viernes, 27 de noviembre de 2009

¿CAMBIAR LA LEY DEL ABORTO?


Un dato científico
Una opinión magisterial
Un dato metafísico
Dar razón de la esperanza
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Un dato científico

El debate sobre el cambio de la ley del aborto en tantos países del planeta es muy interesante pero, para un cristiano, el problema que le ha de preocupar no es la ley en sí sino la deformación de los hombres y mujeres de hoy que se ha expandido por doquier e incluso osan decir que es un derecho.

El vaticanista italiano Sandro Magister publicó en abril 2006 un diálogo entre el que fuera Arzobispo de Milán, Cardenal Carlo Maria Martini, y el famoso bioeticista italiano Ignazio Marino, director del Centro de transplantes del Jefferson Medical College de Filadelphia, en el que el Purpurado afirmaba que la vida humana comienza "no inmediatamente en la concepción sino después".
        El Arzobispo aprobaba el uso de "ovocitos en el estado de dos pronúcleos". Según él y Marino, en este estado posterior a la fecundación "no existe un signo definido que muestre la existencia de vida humana… No es un embrión aún y por lo tanto puede ser manipulado sin ningún tipo de objeción moral".

Es evidente que la vida no se inicia en el momento de la fecundación sino que se transmite pues tanto el óvulo como el espermatozoide son células vivas. Es evidente que con la fecundación se forma algo nuevo también vivo que será un ser humano; pero aún no, es una única célula humana, no un cuerpo humano aunque sí un cosa humana.

       En la 2ª semana, del macizo celular llamado trofoblasto empieza a formarse la placenta que no dará origen al cuerpo humano sino al envoltorio para su alimentación. El embrioblasto es el que origina las estructuras propias del embrión. Luego lo surgido de la fecundación no es todavía un ser humano pues algo no dará lugar al cuerpo humano.

Cuando termina el primer mes, ya han empezado a desarrollarse todos los órganos importantes. Los ojos son perceptibles, los brazos y las piernas empiezan a aparecer y late por vez primera un corazón de cuatro cavidades. Cabe preguntarse si es un cuerpo humano lo que no tiene ni pies ni cabeza. Cuando me como un huevo (frito, duro, pasado por agua, etc…) no me como una gallina, aunque nadie duda de que si hubiera dejado seguir el proceso biológico natural, de ese huevo no saldría otra cosa que una gallina o un gallo; nunca un gorrión, una alondra o un mirlo.



La opinión magisterial

La Academia Pontificia para la Vida publicó (febrero 2006) su declaración final tras el Congreso organizado sobre «El embrión humano en la fase de la preimplantación». En ella dice: “Los datos que pone a nuestra disposición la ciencia más actualizada… deberán ser sometidos luego a la interpretación antropológica (…) se pueden establecer algunos puntos esenciales reconocidos universalmente:
a) El momento que marca el inicio de la existencia de un nuevo «ser humano» está constituido por la penetración del espermatozoide en el oocito.
b) (…) el proceso está «orientado» -en el tiempo- en la dirección de una progresiva diferenciación y adquisición de complejidad y no puede retroceder a fases ya recorridas.
d) (…) El conjunto de estas tendencias constituye la base para interpretar el cigoto ya como un «organismo» primordial (organismo monocelular) que expresa coherentemente sus potencialidades de desarrollo…

(…) la interpretación filosófico-antropológica (…) puede afirmar que el embrión humano en la fase de la preimplantación es: un ser de la especie humana; un ser individual; un ser que posee en sí la finalidad de desarrollarse en cuanto persona humana y a la vez la capacidad intrínseca de realizar ese desarrollo”.
           Es obvio que, tratándose de una interpretación filosófica, la respuesta a esta pregunta no es de «fe definida» y permanece abierta, en cualquier caso, a ulteriores consideraciones. Es obvio que un huevo de gallina está orientado a ser una gallina o un gallo y no una perdiz o una codorniz. Es por tanto obvio que en el inicio de su existencia eso es un ser o cosa humana pero no aún un cuerpo humano.

Sigue diciendo la declaración que “consideramos que no existe ninguna razón significativa que lleve a negar que el embrión es persona ya en esta fase”. En apoyo de esta posición se acude a la Tradición y a la Escritura: «Porque tú mis riñones has formado, me has tejido en el vientre de mi madre; yo te doy gracias por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras. Mi alma conocías cabalmente» (Sal 139, 13-14), pero no parece que el texto avale tal opinión.

Los miembros del Congreso fueron recibidos por Benedicto XVI que les dijo: «El amor de Dios no hace diferencia entre el recién concebido, aún en el seno de su madre, y el niño o el joven o el hombre maduro o el anciano. No hace diferencia, porque en cada uno de ellos ve la huella de su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26). No hace diferencia, porque en todos ve reflejado el rostro de su Hijo unigénito, en quien “nos ha elegido antes de la creación del mundo (...), eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos (...), según el beneplácito de su voluntad” (Ef 1, 4-6).


