miércoles, 25 de noviembre de 2009

LA "SHOAH"

Una constante histórica
El antisemitismo hispánico
Amaina la persecución europea
Para la reconciliación mutua
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Benedicto XVI recibió (jueves 12 feb 09) la visita de los miembros de la Conferencia de Presidentes de las mayores organizaciones judías de USA , al año de su visita en Washington y New York. 

Al rabino Arthur Schneier, que le recibió en la sinagoga de Park East, al señor Alan Solow y a los demás presentes, recordando la visita de Colonia, la 1ª de su pontificado, les dijo: "para mí fue muy conmovedor pasar algunos momentos con la comunidad judía en esa ciudad, que conozco tan bien, una ciudad que acogió el primer asentamiento judío en Alemania y cuyos orígenes se remontan al tiempo del Imperio romano. Un año después, en mayo de 2006, visité el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau (…) ¿Cómo podemos comenzar a comprender la enormidad de lo que sucedió en aquellas cárceles infames? Todo el género humano experimenta una profunda vergüenza por la brutalidad salvaje que se desencadenó entonces contra vuestro pueblo”.


En marzo de 1998 Juan Pablo II dirigió un Mensaje al Cardenal Cassidy, Presidente de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, animándole a publicar una reflexión sobre el crimen conocido como la “Shoah”, el holocausto judío durante la segunda guerra mundial. Su visita a la sinagoga de Roma fue histórica pues era la primera vez que un Papa entraba en una de ellas desde los tiempos de Cristo, así como lo fue su estancia en Jerusalén y su oración en el Muro de las lamentaciones.

Una constante histórica

La mentalidad antisemítica se suele centrar en el reciente holocausto nazi, pero a lo largo de estos veinte siglos no les han faltado adversidades. Los judíos de estos dos milenios de la era cristiana, en tanto que un pueblo con conciencia de tal, aunque vivan dispersos por el mundo entero, han padecido en la Europa antigua, medieval y moderna, unas vicisitudes y contrariedades al estilo de las del Antiguo Testamento. Nunca parecen haber gozado de un largo período de paz y de falta de acosos y derribos.

En tiempos de Ester, el rey Asuero, que reinó desde la India hasta Etiopía, en el año 12 de su reinado, decretó un holocausto por todo el Imperio persa en tiempos de Jerjes I (485-465 aC), a instancias del ascendido Amán que tramó el exterminio de todos los judíos. La causa fue su cólera pues Mardoqueo, que habitaba en la ciudad de Susa, cautivo por Nabuconodosor, rey de Babilonia, no quería hacer genuflexión, gesto obligatorio en señal de adoración al señor de la tierra. Mardoqueo sabe que "sólo a Dios adorarás" (cf Ester 3,1-15).

En la era cristiana, antes de Nerón, con el emperador Claudio no hubo un holocausto pero fueron expulsados todos los judíos de Roma (cf Act 18,1). En el año 70 el ejército de Tito arrasó con todo Israel, incluso el mismísimo templo (que era su orgullo) del que no quedó piedra sobre piedra; solo el actual trocito del "muro de las lamentaciones".

Los judíos aunque han procurado siempre instalarse en los diversos países de destino como integrándose en cada nación, sin embargo no han dejado de vivir con actitud defensiva, como un quiste, apiñándose en un barrio propio. En la Hispania medieval visigoda también se defendían utilizando, por ejemplo, el soborno pues siempre han tenido a mano el dinero en vez de las armas.

Curiosamente el pueblo judío, desde que salió de Egipto capitaneado por Moisés, nunca ha estado escaso de liquidez económica; ya entonces salieron hacia el desierto cargados de oro y plata que les dieron los propios habitantes egipcios (cf Ex 12,35-36), y lo mismo cuando regresan del destierro de Babilonia, aunque nunca hayan sido ricos en bienes patrimoniales inmuebles (territorios). Su repleto bolsillo les ha dado esa impronta financiera.

El antisemitismo hispánico

En la Hispania cristiana se veía la importancia de las ventajas económicas que suponía su “conversión” que solía empezar por el jefe de la sinagoga a cuya decisión se adecuaban los miembros de la comunidad judía correspondiente. Un caso es el de Menorca a principios del siglo V, en tiempos del obispo Severo y el archisinagogo Ceciliano. Los hispanos ricos, civiles o eclesiásticos, solían pertenecer al mundo agrícola siendo dueños de muchas tierras en propiedad pero sin disponer a mano de liquidez, de la que sí disponían los judíos sefardíes, seguramente por sus actividades en el comercio interior (con los habitantes cristianos) y exterior.


