lunes, 16 de noviembre de 2009

SANA LAICIDAD

La Iglesia no actúa en política



El 12 septiembre 2008 el papa Ratzinger respaldó en París la "laicidad positiva" propuesta por el Presidente de la República Francesa. 

La laicidad sana, según Benedicto XVI en su discurso al 56 Congreso Nacional de la Unión de Juristas Católicos Italianos (9-XII-2006) implica que “a la Iglesia no compete indicar cuál ordenamiento político y social se debe preferir, sino que es el pueblo quien debe decidir libremente los modos mejores y más adecuados de organizar la vida política. Toda intervención directa de la Iglesia en este campo sería una injerencia indebida”. 

Se supone que es tarea de los laicos sacar este mundo adelante, codo con codo con los demás ciudadanos, sean de la ideología o religión que en conciencia crean. Decir que la Iglesia no debe intervenir, se entiende como un reduccionismo que identifica la  Iglesia con los jerarcas.

En su primera encíclica "Dios es amor" (DCE), recuerda así mismo que “es propio de la estructura fundamental del cristianismo la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios (cf. Mt 22, 21), esto es, entre Estado e Iglesia o, como dice el Concilio Vaticano II, el reconocimiento de la autonomía de las realidades temporales” (DCE 28).
        “La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia (…) La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política” (Ibid).

Por eso los católicos no deben pertenecer o votar a un partido único. Hay mil maneras posibles de solucionar los problemas y planear el progreso. Es fundamental defender la libertad de todo ser humano para empeñarse en sacar adelante este mundo como cada uno crea en conciencia. El CIC recuerda  que está prohibido a los clérigos actuar en política, que es tarea específica de los laicos y cuando actúan en los asuntos temporales no son la “longa manus” de la jerarquía que ha de huir de la tentación de usar a los laicos como marionetas ya que, por fin, gracias a Dios, no se les deja actuar directamente en los parlamentos. Esto lo recordó o recomendó el papa Francisco a los obispos de Perú cuando estuvo en Lima, en su viaje pastoral en 2017.

Eso no quita que la jerarquía, ejerciendo su tarea pastoral, en una sociedad con sana laicidad, pueda tranquilamente ejercer “el derecho de pronunciarse sobre los problemas morales que hoy interpelan la conciencia de todos los seres humanos”. Pero, por ejemplo, usar la homilía para hablar de la unidad de un país o Estado o como se le quiera llamar, es un abuso intolerable, una traición al Evangelio. Esa unidad es una idea política y no puede presentarse como si fuera un dogma de fe. Ojalá desaparezcan pronto los fundamentalistas o talibanes católicos que creen que la alianza trono - altar es la única solución para ir al cielo. Así peroran los que deberían tener los dos brazos abiertos (como Cristo en la cruz) y por eso claman: los "separatistas" o autonómicos: ¡al infierno!

El giro dado por el Concilio Vaticano II respecto a la conducta de los siglos anteriores es copernicano pues por fin la doctrina oficial es que “la fe -escribe Benedicto XVI- (…) no pretende otorgar a la Iglesia un poder sobre el Estado. Tampoco quiere imponer a los que no comparten la fe sus propias perspectivas y modos de comportamiento. Desea simplemente contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que lo que es justo, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto también en práctica” (DCE 28).

Lo que pasa es que da la impresión de que se escriben demasiadas cosas, a veces con una reiteración que aburre, y se viven poquísimas. ¿No es suficiente lo que nos dicen los evangelios? ¿es que el Espíritu Santo perdió el tiempo inspirando a aquellos escritores?

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