jueves, 3 de diciembre de 2009

LOS SOCIALISMOS

Rectificar es de sabios


El socialismo y el comunismo estaban identificados en el Magisterio hasta Pío XI, quien en la Encíclica Quadragesimo anno (1931) habló de la escisión, por un lado, en el comunismo (o socialismo-marxista) que encarniza la lucha de clases y la total abolición de la propiedad privada (cf QA, 112), y, por otro lado, en el socialismo que mitiga, aunque no rechaza, la lucha de clases y su abolición pues, aterrado por lo ocurrido en Rusia, no quería violencia, que precisamente no es cristiana (cf QA, 113-114).

Ese Papa negará que sea válida la pretensión de algunos en querer mitigar también el cristianismo y acercarse así al socialismo. 

Su actitud magisterial no fue sólo negativa sino que también propuso el aspecto positivo de impulsar el diálogo mutuo aunque ejerciendo la sana prudencia de exponer a su vez las condiciones para que un cristiano sea apóstol entre los socialistas, no cayendo en la connivencia y mostrando decididamente la fe plena e íntegra. 

Pío XI animó a los cristianos a tener la convicción de que los nuevos postulados de la sociedad son justos pero que pueden defenderse con más fuerza si se actúa con la fe, y pueden promoverse con más eficacia con la caridad (cf QA, 116). 


Además consideraba que si el socialismo se suavizara en la lucha de clases y en lo de la propiedad privada, seguiría, sin embargo, siendo incompatible para el cristiano puesto que concibe la sociedad con un inmanentismo absoluto que, ignorante del fin supremo del hombre, es materialista y únicamente pretende en exclusividad el bien terrenal material (cf QA, 18). La solución socialista para la mejora de la producción es a costa de inmolar la libertad personal (cf QA, 119) y dejará claro que toda expresión como "socialismo cristiano" o "socialismo religioso" es contradictoria, por lo que no se puede ser a la vez verdadero católico y verdadero socialista (cf QA, 120).

Pío XII, sólo dedicará un radiomensaje (24-XII-42) para recordar que mantiene vigente la condena del socialismo, tal como hiciera su antecesor.

Pero Juan XXIII, aunque en su Encíclica Mater et Magistra también condenaba al socialismo-marxismo por su raíz inmanentista, culpable de lo que estaba pasando, sin embargo en Pacem in terris expuso sus consideraciones acerca de la evolución de algunos grupos ideológicos y que ciertos comentaristas aprovecharon para aplicarlo al socialismo, que no citaba textualmente, pero al que parece referirse.
El "Papa bueno" dio un paso adelante distinguiendo entre las teorías filosóficas falsas, que por eso no pueden aceptarse, y las corrientes o soluciones concretas que, con el tiempo y la experiencia, pueden aceptarse pues suelen ser decisiones opinables y mudables y sólo de talante económico o social-cultural-político.

La “sorpresa” o “novedad” de Juan XXIII radica en que afirma que pueden aceptarse ciertas soluciones socialistas aunque se apoyen en ideas falsas (cf PT, n 159) porque pensaba que la teoría, una vez elaborada, ya no puede cambiar, en cambio, las corrientes prácticas siempre cambian porque se "amoldan al terreno". Por tanto, cuando el socialismo ya no sea verdadero socialismo, podrá ser sostenido por un católico. 

También este Papa dio contestación a la hipótesis de si un partido puede seguir llamándose socialista aunque tenga otros contenidos y afirmó que tal juicio es difícil y requiere mucha prudencia y conocimiento de causa. No dejó de recordar que cada católico, para hacer ese juicio, debe respetar el derecho natural y la obediencia al juicio moral previo de la autoridad competente que, en la esfera del orden temporal (aquí no hay avance), sigue siendo la Iglesia (cf PT, n. 160). Se puede ser “socialista” si por ello se entiende tener conciencia social, generosidad y solidaridad. No fue Saint-Simon ni Marx sino Cristo quien enseñó al hombre esta actitud.

El Concilio Vaticano II en Gaudium et spes, por ser un concilio pastoral y no doctrinal, no se entretuvo en condenar nada (ya condenado anteriormente) y presentó el enfoque positivo que tiene la Revelación y la concepción cristiana del hombre y de la sociedad.


Pablo VI, en Octogesima adveniens (15-V-71) insistió en los errores marxistas del materialismo ateo (n. 26), de su dialéctica de la violencia y de su modo de entender la libertad personal dentro de la colectividad. También aludió (n. 31) a la seducción socialista en algunos católicos que no sabían discernir atentamente las diversas formas que adopta aquí o allí y que, en muchos casos, siguen inspirados en la ideología contraria a la fe. Como males socialistas enumeraba otra vez el inmanentismo que sólo puede dar una visión materialista de la vida, del hombre y de la sociedad; la violencia como método de acción antievangélico; la subordinación de la familia al Estado, la negación del derecho a la educación de los hijos, la negación del derecho a la propiedad, etc.


Juan Pablo II en Centesimus annus (1991), después de Laborens exercens (1981) y Solicitudo rei socialis (1987), señala los puntos negativos del socialismo tal como previó León XIII antes de institucionalizarse en la vida política, social y económica, mientras estaba en estado de movimiento más o menos estructurado.
Fue una previsión profética de aquel Pontífice que estrenó el siglo XX y que veía, y por eso lo criticó, que el socialismo se convertiría en “la forma de Estado fuerte y poderoso, con todos los recursos a su disposición (...) León XIII tuvo “la gran lucidez... y la no menor claridad de intuir los males de una solución que... en realidad perjudicaba a quienes pretendía ayudar. De este modo el remedio venía a ser peor que el mal... los socialistas instigan el odio contra los ricos y tratan de acabar con la propiedad privada... teoría tan inadecuada como sumamente injusta pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión del Estado y perturba fundamentalmente todo el orden social”.

Juan Pablo II reconoce que en el socialismo “el error fundamental es de carácter antropológico pues considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social (...) El hombre queda reducido (...) desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de decisión moral (...) el hombre carece de algo propio que puede llamar “suyo” y no tiene posibilidad de ganar para vivir por su iniciativa, pasa a depender de la máquina social y quienes la controlan” (CA, 13-15).
El papa Wojtyla expone con claridad la concepción cristiana de la persona y su justa visión de la sociedad que debe iluminar a toda ideología o solución político-social. La doctrina de la Iglesia, como es el Evangelio, no es una solución en sí misma; es simplemente luz para los hombres todos.

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