martes, 24 de noviembre de 2009

EL RELATIVISMO

Un poco de historia
¿Es peligroso ser relativista?
La "relatividad" en Dios
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El Relativismo moral ha salido (otra vez) a la palestra por el entonces Cardenal Ratzinger, en la homilía de la Misa “pro eligendo Papa” con los Cardenales electores del sucesor de Juan Pablo II, el lunes 18 de abril de 2005: “A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos. Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el hombre verdadero. Él es la medida del verdadero humanismo”.

La dictadura del relativismo puede ser la reacción a la dictadura del absolutismo pero lo malo parece evidente que es la dictadura, tenga el adjetivo calificativo que se quiera. "Aunque la mona se vista de seda…"

Ya su predecesor Juan Pablo II había manifestado: “La filosofía moderna, dejando de orientar su investigación sobre el ser… ha derivado en varias formas de agnosticismo y de relativismo, que han llevado la investigación filosófica a perderse en las arenas movedizas de un escepticismo general (...) La legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas (...) No se substraen a esta prevención ni siquiera algunas concepciones de vida provenientes de Oriente; en ellas, en efecto, se niega a la verdad su carácter exclusivo, partiendo del presupuesto de que se manifiesta de igual manera en diversas doctrinas, incluso contradictorias entre sí (Fides et ratio, 5)".

Curiosamente aparece la actual reacción relativista mientras Einstein descubre la Relatividad, imprescindible para desatascar la Física y conducirla al progreso jamás conocido por civilización alguna en esta materia. Pero parece que el relativismo, por exagerar la relatividad de las cosas, es un error craso, un peligro morrocotudo, una enfermedad, un reduccionismo, aunque ha nacido para sacar de su situación extremista el absolutismo imperante.

Benedicto XVI pedía por escrito: “Es necesario que en la autocrítica de la edad moderna confluya también una autocrítica del cristianismo moderno, que debe aprender siempre a comprenderse a sí mismo a partir de sus propias raíces” (Spe salvi, 22). O sea que habrá que criticar el relativismo y el absolutismo anterior.

Un poco de historia


El Relativismo parece que se inició en Grecia por los sofistas, como un pensamiento o un movimiento o una propuesta (¿errónea?) de la Epistemología o Gnoseología, la ciencia sobre el conocimiento humano, cuando considera poco fiables algunos modos de conocer como son la opinión, la fe o las sensaciones. Protágoras de Abdera (+411 aC con 74 años) inauguró la certeza de que ninguna ley positiva o costumbre puede ser universalmente válida y afirmaba que las formas tradicionales y las éticas eran convencionales y hábitos susceptibles siempre de reforma y mejora. Por entonces Gorgias (+380 aC con 35 años) sustentaba que la civilización había nacido como recurso de los débiles para dominar a los fuertes pero sin conseguirlo.

En el fondo late la idea de que el hombre es la medida de todas las cosas y dos mil cien años después de los griegos, el relativismo reaparecerá con Descartes, con la polémica de Racionalismo versus Empirismo, que tiene una gran importancia en el pensamiento filosófico y teológico por sus connotaciones pragmáticas y éticas, morales y culturales.

La ley del péndulo hace surgir el POSITIVISMO como reacción, con la metodología de la objetividad para teorías verificables, para evitar la “relativización” del acceso a la verdad. La paradoja “tolerancia - pluralidad versus uniformidad – unanimidad” es la clave.

El relativismo moral ya estaba por denunciado Juan Pablo II en Encíclicas como 'Fides et ratio' y 'Veritatis splendor'. En su viaje pastoral a Guadalajara, México, evaluando los frutos de la llamada “teología de la liberación” tras la caída del muro de Berlín, decía que el fracaso del sueño marxista ha traído la desilusión y el relativismo. 

El relativismo –dijo por entonces Ratzinger- se ha convertido así en el problema central de la fe en la hora actual. Sin duda, ya no se presenta tan sólo con su vestido de resignación ante la inmensidad de la verdad, sino también como una posición definida positivamente por los conceptos de tolerancia, conocimiento dialógico y libertad, conceptos que quedarían limitados si se afirmara la existencia de una verdad válida para todos. A su vez, el relativismo aparece como fundamentación filosófica de la democracia”.
         “Un sistema de libertad –sigue diciendo Ratzinger- debería ser, en esencia, un sistema de posiciones que se relacionan entre sí como relativas, dependientes, además, de situaciones históricas abiertas a nuevos desarrollos. Una sociedad liberal sería, pues, una sociedad relativista; sólo con esta condición podría permanecer libre y abierta al futuro.
           En el campo de la política, esta concepción es exacta en cierta medida. No existe una opinión política correcta única. Lo relativo -la construcción de la convivencia entre los hombres, ordenada liberalmente- no puede ser algo absoluto. Pensar así era precisamente el error del marxismo y de las teologías políticas. Pero, con el relativismo total, tampoco se puede conseguir todo en el terreno político: hay injusticias que nunca se convertirán en cosas justas (como, por ejemplo, matar a un inocente, negar a un individuo o a un grupo el derecho a su dignidad o a la vida correspondiente a esa dignidad); y al contrario, hay cosas justas que nunca pueden ser injustas. Por eso, aunque no se ha de negar cierto derecho al relativismo en el campo socio-político, el problema se plantea a la hora de establecer sus límites".

