sábado, 30 de enero de 2010

¿EL VATICANO UN ESTADO?

Un sueño frustrado
Antecedentes históricos

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En 2009, en recuerdo a los 80 años de la Ciudad-Estado Vaticano, Correos Vaticano editó una serie de sellos con los siete papas que han sido sus Jefes de Estado desde 1922. Se emitieron el día 10 de febrero, uno antes del aniversario de la firma de los “pactos lateranenses”. 

¿Cómo justificar que, desde un momento concreto, los sucesores de los apóstoles vivan en palacios y el sucesor de Pedro necesite un Estado? ¿Por qué necesita un Estado el obispo de Roma cuando no lo necesitan los otros cuatro mil y pico obispos?

Cristo es el único modelo y nació en la aldea de Belén de Judea, tuvo que refugiarse en un pueblo egipcio una temporada hasta que regresó a su patria galilea, Nazaret, otra aldea algo mayor que Belén. Cuando inició su vida pública, vivía en el pueblo de Cafarnaúm, en casa de Pedro. El mundo entonces conocido estaba lleno de grandes ciudades, palacios, casas señoriales.

La reforma conciliar que para mejorar la fidelidad al espíritu busca la vuelta a la sencillez y pureza originaria, pide “desnudar la Iglesia” –como dijo un día el Cardenal Poupard- o sea purificarla del polvo del camino. Algunos intentaron reformar al menos la vivienda y dejar los palacios episcopales por ser restos arqueológicos medievales, cuando las cosas ya no eran ajustadas al Evangelio, pero en las últimas décadas se ha dado marcha atrás allí donde se había iniciado, considerando incluso la iniciativa como una traición a la fe.


La reforma del Vaticano que pide la fidelidad evangélica promovida por el Concilio Vaticano II no es simplemente repintar fachadas y seguir ampliando los museos.


Un sueño frustrado


Uno de los títulos que conserva el obispo de Roma es el de Soberano (monarca absoluto) de la Ciudad-Estado Vaticano. La santa Sede o el Vaticano puede y debe concebirse sin ser un Estado y la reciente liquidación del poder temporal -la pérdida de los Estados Pontificios- requiere todavía un último paso.

Era esperanzadora la anécdota de Pablo VI con su amigo Hélder Cámara, el obispo brasileño a quien Juan Pablo II pudo dar un abrazo fraterno en su propia tierra. Un día le preguntó Pablo VI qué medidas se podrían tomar para corregir a la luz del Evangelio el montaje curial de Roma. Don Hélder sonriente le sugirió: Ponga usted la basílica de San Pedro, el Palacio Pontificio y los muesos vaticanos en manos de la UNESCO; son bienes culturales. ¿Dónde me iría a vivir? A la planta baja de una casa parroquial, le cederán algún despachito. ¿Qué hago con la representación diplomática distribuida por el mundo? Convoque a todos los nuncios y agradézcales los servicios prestados .
En 1850 se inició la pérdida de los Estados Pontificios y en 1871, Pío IX se encerró en el Vaticano y se negó a firmar la "Ley de garantías", redactada por el Gobierno italiano en mayo, que reconocía la invulnerabilidad y soberanía del Papa, le concedía una renta anual de 3.250.000 liras y le asignaba el uso de palacios del Vaticano y Letrán con la villa de Castelgandolfo y se declaraba garante del libre ejercicio de su poder espiritual. Parecía una solución evangélica. Pero el Papa renovó la excomunión de todos y se consideró prisionero en el Vaticano.

          Después de casi 80 años en que no parece que pasara nada por aquella pérdida de poder temporal, fue el Cardenal Secretario de Estado Vaticano, Gasparri, en tiempos de Pío XI, quien firmó con Musolini (11 de febrero de 1929) los llamados “pactos lateranenses” que reconocía y permitía el Estado Vaticano con capacidad por tanto de emitir sus sellos, su moneda, sus matrículas y su pasaporte. Italia indemnizaría con 1.750 millones de liras.

Durante los anteriores años, hubo intentos de que el Papa pactara con un organismo internacional que se encargaría de tutelar su libertad pero Italia no aceptó ese plan. 

Habían pasado 870 años desde que Nicolás II (1058-61) empezara por primera vez a comportarse como un Papa-Príncipe-Señor feudal de unos territorios con sus vasallos correspondientes. 


La pérdida de los Estados Pontificios tuvo que venir de fuera y por las malas. La Providencia se sirve también de esas cosas pues escribe derecho con renglones torcidos. 

En mis viajes quisiera que todo sucediera con simplicidad y en caridad. Jesucristo, Pedro, Pablo y Juan no fueron Jefes de Estado. Conozco y comprendo –testimonia uno de los dos colaboradores íntimos del fugaz papa Juan Pablo I mientras les abría su corazón en aquellas escasas cuatro semanas- todas las razones históricas de tradición y oportunidad que pueden dar prestigio a la Iglesia y al Papa... pero, ¿cómo se puede cambiar de piel de golpe...? Sé muy bien que no seré yo quien cambie las reglas codificadas durante siglos, pero la Iglesia no debe tener poder ni riquezas... Yo no quiero escoltas ni soldados. Al igual que no deseo que la Guardia Suiza se arrodille a mi paso, ni que nadie lo haga 

(...) En estos días me ha surgido la curiosidad de leer los títulos de que goza el Papa en el Anuario Pontificio (...) es una herencia del poder temporal. Tan sólo falta Papa-Rey (...) Tengo la impresión de que la figura del Papa es ensalzada en exceso. Se corre el peligro de caer en el culto a la personalidad, algo que yo no deseo en absoluto (...) ¡Qué hermoso hubiera sido que el Papa hubiera renunciado espontáneamente al poder temporal! Debería haberlo hecho antes. Demos gracias al Señor que así lo ha querido y lo ha hecho” .

Roberto Belarmino (+1621 con 79 años), jesuita, cardenal, obispo de Capua, doctor de la Iglesia, sobrino del papa Marcelo II, era templado, conciliador, libre y profundo, o sea un santo incómodo. Teólogo particular del papa y consultor del Santo Oficio, sin embargo estuvo metido en el Índice por criticar los límites del poder temporal del papa, consciente de no faltar a su 4º voto sino todo lo contrario, viviendo la evangélica corrección fraterna.

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