En tiempos de Recaredo, el papa Liciniano acusaba por escrito (589) a los judíos de prácticas licenciosas y bailes lascivos en su celebración del sabhat. Recaredo fue quien hizo católica la arriana monarquía visigoda hispana quizá animado también porque la aristocracia hispanorromana estaba liderada por el episcopado católico. También en Oriente, bajo el emperador Heraclio de Bizancio (610-41), a los judíos se les prohibió su religión, acusados de conspiración con los persas.

El papa san Gregorio Magno alabó al rey Recaredo (Epístola IX) por su incorruptibilidad ante la táctica judía del soborno, no así el conde Froga de Toledo que les permitió incluso abrir una nueva sinagoga en su ciudad. 

Otra táctica de autodefensa que utilizaban solía ser la de circuncidar a sus esclavos cristianos, o bien cuando se les obligaba a ser bautizados en masa, solían cambiar a sus hijos por los de otros. Por esa época visigoda, el Concilio XVI de Toledo (693) reforzó las medidas contra el judaísmo decretando incluso liberar de las restricciones habituales a los judíos conversos de verdad a quienes, como a los que quedaban por bautizar, se les confiscó los bienes inmuebles, se les añadieron cargas fiscales y se les prohibió realizar el suculento negocio del comercio exterior. Por la liquidez de que disponían los judíos españoles, los sefardíes también solían copar el mundo bancario, dándose al pingüe negocio del préstamo usurero con un interés anual del 12,5%.

Las medidas antisemíticas hispanas iban in crescendo a finales del siglo VII lo que explicará que, como táctica de autodefensa, los judíos efectivamente pudieron quizá patrocinar la invasión musulmana por parte de aquellos bereberes que podrían acabar con sus perseguidores peninsulares cristianos, tanto civiles como eclesiásticos. San Ildefonso, obispo de la sede primada de Toledo (657-67), amigo personal del rey Recesvinto, fue preclaro apoyo ideológico de la renovada política represora del criptojudaísmo. En cambio san Isidoro de Sevilla condenó (633) el bautismo forzoso que se había decretado por su amigo el rey Sisebuto en 616 pero, como el resto de la jerarquía hispana, mantuvo la teoría de su validez.


Al empezar el segundo milenio, con las invasiones de los almorávides y almohades en los s. XI y XII, los judíos tuvieron que huir del territorio musulmán-hispano y emigrar a Estados cristianos donde fueron acogidos. Las relaciones entre cristianos y judíos se regularon con fueros, de los que el de Teruel se pone como modélico.

A la vez en ciertos sectores cristianos se iba extendiendo el sentimiento antijudío por la idea de pueblo deicida que fue creciendo desde la primera Cruzada (1095) donde una turba de 30.000 personas, en su mayoría campesinos y caballeros pobres, en su marcha por Europa hacia Bizancio, arrasó las juderías de Spira, Worms, Maguncia, Tréveris, Colonia, Praga, Ratisbona, etc. A pesar de ello, los judíos financiaron las siguientes Cruzadas, con los elevados intereses acostumbrados. Su intervención financiera decreció cuando entraron en este ámbito las Órdenes militares al tener suficiente capacidad económica.

En el s. XIII el clima antijudío era un sentimiento general en toda la Europa cristiana. Ya Inocencio IV (1243-54) tuvo que defenderlos de la acusación de muerte ritual.

En 1391 el sentimiento popular antisemita explotó en la aljama de Sevilla, la segunda más grande del reino de Castilla, después de la de Toledo. El odio antisemita del pueblo la destruyó, asesinando a unas 4.000 personas y robando los bienes de muchas otras. Se venía planeando meses antes, mientras se exaltaban los ánimos con las incendiarias prédicas del arcediano de Écija, provisor de la Iglesia en Sevilla, que presentaba a los judíos como aves de rapiña y verdaderos culpables de todos los males de la ciudad. Realmente la ausencia de una burguesía cristiana que actuara en el campo de las finanzas propició el ascenso de los prestamistas judíos.

