jueves, 7 de enero de 2010

¿DIOS ES DEMÓCRATA?


Dios es demócrata

Cristo actúa democráticamente
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Para celebrar el Gran Jubileo del 2000, el objetivo del papa Wojtyla –como ha de ser siempre en todas y cada una de las acciones de la Iglesia, tanto personales como colectivas-, era “la glorificación de la Trinidad, de la que todo procede y a la que todo se dirige en el mundo y en la historia” (TMA, 55). Y precisamente es en el misterio trinitario –no puede ser de otra manera- donde se destaca la cualidad democrática de Dios, Uno y Trino.
Dios es demócrata

L
a democracia en estado puro es Dios mismo y por eso es cualidad esencial del hombre y de lo humano por ser imagen y semejanza de Dios (cf CEC 1878). Efectivamente la democracia es un atributo del Dios Trino pues su esencia es la participación de tres Personas en una única naturaleza. Cada Persona divina participa de la totalidad de la única divinidad y el hombre será creado para participar también, aunque de otra manera, en la divinidad. En la obra de Dios participa todo el mundo. Lo esencial de la democracia es la participación de todos.

Recuerda el Catecismo de la Iglesia católica que Dios no ha querido acaparar el ejercicio de todos los poderes y este modo de proceder debe ser imitado por sus criaturas racionales, hechas a su imagen y semejanza (cf CEC 1884). Quien calienta el planeta Tierra es el Sol y no Dios aunque metafísicamente es quien calienta por ser la Causa Primera. Cuántas luces nos da también la Ecología, que enseña cómo participan los seres, cada uno según su naturaleza, en el equilibrio de un ecosistema. Romper la participación de algún elemento (sea una molécula, sea un ser vivo) supone romper el equilibrio y aquella maravillosa unidad en la pluralidad desaparece.

El Creador ha impreso en la naturaleza del sol su capacidad para dar luz y calor, y en todo cargo humano está la autoridad y el poder correspondiente, pero no es Dios quien designa (ni quiere hacerlo) a la persona que lo ostentará.

La soberanía popular no atenta a la visión metafísica que reconoce a Dios como único Soberano, Causa Primera y el dador de toda autoridad. La afirmación del propio Cristo a Pilato no es una afirmación “política” sino “metafísica”. “¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte? Jesús respondió: “No tendrías sobre mí ningún poder si no te hubiera sido dado de arriba” (Jn 19,10-11). Evidentemente ni Pilato fue nombrado por el cielo ni Cristo está sancionando la teocracia.

La autonomía de los asuntos terrenales no es una “concesión” teológica por la que la metafísica cede hoy para luego recuperar mañana. El poder y la autoridad son dos conceptos que se implican pero que no deben confundirse; no son términos equívocos. En la familia no se puede elegir a los padres, pero en la vida social, elegir a los cargos públicos es la manera más responsable de hacer las cosas. Así lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica que recoge una cita textual de Gaudium et spes, nº 74, 3 (cf CEC, nº 1901) de acuerdo con las enseñanzas anteriores de Juan XXIII en Pacem in terris (nº 52) y de León XIII en Inmortale Dei (nº 18). Y recuerda además que quien se opone a la autoridad, se revela contra el orden divino (cf CEC, nº 1899).

Dios es demócrata en su ser y, como consecuencia, en su obrar y por eso sólo utiliza un criterio: el democrático, el de la participación de sus criaturas, incluso las irracionales en su obra creadora (cf CEC 1884). Como el hombre es partícipe de la naturaleza divina en el ser, tiene que ser también partícipe de ese modo divino de obrar; todos los hombres participan en el poder creador de Dios y los cristianos además en su obra redentora.

Sería interminable el listado de citas del Antiguo Testamento sobre el talante democrático de Yahvé y su respeto absoluto a la participación del hombre en su tarea creadora y redentora. ¡Cuántos problemas e incluso pecados (y gordos) se hubiera evitado Dios si no hubiera hecho libre al hombre!