Platón escribió: “como decía Protágoras… como a mí me parece que son las cosas, tales son para mí; y, como a ti te parecen, tales son para ti” (Cratilo, 385e) . Para el escepticista existe la verdad absoluta, pero el hombre, por la deficiencia de sus facultades cognoscitivas, se ve en la imposibilidad de alcanzarla. El relativismo se aplica a la cultura y entonces la historia de la humanidad es una historia de una pluralidad de culturas (china, hindú, egipcia, babilónica, greco-romana, árabe, americana, occidental, etc.) que realiza cada una de ellas una valoración de lo real distinta de las otras.

Hoy para Spengler como ayer para Gorgias, cada cultura tiene un alma que le da vida y crea sus valores propios. Ninguna cultura puede aspirar a que su valoración sea absoluta, universalmente válida. En cada cultura su religión, su ética, su estructura económica, su organización política, su saber científico y filosófico, formarían un todo indisoluble y válido exclusivamente para ella.

Pero Juan Pablo II recuerda que “el hecho de que la misión evangelizadora haya encontrado en su camino primero a la filosofía griega, no significa en modo alguno que excluya otras aportaciones” (Fides et ratio, 72).

En el siglo XX el relativismo tiene forma de subjetivismo que, con talante menos agresivo, reconoce que la elección de los valores considerados como supremos constituye un problema que no puede resolver ni la Ciencia ni la Filosofía mediante razones intrínsecamente válidas y objetivamente fundadas. Tal elección es una decisión primaria subjetiva, una confesión personal. Las respuestas a los problemas o conflictos entre seguridad y libertad, entre la verdad y el derecho a la información pública o el interés del Estado, etc., son siempre una valoración meramente relativa, relativa a lo que el sujeto estime o sienta como valor supremo, de acuerdo con su fe religiosa y con la consiguiente concepción que tenga del mundo y de la vida.

Los relativistas mutilan arbitrariamente, sin ninguna razón justificada, el ámbito del conocimiento humano, aceptando tan sólo proposiciones enunciativas de fenómenos y rechazando las normativas. Tan primaria es la categoría “deber ser” como “ser”.

¿Es peligroso ser relativista?

No puede, evidentemente, darse un relativismo absoluto que es una contradictio in terminis, como dirían los clásicos, pero sí que el absolutismo a de ser relativo. A parte de que el relativismo tiene una contradicción intrínseca por el que se autodestruye con su propio fundamento, pues decir "toda verdad es relativa" tiene carácter de absolutez.

Una anécdota contada por Millán Puelles sirve para entenderlo :
X- ¿No te parece, amigo Y, que los relativistas se quedan cortos cuando dicen precisamente que todo es relativo? … tendrán lógicamente que pensar que también es relativo eso mismo de que todo es relativo.
(…) Si piensas en serio eso de que todo es relativo es también relativo, tendrás también que pensar (si quieres seguir siendo relativista) que a su vez es relativo que sea relativo eso de que todo es relativo, y así sucesivamente.
Y- O sea: que por mucho que un relativista relativice el relativismo (y deberá hacerlo para ser un buen relativista), siempre tendrá que volver a relativizarlo, y, en consecuencia, nunca llegará a ser un completo relativista.
X- Ni más ni menos. Ahora sí que me has entendido.

El relativismo es fruto congruente del ateísmo que niega lo absoluto pero también "casa" con el agnosticismo que, sin negarlo, sin embargo, por su complejo de inferioridad, niega capacidad al hombre de llegar a conocerlo.

Absoluto viene de ab-soluto, suelto, separado y es algo incondicionado que se identifica con Dios. Pero ¿cómo conocer algo apartado de nosotros, independiente? Kant rechaza del campo de la razón pura el conocimiento del Absoluto. Karl Barth parte de suponer la total indigencia de la razón frente a Dios. En Hegel lo Absoluto no es algo suelto, separado de, sino que la idea absoluta, Dios, se piensa a sí misma en el hombre. Los ontologistas también consideran que la realidad infinita de Dios no es cognoscible por un proceso de deducción racional.

El lenguaje de la mística, Nicolás de Cusa afirmaba que en el hombre hay una forma de conocimiento suprasensible: el intellectus, cuyo objeto era el Absolutum trascendens. No se puede conocer por la ratio. Para Newton el espacio es absoluto y real pero Eintein ha negado esa absolutez afirmando su relatividad.

