domingo, 28 de julio de 2019

¿Y SI SOLO HUBIERA DIEZ?

Unidos a los otros hombres

Dijo, pues, Yahveh: "El clamor de Sodoma, de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo” (…) Abraham le dijo a Iahvé: "Así que vas a borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos (…) Tal vez se encuentren allí treinta (…) ¿y si se hallaren allí veinte? (…) ¿si se encuentran allí diez?”

Es la Palabra de Dios en la primera lectura de este domingo XVII (ciclo C) del TO que quiere hacer caer en la cuenta de que Abraham no tiene una espiritualidad individualista sino una espiritualidad social pues se preocupa de los demás y está convencido de que unos pocos (sean 50 ó 10) salvarán a todos los de Sodoma y Gomorra y alrededores (cf Gen 18, 20-32).

Juan Pablo II ya comentó en su día que “se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista que poco tienen que ver con (…) la lógica de la Encarnación (…) Es muy actual a este respecto la enseñanza del Concilio Vaticano II: «El mensaje cristiano no aparta los hombres de la tarea de la construcción del mundo ni les impulsa a despreocuparse del bien de sus semejantes» (GS 34)” (Novo milenio ineunte, 52).

Jesús mismo enseña a sus discípulos a rezar en plural, por todos (Lc 11, 1-13): Padre nuestro, no padre mío. Venga a nosotros tu Reino, no ha mí solo. Danos hoy nuestro pan de cada día, no mi pan. Etc.

A su vez Francisco (Aud Gral 26-VI-2019) recuerda que “la comunidad de creyentes ahuyenta el individualismo para fomentar el compartir y la solidaridad. No hay lugar para el egoísmo en el alma de un cristiano”. Por eso la oración cristiana –ha recordado el Papa argentino- es para rezar por todo el mundo y no solamente para pedir cosas para mí.

El hombre sabe lo que reza el salmo, que “el Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres; desde su morada observa a todos los habitantes de la tierra (Ps 32), no en unos pocos, no solo mira a los buenos, a los mejores, a los más… y como el hombre es imagen y semejanza de Dios, tiene que hacer lo mismo.

En este mundo de Dios hay mucha gente buena, much@s just@s, aunque no sean burocráticamente cristianos y no puedan tener un certificado de bautismo. Se hacen muchísimas cosas buenas y bien hechas, por eso el Papa polaco Wojtyla, en la Carta ap para preparar el gran Jubileo del 2000, decía que “es necesario además que se estimen y profundicen los signos de esperanza presentes en este último fin de siglo, a pesar de las sombras que con frecuencia los esconden a nuestros ojos” (Tertio milenio adveniente, 46).

Benedicto XVI también expuso esta idea básica de mirar al mundo entero y ver sus luces y sus sombras que no deben sorprender y poner de mal humor. En Spe salvi (SS, 37) escribió que “obviamente, el cristiano que reza no pretende cambiar los planes de Dios o corregir lo que Dios ha previsto. A menudo no se nos da a conocer el motivo por el que Dios frena su brazo en vez de intervenir (…) Para el creyente no es posible pensar que Él sea impotente, o bien que «tal vez esté dormido» (1Reyes 18, 27).

San Pablo recuerda que “nosotros anunciamos a Cristo, exhortando a todo hombre (…) para hacer a todos perfectos en Cristo” (Col 1, 28), no a unos cuantos.

“La época actual –dijo Juan Pablo II- junto a muchas luces presenta igualmente no pocas sombras (...) Será oportuno afrontar la vasta problemática de la crisis de civilización que se ha ido manifestando sobre todo en el Occidente (…) A las puertas del nuevo milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo (...) ¿Y no es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en graves formas de injusticia y de marginación social?” (TMA 36 y 52). Un buen cristiano no se cree perfecto, impecable y osa afirmar habitualmente que el mal que hay por este mundo de Dios es por culpa de los otros.

Al interrogarse sobre sus responsabilidades, l@s cristian@s ven claro que algo de razón tienen los profetas que denuncian los pecados sobre todo sociales, del pueblo, del grupo. Algo de razón tendría Marx al afirmar que lo único importante es la Economía pues la afirmación es verdad si se evita exagerar o absolutizar la tesis. Por eso l@s bautizad@s saben que, todos los ámbitos de la vida como la familia, el deporte, la ciencia, la cultura, el descanso, etc., exige la pregunta “¿cuánto cuesta? Por eso hay que estar en cristianizar también la Economía. La ciencia económica tiene descubierto que sus mecanismos deben ser iguales para todos, creyentes y no creyentes y la solución no es el capitalismo salvaje ni el comunismo absoluto.

El concilio Vaticano II recuerda en Gaudium et spes que los “fieles han de vivir estrechamente unidos a los otros hombres de su tiempo” y ha de esforzarse por “procurar comprender perfectamente su modo de pensar y sentir” (GS 62). Se trata de conocer y comprender la lógica propia de la Economía, sus reglas y sus leyes propias. Actuar de otra manera ocasiona grades daños a la sociedad y a la Economía, como demuestra la actual crisis mundial. En la lucha contra la pobreza no se puede estar solo con ayudas directas pues realmente dañan  ya que crean pasividad y dependencia. En situaciones de emergencia, la ayuda humanitaria directa es un deber improrrogable pero las ayudas indirectas tipo educación, inversiones comerciales de los países ricos, apertura de los mercados para comprar y vender productos, etc. es la más ajustada a la verdad.

No se trata de crear un mundo cristiano económico, paralelo al Estado (o como se llame), como por ejemplo ensayaron los templarios. Las leyes económicas al igual que las de tráfico, son las mismas para todos. Una dificultad que tuvo el cristianismo para reconciliarse con la Economía moderna fue prohibir toda forma de interés por los préstamos ya que erróneamente se confundía con el abuso llamado usura. Se consideraba que aceptar intereses por los préstamos era un pecado mortal.

Los fundamentos para la Economía moderna y su comprensión en el seno de la Iglesia los pusieron los franciscanos del s XIV y XV y los dominicos de Salamanca en el XVI. Adam Smith disfrutó de verdades económicas como el concepto de capital acuñado por frailes que tenían el voto de pobreza, o el de contabilidad o las instituciones financieras inventadas por los franciscanos como la red de 150 “montes de piedad” promovidos en aquella Europa medieval. Ofrecían créditos, no a los mendigos, sino a las hoy llamadas pymes (pequeños artesanos y emprendedores) que en momentos de crisis se encontraban oprimidos por los usureros. Benedicto XVI describió algunos de estos conceptos importantes en su encíclica Caritas in veritate, cap III.

El Evangelio no es un programa socio-económico o político, ni los cristianos tienen la fórmula mágica que ahorre la fatigosa búsqueda de la verdad también económica y financiera y el bien práctico.

En la encíclica Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio, EvG), Francisco deja escrito que “hoy tenemos que decir «no a una Economía de la exclusión y la inequidad». Esa Economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa (…) Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» (…) Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»” (EvG 53).

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