De Sevilla saltó la violencia a otros lugares andaluces (Alcalá de Guadaira, Carmona, Écija, Santa Olalla y Fregenal) así como a Madrid y a ciudades de la Corona de Aragón (Barcelona y Valencia). La situación de los judíos en el resto de la cristiana Europa no era más cómoda pues Eduardo I los había expulsado de Inglaterra en 1290, y Francia hizo lo mismo en 1306 y 1394, excepto en Provenza, el Delfinado y Avignon.

En Germania, durante la epidemia de peste negra que hubo entre 1347 y 1354, fueron exterminadas 350 comunidades judías con violentos ataques, conocidos con el nombre de “pogroms”. Muchos emigraron a Polonia en donde tenían un estatuto favorable de acogida, y de ahí pasaron a Rusia, conservando en parte la lengua alemana.

La expulsión de los judíos decretada 
el 31 de marzo de 1492 por los hispánicos “reyes católicos” Isabel y Fernando no fue un verso suelto del talante europeo, el mundo entonces civilizado. A Portugal huyeron unos 90.000 (de donde serán expulsados en 1497). Otros 60.000 fueron al norte de África, sur de Francia, Italia e Imperio turco (donde constituyen el grupo de los sefardíes). Nápoles los expulsa en 1510 y en el 41; Milán en 1591; Lutero los consideró hostiles. 


Es del siglo XVI el primer proyecto sionista para conquistar Palestina y restaurar el reino de Israel que David Reubení (1490-1542) llegó a proponer al papa Clemente VII.

Amaina la persecución europea

Desde 1601, Felipe III de España los acoge sin necesidad de ser bautizados, sólo mediante el pago de un donativo. Felipe IV utilizó sus servicios como banqueros y el conde duque de Olivares los protegió. A partir de 1648 se constituyen comunidades judías en Francia y el año siguiente Cronwell permitió su entrada en Inglaterra que la tenían cerrada desde hacía 4 siglos. Desde 1656 se establecen en Londres como banqueros y en Amsterdam como comerciantes.

En 1654 llegó a USA la primera expedición de judíos procedentes de Brasil, establecidos en New York; cuatro años después llegó a Newport desde Amsterdam la segunda gran comunidad judía. A lo largo de la costa atlántica se fueron estableciendo comunidades sefardíes originarias de las indias orientales, Países Bajos e Inglaterra. En el siglo XVIII fueron llegando nuevas emigraciones y desde 1800 otras más procedentes de Rusia, Rumania y Polonia.

La Ilustración creó un clima favorable a la tolerancia de los judíos y los enciclopedistas denunciaban los abusos que contra ellos se cometían. La Revolución francesa (1789) les concedió los derechos de que carecían. Napoleón logró que los judíos franceses aceptaran la nacionalidad francesa y el cumplimiento del servicio militar (1806). Portugal los recibía en 1821, Prusia les daba carta de ciudadanía en 1812 aunque después les negó el acceso a los cargos públicos. En 1860 eran admitidos en el parlamento inglés; la oposición suiza cesó en 1874. En España, desde Isabel II (1833-68), se les toleraba igual que en Rusia aunque, desde Alejandro III (1891-94) y Nicolás II (1894-1917) se renovó el terror atribuyéndoles la derrota de Rusia frente a Japón en 1904-05. En los Protocolos de los sabios de Sión, publicado en ruso en 1903, se pretendía la existencia de un complot judío de dominio del mundo, lo cual sirvió de pretexto para organizar persecuciones.


Para la reconciliación mutua

Difícil será demostrar que sean los culpables de todos los males de todos los tiempos, pero no puede negarse su constante actitud agresiva. No hay que olvidar los datos bíblicos de sus genocidios durante el Antiguo Testamento para hacerse con la "tierra prometida" y en el Nuevo Testamento puede leerse su contribución calumniosa a la persecución y ejecución de Cristo acusado, cara a la galería, por tintes políticos. 


Desde entonces, recién nacido el cristianismo, casi nunca se tomaron vacaciones. Enseguida lapidan a Esteban, manifiestan públicamente disfrutar de la degollación de Santiago y, una vez convertido Saulo -como se lee en los Hechos de los Apóstoles-, no dejan de tramar contra él en Antioquía de Pisidia (Act 13,50), en Iconio (Act 14,2), en Filipos (Act 16,19), en Tesalónica (Act 17,5), en Berea (Act 17,13) o en Éfeso con la revuelta de los plateros (Act 19,28).

