martes, 12 de enero de 2010

¿IGLESIA DEMOCRÁTICA?

Democracia y autoridad
La democrática Iglesia apostólica
Democracia para el tercer milenio

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Si Dios, Uno y Trino, es demócrata en su ser y en su actuar, como he tratado en el anterior post, los que hemos sido hechos a su imagen y semejanza tendremos que tener ese talante para funcionar bien.

El Espíritu Santo, la tercera Persona divina, concede a cada bautizado el don de consejo que ayuda a discernir qué hacer y qué omitir en cada caso concreto: es el talante democrático que enseña a no evadirse ni a acaparar.

Demuestran falta de talento quienes se burlan de la democracia. Algunos alegan que etimológicamente tiene la misma raíz que el demonio. Otros, un tanto cabalísticos, afirman que, convirtiendo las letras de esta palabra en los números correspondientes según su orden en el alfabeto griego, la suma es precisamente 666, la cifra del Anticristo. La Iglesia al vivir su dimensión democrática, no comete ningún error dogmático, simplemente se aplica a sí misma la llamada Doctrina Social.

Democracia y autoridad

El Catecismo de la Iglesia católica no utiliza la palabra “democracia” pero sí los conceptos de “participación”, “socialización”, “Estado de Derecho” y “subsidiaridad” (cf nn. 1882-1885) que son el esqueleto de la Doctrina Social de la Iglesia y ésta, recuerda Juan Pablo II, “pertenece al ámbito de la Teología” (VS, 99). La Doctrina Social es Teología y esta ciencia debe servir tanto para el Estado como para otras asociaciones civiles o religiosas pues si una cosa es cierta, no admite excepciones, como la gravedad. Así que la verdad de lo social debe aplicarse también en el ámbito interno de la Iglesia, como sociedad humana que es: “La Iglesia, como sociedad humana, puede sin duda ser también examinada según las categorías de las que se sirven las ciencias en sus relaciones hacia cualquier tipo de sociedad” (Redemptor hominis, 21).

No hay un muro que separa radicalmente lo democrático de lo jerárquico que sólo son incompatibles para una visión en clave dialéctica. El gesto de Cristo entregando a la Iglesia (en Pedro) las llaves del reino es quizá el más democrático de todos, como si dijera: “ahí tenéis las llaves; haced lo que os parezca. Yo no pienso intervenir en vuestra humana participación para diseñar la Iglesia, para sacarla adelante, para hacerla eficaz en su cometido”. Cristo vino a decir: “ojo con lo que hacéis pues lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo; o sea, que la Iglesia está en vuestras manos y no voy a bajar para dar órdenes. Cuento con la Iglesia aunque sé de sobras y de antemano que haréis muchas cosas mal. Aprended a convertiros, a pedir perdón en los casos negativos y rectificad; aprended de mí que soy humilde de corazón”.

Evidentemente la democracia no es un instrumento para consensuar los principios de la Moral ni los dogmas de la fe, como no se consensuan las Matemáticas, la Física, la Química, etc. Pero sí es instrumento para la organización de las estructuras civiles y eclesiales que Dios ha dejado en manos de los hombres al correr el riesgo de la libertad humana, conforme a su talante participativo para con todas sus criaturas y especialmente la hecha a su imagen y semejanza, y en conformidad con la legítima autonomía de los asuntos temporales, como lo son los organizativos de la comunidad de los creyentes, salvo el fundamento divino jerárquico.

La subsidiaridad se opone al colectivismo y al individualismo, y traza los límites de la armonía que debe reinar entre lo individual y lo social o colectivo (cf CEC, 1885). Interesa no olvidar la definición que de ella se da, recordando la enseñanza de Pío XI en Quadragessimus annus, 48, recogida en el Catecismo de la Iglesia (CEC 1883). La democracia exige la subsidiaridad y los demás valores sociales, los cuales no han faltado en la primitiva Iglesia jerárquica fundada por Cristo. No son valores enfrentados en clave dialéctica. Lo democrático es constitutivo de la verdad por ser de raíz divina. Es ya la hora de perder el miedo a este concepto y recuperarlo de nuevo, como al principio de la vida de la Iglesia para vivir la plenitud cristiana sin recortes, ni reduccionismos que deshumanizan las estructuras eclesiales. Sobre todo perder el miedo quienes tienen mucho que perder, en cotas de poder y en privilegios heredados y que no están dispuestos siquiera a dejar hablar de ello.

La democrática Iglesia apostólica

Los Hechos de los Apóstoles narran los primeros momentos de la incipiente Iglesia primitiva que empieza a expansionarse hasta los confines de la tierra. Los toques de talante democrático son numerosos. Lucas al escribir los Hechos no piensa en los hombres y mujeres del siglo XX-XXI pero deja trazos suficientes para satisfacer nuestra justa curiosidad y dibujarnos el perfil democrático de entonces.

En el Cenáculo, esperando la Pentecostés y ante los 120 presentes, Pedro simplemente pide que se supla a Judas; el resto lo hacen los demás que eligen a dos y la suerte cayó en Matías (cf Act 1,21-26). Pedro sólo da testimonio del resucitado (cf Act 4,33 y otros). Pide al cielo poder participar del poder divino y que Dios extienda en él su mano para hacer más curaciones, milagros y prodigios después de haber curado a un hombre de 40 años, cojo de nacimiento (cf Act 4,29). Pedro, ante Ananías y Safira, se reconoce partícipe de la acción del Espíritu Santo que es a Quien han mentido; no le han mentido a él (cf Act 5,1-10).