Es llamativo que Yahvé atiende a los deseos de su pueblo elegido, por ejemplo, cuando le piden cambiar el sistema de gobierno y, para ser como los demás pueblos vecinos, desean una monarquía (cf 1Sam 8,4-5). Yahvé está comprometido en la participación del hombre -su imagen y semejanza- y, en esa ocasión, obedece: “Yahvé dijo a Samuel: Oye la voz del pueblo en cuanto te pide (...) Escúchalos (...) Escúchalos y pon sobre ellos un rey” (1Sam 8,7.9.22). Se instaura la monarquía, con sus ventajas y no pocos inconvenientes, pero de ella -precisamente- vendrá la casa de David y de ese concreto modo de gobernarnos los humanos expondrá Cristo el concepto del reino de los cielos.
Cristo actúa democráticamente

En su vida, Cristo, Dios hecho hombre, manifiesta un constante talante democrático que le sale espontáneo y no por afán de hacer las cosas políticamente correctas. Cuenta con la participación del Bautista para que le presente a Juan y a Andrés (cf Jn 1,35-51); el día de su bautismo, le insta a su primo a que no se arredre y a que cumpla su misión pues el Cristo (Mesías, Ungido) debe ser bautizado por Juan (Mt 3,15). Hace participar a los criados de la casa en la boda de Caná de Galilea, cuando lo mismo le costaba convertir en vino el agua que el aire de las tinajas vacías. Pero pidió la participación de esos hombres. Igualmente su Madre María, sorprende en esta su primera actuación en público por su talante también democrático. Ella, y antes de que lo haga su Hijo, se dirige a los criados porque sabe cuál es el estilo divino y que Jesús no hará solo el milagro: “Haced lo que Él os dirá” (Jn 2,7). Cuenta con sus discípulos: Dadles vosotros de comer. Lo que atéis quedará atado y lo que desatéis quedará desatado en el cielo.

Cuando ya tiene a los primeros discípulos que le siguen, Jesús no bautiza por sí mismo, sino que lo hacen ellos (cf Jn 4,2). Cuenta con la recién convertida mujer, y además samaritana, para que, con su participación personal, los del pueblo quieran conocerle y escucharle (cf Jn 4, 39). En las dos pescas milagrosas que relatan los evangelios, Jesús quiere que sus discípulos participen en el milagro y les pide que hagan lo que pueden: echar las redes; el resto, lo que no es humano, es lo que hace Cristo (cf Lc 5,4 y Jn 21,6). Cuando la multiplicación de los panes y peces para que la muchedumbre pueda comer, pide la participación de Felipe y de Andrés, además de la del muchacho que todavía tenía algo para comer de lo que presumiblemente le habría preparado su madre. En su misión apostólica, Jesucristo cuenta con la participación de las mujeres (Lc 8,2-3), con otros setenta y dos discípulos (Lc 10,1), etc.

Cuenta con los apóstoles a pesar de sus errores, de su ignorancia, de sus meteduras de pata constantes: Santiago y Juan quieren acabar con los samaritanos que no les han dado cobijo cuando de camino pasaron por esas tierras (cf Lc 9,54). Ningún apóstol entiende de qué les habla Jesús cuando les dice que se guarden de la levadura de los fariseos y de los publicanos; ellos piensan sólo en los bocadillos (cf Mt 16,8-11). Pedro se escandaliza (Mt 16,23), Juan es un intolerante y prohíbe a uno que no era de los suyos que haga el bien (cf Mc 9,38-41), Pedro le niega (cf Mt 26,70-74), todos le abandonan en el huerto de Getsemaní (cf Mt 26,56). Etc.

Jesús cuenta con la participación de sus discípulos a pesar de los pesares y sólo exige rectitud de intención. En caso contrario, les invita a abandonarle como a la muchedumbre que le seguía porque les daba de comer gratis y hasta saciarse; seguirle era un chollo, era el estado de bienestar absoluto sin tener que pagar impuestos, ni cocinar ni hacer colas en las cajas del supermercado, en los ambulatorios u hospitales (cf Jn 6,26).

Jesús no se desanima por los errores y las torpezas de los suyos: es un demócrata nato y ninguna razón le hará cambiar de talante. Dios es eterno e inmutable. Incluso después de la Resurrección, los discípulos siguen sin entender nada, van a su
bola creyendo que ahora es cuando va a instaurar ese reino con el que soñaban; han oído que no es de este mundo, pero ellos erre que erre. Para desconcierto (o para reto) de la inteligencia humana, Dios cuenta con Judas el traidor (cf Mt 26-14-16) por el que devienen algunos acontecimientos previstos y, así mismo cuenta con la participación de los ángeles condenados (Satanás y sus demonios) para el ejercicio de la libertad del hombre, para alcanzar la felicidad sobrenatural de la vida eterna a la que está llamado.

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