jueves, 12 de noviembre de 2009

¿QUITAR LOS CRUCIFIJOS DE LAS AULAS?



Un Estado laico o laical (no laicista) no debe salirse de su función social y por tanto no debe velar solo por los “derechos” o privilegios de un grupo religioso concreto, aunque pueda ser mayoritario; ésa es la triste realidad de un Estado confesional. Un Estado “como Dios manda” es aconfesional por definición (“mi reino no es de este mundo”, dijo Cristo) ya que su tarea es la de facilitar la convivencia en esta tierra, piensen lo que piensen; crean en lo que crean en conciencia. Por eso no puede obligar a colgar o mantener colgados los crucifijos en lugares públicos, como no puede obligar a colgar o mantener colgados los signos religiosos de ninguna confesión, sea cristiana, musulmana o lo que sea.

Es una pena que los de dentro no quieran ver las cosas (la soberbia ciega, enseñan los maestros de espiritualidad) y la Providencia divina tenga que valerse de elementos de fuera para ir mejorando lo que se hace mal. Es una pena que a la Iglesia romana se le haya tenido que arrancar los estados pontificios por las malas y lamentable es la gestión de recuperar un mínimo: la actual Ciudad-Estado Vaticano y presumir de ser el más pequeño del planeta. El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.

Del templo de Jerusalén, orgullo de los judíos, no queda piedra sobre piedra, como profetizó Jesús, pero no porque los judíos lo derrumbasen, sino que lo derrumbaron los de fuera, los romanos.

Los signos externos que suelen verse en todas las culturas, suelen ser unos buenos y otros no tanto. Algunos signos son manifestación estupenda de la identidad propia que no atenta contra nada ni contra nadie: ¡viva la diversidad! Pero otros –los religiosos en concreto- vienen siendo causa de separación y de señalar claramente las diferencias; los monopolios religiosos atentan contra la libertad religiosa y son motivo de levantar muros, de encender las pasiones, de fomentar las cruzadas (ir contra), de favorecer las “guerras santas”.

Antes de “descubrirse” América, la Cristiandad medieval europea fue una etapa del cristianismo que debería haberse empezado a clausurar hace décadas (sino siglos).

El crucifijo es un signo “sagrado” para los cristianos pero hoy no cabe seguir abusando y colocarlos en todos los rincones de la sociedad, justificándolo en que toda ella es cristiana por decreto ley. Nadie puede impedir que cada cristiano lo lleve en su bolsillo, o colgado de una cadena al cuello, que lo ponga sobre su mesa de trabajo, etc. Mucha gente lleva un rosario colgado del retrovisor de su coche aunque no sea (muy) practicante y la policía municipal o guardia civil de tráfico no pueden obligar a descolgarlo. 

Pero un Ayuntamiento no puede poner crucifijos en los semáforos ni permitir que unos fanáticos así lo hagan. Entiendo que los nuevos templos se hagan de manera que no sean siempre edificios exentos, ni sus campanarios sean los más alto del plan urbanístico del barrio. El repique de campanas me parece una falta de educación ciudadana para los que queremos vivir en paz y concordia en una sociedad multi-cultural, multi-religiosa, pluralista de verdad.

Sólo los radicales marcan socialmente su convicción; tanto cristianos como del islam, budistas o hinduistas; siempre se empeñan en ello los fanáticos. El signo por el que los cristianos se han de distinguir es el del amor fraterno. Y Cristo no se equivocó ni se le escapó detalle alguno. San Pablo hoy nos dice lo mismo que a los filipenses: "Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, por el contrario, vivía como uno de tantos… actuaba como un hombre cualquiera". 

Cristo reprochaba a los fariseos su alardear: En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres; ensanchan sus filacterias y alargan sus franjas. Apetecen los primeros puestos en los banquetes, los primeros asientos en las sinagogas y los saludos en las plazas, y que la gente les llame Rabí” (Mt 23,1-7).

En los primeros siglos ni siquiera los ministros cristianos se significaban en su condición sacerdotal con vestidos diferentes, ni dentro ni fuera del culto. El papa san Celestino I (+432), en una carta a los obispos de las provincias galas de Vienne y Narbona, se queja de que algunos sacerdotes hayan introducido vestidos especiales: “¿por qué introducir distinciones en el hábito, si ha sido tradición que no? Nos tenemos que distinguir de los demás por la doctrina, no por el vestido; por la conducta, no por el hábito; por la pureza de mente, no por los aderezos exteriores" (PL 50,431).

Todavía en el año 530, el papa san Esteban prohibía a los sacerdotes ir vestidos de forma especial fuera de la iglesia, y lo mismo san Gregorio Magno (+604). Cabe preguntarse ¿por qué cambiaron las cosas? También es legítimo preguntar ¿por qué no se quieren corregir las conductas inadecuadas? No se justifica el cambio que se hizo y se propone el cambio del cambio para volver a la sencillez y a la pureza inicial divina y no traicionar el espíritu de Cristo.

Los hombres y mujeres de mente abierta, sin complejos y con un mínimo de humildad y sentido común, añoran la carta a Diogneto que explica en qué sí y en qué no se distinguían los cristianos de los primeros siglos del resto de los mortales. Llama la atención que esa doctrina ha sido echada a la trituradora y se presume de las catedrales y de los palacios episcopales y de altos campanarios.

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