Un dato metafísico

Antropológicamente hablando, el hombre, todo hombre, varón o mujer, es un cuerpo humano con un alma humana espiritual, infundida por Dios directamente y creada de la nada en ese momento de infundirla. Aquí está la discusión sobre la malicia del aborto, crimen abominable. ¿En qué momento Dios infunde el alma en el cuerpo humano? 

Sabemos que Dios nos ha elegido a cada hombre (varón  o mujer) antes de la creación del mundo, pero eso no quiere decir que pueda afirmarse que ya existíamos realmente antes de la creación. Puede decirse que existíamos en la mente divina pero eso solo es realidad virtual. Tomás de Aquino, en ésto, desmontó a san Anselmo.

Muy bien hizo Aristóteles en ser disidente de su maestro Platón y corregirle drásticamente su filosofía. También Tomás de Aquino, fue un disidente a tope, un rebelde, pues en su tiempo de maestro en la universidad de París estaba penado con excomunión, no sólo leer a Aristóteles, sino citar su nombre.

Tomás de Aquino no conocía los avances científicos actuales pero dudo que no tuviera datos suficientes para su planteamiento metafísico de la infusión del alma humana por parte de Dios. Quizá ni siquiera corregiría hoy su opinión por lo del ADN pues dudo que este elemento aporte nada nuevo al dato metafísico ya que sólo explica científicamente el por qué de la orientación de la célula nueva, fruto de la fecundación. 


Para el Aquinate (cf Summa theologica, I, q. 118-119), la materia (el cuerpo humano) debe estar predispuesta para recibir la forma (el alma). Un montón de células vivas no es un cuerpo humano, sino cuando esté preparado con pies y cabeza. La concepción cristiana de la incineración de un cadáver presenta un problema análogo y su justificación sirve para el momento inicial de la vida.


La materia inicial, óvulo fecundado unicelular, va disponiéndose para el advenimiento del alma racional, creada exclusivamente por Dios de la nada y en el momento de la unión con el cuerpo humano. La tesis tomista es la animación retardada: tal disposición no existe en el embrión humano hasta cierto tiempo después, a la que se oponen, claro está, los de la animación inmediata que admitían los principios filosóficos pero rechazaban las afirmaciones científicas de los médicos.

Los de la animación inmediata hoy se apoyan en el canon 871 del Código de Derecho Canónico que manda bautizar absolutamente a los fetos humanos que ciertamente vivan. Es un consejo pastoral pues la Iglesia prefiere exponer la administración del sacramento a la salvación de un posible ser humano. Pero hay que fijarse que el canon dice fetos y no embriones, que no son lo mismo.

Lo sensato, en todo caso, es pensar como san Agustín que decía: “no sé si se podrá llegar a saber cuándo empieza el hombre a vivir en el seno materno”. No hay ninguna base cierta y segura ni para censurar la tesis tomista de la animación retardada, ni para afirmar con rotundidad la inmediata.
El gran teólogo medieval entendía -como la religión judía del Antiguo Testamento- que la infusión del alma ocurre unas semanas después de la fecundación; mientras tanto no hay aún un ser humano que es una unidad de alma espiritual y cuerpo. Al santo teólogo medieval cabe objetarle por qué difieren las semanas para la animación de un ser masculino y de uno femenino; 40 días para el varón y 90 días (¡tres meses!) para ellas.

Dar razón de la esperanza


Un cristiano sabe que el actual debate suele estallar con apasionamiento visceral y poca racionalidad, con fundamentalismo ideológico - religioso, y con habitual falta de caridad. El cristiano, como decía el primer Papa, san Pedro, debe dar razón de su esperanza y no andar por la vida dando mandobles y condenando a los errados. El Hijo del Hombre, decía Cristo, no ha venido para condenar el mundo sino para que el mundo se salve. No necesitan de médicos los sanos sino los enfermos.

Uno puede por su fe querer defender una postura pero su inteligencia busca una comprensión de los motivos. La fe no es irracional. Y a quien no tenga esa fe ha de saber explicarle las razones que le ayudarán a estar también de acuerdo en la misma postura. La fe no puede imponerse a nadie. La verdad se impone, no por la fuerza de las armas o de la ley, sino por sí misma.

El obispo de Hipona, san Agustín, recordaba cómo tratar a los demás, incluyendo a los errados, también nuestros hermanos y amigos. "Este amigo viene a ti, cristiano, y te dice: «dame razón de tu fe y hazme cristiano». No tienes con qué reparar las fuerzas del hambriento y su demanda te sirve de toque de atención… te ves obligado a aprender” (Sermón 105).

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