Lo
que Dios ha unido, que no lo separe el hombre

Belarmino era
templado, conciliador, libre y profundo y quizá por eso un santo incómodo. Como
profesor y como sacerdote era un ídolo por su gran sabiduría y su facilidad de
palabra en sus conferencias y sermones. "En la Iglesia de Dios no hay quien le iguale en saber", dijo
de él el papa Clemente VIII al hacerle Cardenal en 1599. Roberto era teólogo
particular del Papa y consultor del Santo Oficio aunque estuvo metido en el
Índice por criticar los límites del poder temporal de los papas.
En su
momento escribió una carta al Secretario del tribunal que juzgaba a Galileo
defendiendo al científico en cuanto tal y declarando la intromisión de los
teólogos en cosas que no son de su incumbencia ni de su competencia, como es la
Ciencia.

Tal
guerra humana fue iniciada no sin culpa de ambas partes, como dijo Juan Pablo
II. El diálogo actual llevó al Papa polaco Wojtyla en 1979 (recién elegido) a que
se reabriera el proceso de Galileo pidiendo una revisión honrada y sin prejuicios.
Anteriormente Benedicto XIV, Papa de 1740 a 1758, le había levantado la sanción
canónica de su heliocentrismo y Pío XII en 1939, ante la Pontificia Academia de
las Ciencias, le llamó “el más audaz héroe de la investigación”.
El
combate entre científic@s y teólog@s se agudizó por el racionalismo
anticlerical que se enseñoreó por Europa desde la gran Enciclopedia de Diderot
y D’Alembert y abrió un abismo que después se agrandaría con el materialismo
hedonista. El diálogo es de sordos por la pretensión absolutizante de ambos
contendientes. Entonces unos afirmaban que sólo es válido lo conocido por la Fe
y l@s otr@s (lógicamente) afirmaron que sólo es válido el conocimiento científico
experimental. Las ciencias humanísticas no saltan a la palestra.

Juan
Pablo II en su primera Encíclica programática (1979) tenía ya decidido este
propósito de re-unir la pareja separada: “También hoy -y quizás todavía más-
los teólogos y todos los hombres de ciencia en la Iglesia están llamados a unir
la fe con la ciencia y la sabiduría para contribuir a su recíproca
compenetración” (Redemptor hominis, 19). El
Papa Wojtyla potenció con nuevo estilo la Pontificia Academia de las Ciencias
que reunía un centenar de científicos de todo el mundo y de toda religión,
hombres competentes, prestigiosos y de buena voluntad y con su Encíclica Fides et ratio, quiso impulsar el re-encuentro
de los que han vivido separados medio milenio por recelos mutuos.
En el cristianismo existe un vastísimo elenco de
hombres de fe y a la vez científicos en todas las ramas de la Ciencia gracias a
la convicción de que Dios ha creado este mundo con una racionalidad intrínseca
que impulsa al hombre a estudiar sus leyes propias y cognoscibles. Pero, claro,
un árbol no hace un bosque. Ya entre los primeros discípulos de Jesús (que se sepa)
estaban Lucas que era médico y Tomás que parece ser arquitecto. Roger Bacon (+1294 con 80 años) fue un franciscano que propuso el método
científico moderno.


Jean Bernard Léon Foucault (+1868 con 48 años), fue un francés que inventó el giróscopo
y midió la velocidad de la luz.
Gregor Johann Mendel (+1884 con 61 años) era un monje agustino austro-húngaro, padre de
la “herencia genética”.
Louis Pasteur
(+1895 con 72 años) fue un químico y bacteriólogo francés que refutó definitivamente
la teoría de “la generación espontánea” y facilitó el desarrollo de las
vacunas, los antibióticos, la esterilización y la higiene sanitaria. Guglielmo Marconi (+1937 con 63 años) era un ingeniero y empresario italiano,
inventor de la radiotelegrafía sin hilos y de la radio.
Agostino Gemelli (+1959 con 81 años) fue un franciscano italiano experto en Psicología, Neurología y Psiquiatría.
Georges Henri Joseph Édouard Lemaître (+1966 con 72 años) era un sacerdote belga creador de la teoría
del Big-bang para explicar el origen del Universo. Jérôme Lejeune (+1994 con 67
años), francés, fue el padre de la genética moderna y descubridor del Síndrome de Down.
Etc., etc., etc.
La “eterna guerra” entre científicos
y creyentes ha rebrotado a mitad del siglo XX cuando el llamado grupo de
Edimburgo emprendió la tarea de desmitificar la Ciencia afirmando que
ésta no es más que otro tipo de «construcción» social (término muy en boga
entre los pensadores posmodernos). Los hechos que quieren demostrar no son ni
más ni menos objetivos que lo que sostiene cualquier echadora de cartas,
cualquier astrólogo.
“La fe y
la razón son como dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la
contemplación de la verdad. La Iglesia está profundamente convencida de que fe
y razón se ayudan mutuamente” (Juan Pablo II, Enc. Fe y razón).
Hoy día, en el conflicto no faltan también –como siempre- los
gnósticos a los que ha tenido que hacer referencia Francisco en su último
documento magisterial, “Alegraos y regocijaos” de 2018 (Gaudete et exúltate,
GEx) diciendo: “El gnosticismo es una de las peores
ideologías, ya que (…) considera que su propia visión de la realidad es la
perfección (GEx, 40). En
su Enc. Evangelii gaudium (2013, EvG) ya había
escrito que “La tarea de los exégetas y
de los teólogos ayuda a «madurar el juicio de la Iglesia». De otro modo también
lo hacen las demás ciencias” (EvG, 40).
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