porque Dios mismo lo ha creado para ello. El hombre maduro no es el que deifica su razón y su voluntad, sino que sabe abrirse a Dios, reconociendo en Él la fuente de su vida y de su felicidad.


Los tradicionalistas, al enfrentarse con los racionalistas, cometieron el error, pasándose al otro extremo, de negar la analogía entre la verdad y la humildad, para caer en la univocidad o identidad de ambas, divinizando con ello toda autoridad y desconociendo la limitación que acompaña a toda construcción cultural humana. Incurrieron en la idealización indebida medieval y en el inmovilismo histórico.

El problema no es matar la natural aspiración del hombre a informar su vida con su fe (la que sea) y, por tanto, el cristiano a informarla del espíritu evangélico, sino que radica en la tendencia a identificar de manera casi prácticamente absoluta la vida y la fe. 

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