martes, 1 de diciembre de 2009

LA SUBSIDIARIDAD EN LA SOCIEDAD

La subsidiaridad
La subsidiaridad en la vida civil
Una experiencia histórica
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Dios no ha querido retener para Él solo el ejercicio de todos los poderes. Exige a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, según sus capacidades. Este modo de gobierno debe ser imitado por el hombre en la vida social. El comportamiento de Dios en el gobierno del mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe inspirar la sabiduría de los que gobiernan las comunidades humanas. Estos deben comportarse como ministros de la Providencia divina (cf Catecismo de la Iglesia católica, 1884).

La subsidiaridad

El Catecismo, en el capítulo dedicado a la comunidad humana, recoge la enseñanza de Juan Pablo II: “La doctrina de la Iglesia ha elaborado el principio llamado de subsidiaridad. Según éste, «una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino más bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales (Centesimus annus, 48)»” (CEE, 1883).

La subsidiaridad hoy la definen algunos diametralmente opuesta a lo quiere decir tal palabra y así, al revés de lo debido, se predica del ciudadano en vez del Estado o de cualquier otra institución social inferior, respecto a una superior. 

Como suponen que el Estado moderno es el único propietario del poder absoluto y de todos los derechos (lo cual es antidemocrático por definición), creen que cumple su deber concediendo derechos, traspasando competencias o dando licencias a los de abajo. En sentido correcto, la subsidiaridad es el deber (no el derecho) de una institución superior con las personas individuales que la constituyen para lograr aquello que por sí solas no son capaces. El estado no tiene derecho a conceder o traspasar nada pues no es propietario sino administrador, nombrado por el pueblo.

Parece como si a los ciudadanos se les tuviera considerados infantes y papá Estado les da la semanada. Los paternalismos, del signo que sean, atentan contra la dignidad de la persona humana y sus más elementales derechos humanos.

Es el hombre el que crea la sociedad, y no al revés, y tal estructura social debe respetar todos los ámbitos del ejercicio de la libertad humana, incluida la libertad religiosa que enmarca en cada conciencia sus opiniones personales. Así lo recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, recogiendo el magisterio conciliar: “El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana (GS, 25)” (CEE, 1881).

La subsidiaridad es un concepto verdadero, lo es en todas las áreas de la vida humana (como la gravedad), así que vale tanto para lo civil como para lo eclesial, para el Estado y para la Iglesia, para una Diócesis y para un Ayuntamiento, para el Vaticano y para la ONU, etc.


La subsidiaridad en la vida civil

La actual manera de vivirse la democracia no es la adecuada a su propia esencia en cuanto se ha reducido simplemente a un artilugio para cambiar a los propietarios del poder. En vez de ser ahora, como en el medievo feudal, unos señores por razón de la sangre, que lo sean en razón de las urnas; siempre pocos. En ambos casos puede cometerse la barbaridad de hacer que los ciudadanos están para servir a esos pocos señores. 


Se quiso históricamente terminar con el intolerable abuso del poder debido al absolutismo monárquico, pero se fabricó otro absolutismo (totalitarismo) en unas cuantas manos, las poderosas de un partido o unos financieros (todo se compra con dinero) que se apropian del Estado y osan reclamar a los ciudadanos que –como esclavos- estén a su servicio. Son “estructuras de pecado” que instituyen los que tienen un corazón de piedra y no atienden a la verdad de las cosas.

No es fácil frenar la pendular historia europea, ora Imperio de Carlomagno, ora Sacro Imperio Germánico, ora Imperio Napoleónico, ora... La Unión Europea se ha de diseñar con un estilo diferente al norteamericano pues USA es un montón de Estados casi sin historia en comparación con el conjunto de naciones europeas y cada una de ellas con una historia, en bastantes casos bimilenaria. Para construir la nueva Europa, Francia, Alemania, Italia, España, Inglaterra, etc., no deben prescindir por imposición externa de su identidad propia ni han de renunciar a su idiosincrasia y patrimonio cultural, aunque cada nación o pueblo ha de esforzarse por dejar de ser el protagonista y ceder algo propio para lograr el bien común. La UE no la han de construir unos pocos que tienen el poder, con el fin de imponer sus intereses (también religiosos, sean cristianos o laicistas) y sus opiniones opinables.

La unidad de España se ha ido imponiendo con la fuerza de las armas y en nombre de Dios y, aunque los Austrias tuvieron el detalle de respetar la idiosincrasia de los pueblos hispanos, los Borbones arrasaron para imponer su inhumano centralismo. ¡Lamentables las conductas ante el problema vasco y catalán o la realidad de las Comunidades Autónomas! No quieren entenderlo y dicen que no existe y no ha existido el problema; dicen que es cosa de unos descerebrados. El ladrón piensa que todos son de su condición. Es significativo que en la población valenciana de Xátiva esté Felipe V colgado alrevés aunque es lamentable que la idiosincrasia de ese pueblo sea el "tan se me han fot".

Una sociedad pluricultural, plurirreligiosa y plurilinguística, debe organizarse atendiendo a los intereses de todos y cada uno de las personas y grupos que la componen, sin discriminación alguna. No es lo mismo “imponer” por mutuo acuerdo que hacerlo sin pactar. Ya no es la hora de imponer, y menos por la fuerza de las armas, aunque existen otras formas sibilinas como la violencia moral, la sicológica o la jurídica.

¿Ha desaparecido la esclavitud? Juan Pablo II, con ocasión del Gran Jubileo del año 2000, sugirió también este punto concreto para el examen de conciencia de todos los cristianos y hombres de buena voluntad que quisieran aprovechar la ocasión de estrenar con buen pie el tercer milenio de la era cristiana. La esclavitud es una lacra con la que el hombre parece que debe resignarse. Hoy son nuevas formas, más sutiles pero no por ello menos aberrantes (cf Incarnationis mysterium, 12).

El propio Papa Wojtyla recordaba que: “Los medios técnicos a disposición de la civilización actual ocultan no sólo la posibilidad de una autodestrucción por vía de un conflicto militar, sino también la posibilidad de una subyugación “pacífica” de los individuos, de sociedades enteras y de naciones por quienes disponen de medios suficientes y están dispuestos a servirse de ellos sin escrúpulos”. Y añade en el mismo texto que “se piensa también en la tortura todavía existente en el mundo, ejercida sistemáticamente por la autoridad como instrumento de dominio y de atropello, y practicada impunemente por los subalternos” (Dives in misericordia, 11).

A nivel internacional, el proyecto globalizador debe tener en cuenta la experiencia lamentable de los siglos XIX y XX donde los países ricos y desarrollados atropellaron los derechos de los pueblos en vías de desarrollo (como lamentable y cínicamente se les llamó) y se servieron de ellos para agrandar el abismo que separa a los ricos de los pobres. 


A los nuevos estados y naciones que despertaban a la vida independiente se les ofrecía armas modernas y medios de destrucción al servicio de conflictos 
originados con formas de “patriotería”, de imperialismo o de neocolonialismo que creaban los mismos grupos del tráfico de armas, un negocio redondo. 

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