Cuando se habla del absolutismo, se está únicamente en la esfera de la política y se aplica al sistema de gobierno en que, a partir del siglo XVI, el soberano es titular único y exclusivo del poder político, que ejerce con carácter absoluto. O sea que entiende que ninguna institución distinta de la realeza es titular de poderes propios en el Estado y que tal poder real está desligado de toda normativa legal previa, siendo por el contrario, él mismo la fuente única de legalidad. Hobbes exaltará el carácter total y pleno del poder, no ya para el poder real, sino como poder del Estado en sí. No es fácil distinguirlo de un mero despotismo y cuya justificación actualmente es imposible.

En la vida política, que es uno de los aspectos de la vida ordinaria del hombre, el relativismo tiene sus evidentes peligros que acechan a la puerta: “Después de la caída, en muchos países, de las ideologías que condicionaban la política a una concepción totalitaria del mundo la primera entre ellas el marxismo -ha escrito el Papa Wojtyla-, existe hoy un riesgo no menos grave… es el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola más radicalmente del reconocimiento de la verdad. En efecto, «si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia»” (Veritatis splendor, 101).

El relativista hace un reduccionismo y siempre cae en la incongruencia de absolutizar esa parte como si fuera el todo. Así en la política y en la religión y otros ámbitos de la vida humana. Para unos, el hombre es absolutamente carne y para otros absolutamente espíritu. Para unos la visión sobrenatural de la fe es un absoluto que les lleva a aniquilar la dimensión natural del hombre olvidando aquello de que “la gracia no destruye la naturaleza”. Otros absolutizan lo natural y prescinden de lo sobrenatural; así la oración es una pérdida de tiempo, ¡con todo lo que hay que hacer!, dicen.

La “relatividad” en Dios

Solamente Dios es lo Absoluto, el Absoluto, pero en su esencia divina está la “relación” como elemento imprescindible. La razón iluminada por la fe, desde el dato revelado, va comprendiendo algo del misterio, de la esencia divina y descubre las “procesiones” o procedencias, las “misiones” y las “relaciones”. Esas “relaciones” son la “relatividad” en Dios.

La verdad nuclear del cristianismo es la Trinidad, el hecho revelado de saber que el único Dios verdadero es a la vez una trinidad de Personas divinas, no tres dioses. Como dato revelado sabemos que una Persona es Padre y otra es Hijo; de la Tercera no sabemos su nombre, únicamente su misión y la llamamos Espíritu Santo que también lo son el Padre y el Hijo; ambos son santos y son espíritus puros. Pero el Padre es padre respecto al Hijo, no respecto al Espíritu que no es creado ni engendrado. El Hijo lo es respecto al Padre pero no lo es respecto al Espíritu, la tercera Persona (cf CEC 240 y 255). Así que los nombres de las Personas divinas son relativos.

Como el hombre es la criatura hecha a imagen y semejanza de Dios, hay que ser optimistas en que la razón humana iluminada por la fe puede conocer qué es la relatividad en Dios y por tanto en las cosas de Dios. Podemos ser relativos.

Los llamados mandamientos de la ley de Dios iluminan las relaciones del hombre con Dios y de los hombres entre sí. Las relaciones entre las personas son la clave, y por eso la justicia es el meollo de la Moral y no los objetos utilizados en los actos humanos (dinero, sexo, palabras, etc.) (cf CEC 2213).

Juan Pablo II refiriéndose a la revelación divina contenida en la Biblia, y que culmina en Jesucristo, el Hijo hecho hombre, el Redentor del hombre, la Palabra hecha carne, recuerda que “de la lectura del texto sagrado… lo que sobresale es el rechazo de toda forma de relativismo, de materialismo y de panteísmo” (Fides et ratio, 80).

En Veritatis splendor afirma que “el hombre es tentado continuamente (...) Y así, abandonándose al relativismo y al escepticismo (cf. Jn 18, 38), busca una libertad ilusoria fuera de la verdad misma” (VS, 1).
        
La fuerza salvífica de la verdad es contestada y se confía sólo a la libertad, desarraigada de toda objetividad, la tarea de decidir autónomamente lo que es bueno y lo que es malo. Este relativismo se traduce, en el campo teológico, en desconfianza en la sabiduría de Dios, que guía al hombre con la ley moral” (VS, 84).

Para construir la “civilización del amor” conviene aprender día a día a distinguir entre el abuso de relativizar absolutamente todo y la capacidad de ser relativos y no absolutizar por sistema. “Siete” más “siete” son “catorce”, siempre, en cualquier continente o cultura y en cualquier época histórica, pero en base decimal. En base 4, no existe el “siete” y se tiene que hablar de “trece” más “trece” igual a “treinta y dos”.

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