Si es verdad que financiaron la caída del Imperio romano una vez cristianizado, o la invasión islámica de Europa, o la Revolución francesa, o la 1GM y la 2GM, etc..., no es extraño que, de vez en cuando, algunos –haciendo caso omiso al Evangelio- se cansen de aguantarlos y arremetan contra ellos. 


Por otro lado, si además del poder mundial financiero, tienen el de los medios de comunicación, tampoco es de extrañar que puedan centrar las campañas de opinión pública mundial para sus intereses particulares; por ejemplo, no cesa el continuo goteo de noticias referentes a los 6 millones de judíos del último holocausto nazi, mientras no parecen interesarse lo más mínimo por otras causas también humanitarias y de igual o mayor bestialidad o criminalidad como los multimillonarias ejecuciones de los gobiernos marxistas del siglo XX con Lenin, Stalin, Mao Tse-tung, Pol-pot, etc. En la Revolución cultural china se da la cifra de 55 millones de víctimas, sumando la de Mao con la anterior tras la "guerra del opio"; en Rusia se cuentan ahora por 25 millones, otros 10 millones de las dictaduras filomarxistas africanas, otros 2 millones en Camboya, etc., sin contar los millones de africanos que siguen muriendo de hambre, provocada por las inhumanas estructuras financieras mundiales.

También llama la atención el ruido organizado por el genocidio (dos mil víctimas) del dictador cristiano chileno (senador vitalicio) -lo cual es evidentemente una vergüenza aunque fuera solo una víctima- y no se oiga nada de las otras dictaduras (de izquierdas se gustan llamar) recientes o aún en vigor. Curioso. Son unos especialistas en opinión pública como demostraron en la farsa montada contra Cristo y la manipulación del pueblo que aquellos días estaba en Jerusalén, venidos de los más recónditos lugares para celebrar la Pascua. Unos pocos se bastaron para lograr el clamor público necesario para aconejar al mismísimo Pilato y que cediera ante el vocerío del pueblo manipulado: ¿cuántos de aquellos hombres y mujeres ofuscados en ese momento, habían aclamado la semana anterior el ¡Hosana al hijo de David! con palmas y ramos de olivo cuando Jesús entró en la ciudad santa de Jerusalén montado en un borriquillo? Cuántos de aquellos que pedían a gritos la crucifixión fueron ciegos, cojos, leprosos ..., a quienes Jesús habría curado.

Gracias a Dios que el giro pedido por el Concilio Vaticano II para la praxis del cristiano ha sido copernicano en lo que se refiere también a la actitud para el diálogo con estos hijos de Abrahán, aunque este Concilio no hubiera sido posible, entre otras cosas, sin la vida y las obras de los papas antecesores, especialmente Pío XII.

Desde que Juan Pablo II abrió los archivos vaticanos y la ciencia estudia con detalle los recientes acontecimientos, son abrumadoras las pruebas científicas de la falsedad de la leyenda negra montada contra aquel Papa Pío XII, tachado y vilipendiado de pro-nazi y, por tanto, responsable del holocausto. Por ahora resulta que su actuación sirvió para salvar la vida a más de 800.000 (ochocientos mil) judíos. Sus silencios (tan traídos y llevados) sirvieron para salvar la vida de muchos judíos católicos, teniendo en cuenta que los justificaría el hecho de que los obispos holandeses escribieron una carta condenando el nacismo y a los pocas semanas entraba el ejército nazi arrasando con todo lo católico y llevándose a los campos de exterminio a muchos y muchas, como Edith Stein, que aparte de católicos también eran judíos. Pero además puso también sin ruido exterior una impresionante red de ayuda para los perseguidos por los nazis; sólo en Roma 155 casas religiosas, parroquias y colegios, escondieron, alimentaron y salvaron de la deportación a 4.447 judíos. Además ese Papa permitió un contacto constante entre los presos y los perseguidos con sus familiares.

Que en el tercer milenio no solo vuelva a haber otros Pío XII y de aquellos católicos romanos anónimos que se jugaron la vida; que no sea un verso suelto, sino que abunden; es más, ojalá sea la congruente actitud de todos los que creen en Cristo. Eso requiere santidad, valentía y el ejercicio de todas las virtudes evangélicas (como hizo el papa Pacelli), que es lo que ha venido a pedir el Concilio para disponer a la Iglesia a vivir en cristiano el tercer milenio.

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