Son los "doce" (y no sólo Pedro), ante las reivindicaciones de los helenistas contra la situación privilegiada que de hecho van teniendo los hebreos, quienes deciden elegir a siete diáconos para el trabajo o ministerio de la atención material de las viudas y piden al pueblo que participe: “Buscad de entre vosotros a siete varones de buena reputación...” (Act 6,3). En casa del pagano Cornelio, Pedro mandará bautizarlos (no lo hace él sólo) una vez que los fieles de la circuncisión que le acompañaban aclamaron la maravilla vista al recibir también al Espíritu Santo tanto Cornelio como su familia (cf Act 10,44-48).

Los dispersados por la persecución de Esteban se fueron de Jerusalén a Fenicia, Chipre y Antioquía predicando la Palabra, aunque sólo lo hacían a otros judíos. Enterados (plural) los de Jerusalén, enviaron (plural) a Bernabé; éste se alegró mucho y fue (hoy sin missio sería ilegal) en busca de Saulo a Tarso para estarse ahí todo un año (Act 11,20-26). En el Concilio de Jerusalén, Santiago, que hacía de Secretario, aclamó: “nos ha parecido de común acuerdo (...) os enviamos (...) porque nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros...” (Act 15,25-28): todo en plural. El ángel que libra a Pedro por primera vez de la cárcel, le dice que siga hablando al pueblo porque Dios no lo va a hacer por sí mismo (cf Act 5,20). Etc.

En la Edad Media, el gobierno de las monarquías tradicionales cristianas, para superar la dispersión feudal, fue concentrando el poder mediante sucesivas sumisiones y supresiones de los centros dispersos. ¡Qué tendrá que ver esa construcción social con el cristianismo!, digo yo. Abundaron entre filósofos y teólogos las teorías democratizantes que sostuvieran el origen popular del poder, sin perjuicio de la última ratio divina y la idea del pacto social, pero las condiciones socioeconómicas e ideológicas no permitieron el establecimiento de regímenes democráticos aunque los dominicos vivían con este talante desde su fundación. En el siglo XVI no sólo Savonarola reclamaba este talante democrático, sino también Suárez y Belarmino aunque lamentablemente sólo influyeron en las universidades protestantes y en la Constitución de USA . Está muy bien que individualmente cada cristiano tenga su opinión personal en los asuntos temporales, pero clama al cielo, brota bríos, el que eso sea la finalidad de la Iglesia: Cristo no la fundó para resolver nuestros problemas temporales aunque la tentación nos rondará siempre, generación tras generación.

Democracia para el tercer milenio

Para seguir impulsando la democratización de la Iglesia, aparte de las implicaciones de la colegialidad episcopal y demás ámbitos eclesiales tal como prevé el CIC (cc 129&;2, 228&;2 y 517), Juan Pablo II impulsó algunos detalles en la participación, aunque todavía “periférica”, de los laicos en la vida vaticana, al estilo de los monaguillos de la Misa de antes. Por primera vez en la historia nombró Portavoz de la Santa Sede a un laico profesional del periodismo; nombró a una mujer, Mary Ann Glendon, madre y abuela además de profesora de Derecho de la Universidad Harvard, portavoz del Vaticano en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Pekín, 1995). 

Benedicto XVI ha nombrado a la tercera de las mujeres que trabajan como subsecretarias en organismos vaticanos; son Flaminia Giovanelli del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, Rosemary Goldie del Pontificio Consejo de laicos y sor Enrica Rosanna de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica. ¡Cuántas miles de cosas quedan todavía por hacer! También con ellas que no sólo sirven para planchar, lavar y decir amén.

Es bueno que las iglesias particulares sigan mirando a Roma y se animen -sin imposiciones centralistas- a vivir también las cosas buenas que allí se hacen aunque aplicándolas a su manera propia. Democratizar las estructuras vaticanas dará muchas luces a los obispos en sus propias diócesis y, a su vez, ellos darán luces a los párrocos para que la democratización llegue hasta la más mínima comunidad eclesial.

La fe la concede Dios a cada bautizado: no la concede el Papa o el párroco que bautiza, y son los padres los únicos responsables directos en la transmisión de la fe. Las catequesis o clases de religión son subsidiarias para los padres. El encargo petrino es, una vez convertido, confirmar en la fe a sus hermanos. El encargo de ir a predicar a todas las gentes es para todos y cada uno de sus discípulos: no es para uno solo o un grupo reducido (religioso o clerical) y el poder de atar y desatar es dado a la Iglesia entera, etc.

La Iglesia actualmente, con la luz del Espíritu Santo, puede y debe entender cada vez mejor la importancia de este talante divino que ha de vivir tanto hacia dentro como hacia afuera. El mundo va a su aire, tiene perfecta autonomía y la autoridad de que son investidos los apóstoles no es potestad terrenal. Las llaves del reino que Cristo entregó a la Iglesia no son las llaves de los reinos de este mundo; son las llaves de la Iglesia en Roma y en cada una de las otras diócesis que estaban metidas en el mismo llavero y las entregó a la Iglesia en la persona de Pedro.

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