domingo, 16 de septiembre de 2018

CIENCIA Y FE, UNA PAREJA INDISOLUBLE

Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre

Cada 17 de septiembre se celebra la memoria de Roberto Belarmino (†1621 con 79 años), jesuita, cardenal, obispo de Capua, doctor de la Iglesia. Es uno de esos santos que hacen pensar en la armonía que hay que mantener entre la Fe y la Ciencia. Están hechas la una para la otra ya que su Autor es el mismo y Quien no puede contradecirse ni quiere ponérnoslo difícil.

Belarmino era templado, conciliador, libre y profundo y quizá por eso un santo incómodo. Como profesor y como sacerdote era un ídolo por su gran sabiduría y su facilidad de palabra en sus conferencias y sermones. "En la Iglesia de Dios no hay quien le iguale en saber", dijo de él el papa Clemente VIII al hacerle Cardenal en 1599. Roberto era teólogo particular del Papa y consultor del Santo Oficio aunque estuvo metido en el Índice por criticar los límites del poder temporal de los papas.

En su momento escribió una carta al Secretario del tribunal que juzgaba a Galileo defendiendo al científico en cuanto tal y declarando la intromisión de los teólogos en cosas que no son de su incumbencia ni de su competencia, como es la Ciencia.

El diálogo de los eclesiásticos (ellos solos no son la Iglesia) con el mundo de la Ciencia se ha abierto recientemente para recuperar la armonía con la Fe, rota desde hacía varios siglos. Una guerra mal llamada entre la fe y la inteligencia humana pues es simplemente” una guerra entre unos contra otros. Ni la Fe ni la Ciencia se sienten enfrentados.

Tal guerra humana fue iniciada no sin culpa de ambas partes, como dijo Juan Pablo II. El diálogo actual llevó al Papa polaco Wojtyla en 1979 (recién elegido) a que se reabriera el proceso de Galileo pidiendo una revisión honrada y sin prejuicios. Anteriormente Benedicto XIV, Papa de 1740 a 1758, le había levantado la sanción canónica de su heliocentrismo y Pío XII en 1939, ante la Pontificia Academia de las Ciencias, le llamó “el más audaz héroe de la investigación”.

El combate entre científic@s y teólog@s se agudizó por el racionalismo anticlerical que se enseñoreó por Europa desde la gran Enciclopedia de Diderot y D’Alembert y abrió un abismo que después se agrandaría con el materialismo hedonista. El diálogo es de sordos por la pretensión absolutizante de ambos contendientes. Entonces unos afirmaban que sólo es válido lo conocido por la Fe y l@s otr@s (lógicamente) afirmaron que sólo es válido el conocimiento científico experimental. Las ciencias humanísticas no saltan a la palestra.

En contra de lo que suele decirse en algunos ambientes, Darwin (+1882 con 73 años) no tuvo una condena eclesiástica de su pensamiento ya que la teoría de la evolución no contradice la doctrina cristiana, sino que se opone el fundamentalismo bíblico o a las posturas creacionistas que se aferran a interpretar la Biblia literalmente. Otra cosa es la manipulación que algunos han hecho o vienen haciendo de Darwin para absolutizar el evolucionismo y negar la existencia de Dios.

Juan Pablo II en su primera Encíclica programática (1979) tenía ya decidido este propósito de re-unir la pareja separada: “También hoy -y quizás todavía más- los teólogos y todos los hombres de ciencia en la Iglesia están llamados a unir la fe con la ciencia y la sabiduría para contribuir a su recíproca compenetración” (Redemptor hominis, 19). El Papa Wojtyla potenció con nuevo estilo la Pontificia Academia de las Ciencias que reunía un centenar de científicos de todo el mundo y de toda religión, hombres competentes, prestigiosos y de buena voluntad y con su Encíclica Fides et ratio, quiso impulsar el re-encuentro de los que han vivido separados medio milenio por recelos mutuos.

En el cristianismo existe un vastísimo elenco de hombres de fe y a la vez científicos en todas las ramas de la Ciencia gracias a la convicción de que Dios ha creado este mundo con una racionalidad intrínseca que impulsa al hombre a estudiar sus leyes propias y cognoscibles. Pero, claro, un árbol no hace un bosque. Ya entre los primeros discípulos de Jesús (que se sepa) estaban Lucas que era médico y Tomás que parece ser arquitecto. Roger Bacon (+1294 con 80 años) fue un franciscano que propuso el método científico moderno.
Alberto “magno” (+hacia 1280 con 87 ó 74 años) era un dominico alemán, arzobispo de Köln, botánico, químico, astrónomo y geógrafo defensor de la redondez de la Tierra. Nicolás Copérnico (+1543 con 70 años) era un monje polaco, astrónomo y descubridor del heliocentrismo, o sea que es la Tierra la que gira alrededor del sol y no es el sol el que se mueve. Galileo Galilei (+1642 con 77 años) fue un sabio italiano que apoyó con determinación la “revolución de Copérnico”. Matteo Ricci (+1610 en Pekín con 58 años) era un jesuita misionero en China a donde llevó los conocimientos técnicos, matemáticos y cartográficos de Europa y con el matemático chino Xu Guangqi, hizo la primera traducción al chino de los Elementos de Euclides.
Antoine-Laurent de Lavoisier (+1794 con 50 años), padre de la Química moderna, fue ejecutado por la primera República francesa.
Jean Bernard Léon Foucault (+1868 con 48 años), fue un francés que inventó el giróscopo y midió la velocidad de la luz.
Gregor Johann Mendel (+1884 con 61 años) era un monje agustino austro-húngaro, padre de la “herencia genética”.
Louis Pasteur (+1895 con 72 años) fue un químico y bacteriólogo francés que refutó definitivamente la teoría de “la generación espontánea” y facilitó el desarrollo de las vacunas, los antibióticos, la esterilización y la higiene sanitaria. Guglielmo Marconi (+1937 con 63 años) era un ingeniero y empresario italiano, inventor de la radiotelegrafía sin hilos y de la radio.
Agostino Gemelli (+1959 con 81 años) fue un franciscano italiano experto en Psicología, Neurología y Psiquiatría.
Georges Henri Joseph Édouard Lemaître (+1966 con 72 años) era un sacerdote belga creador de la teoría del Big-bang para explicar el origen del Universo. Jérôme Lejeune (+1994 con 67 años), francés, fue el padre de la genética moderna y descubridor del Síndrome de Down.
Etc., etc., etc.

La “eterna guerra” entre científicos y creyentes ha rebrotado a mitad del siglo XX cuando el llamado grupo de Edimburgo emprendió la tarea de desmitificar la Ciencia afirmando que ésta no es más que otro tipo de «construcción» social (término muy en boga entre los pensadores posmodernos). Los hechos que quieren demostrar no son ni más ni menos objetivos que lo que sostiene cualquier echadora de cartas, cualquier astrólogo.

“La fe y la razón son como dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. La Iglesia está profundamente convencida de que fe y razón se ayudan mutuamente” (Juan Pablo II, Enc. Fe y razón).


Hoy día, en el conflicto no faltan también –como siempre- los gnósticos a los que ha tenido que hacer referencia Francisco en su último documento magisterial, “Alegraos y regocijaos” de 2018 (Gaudete et exúltate, GEx) diciendo: El gnosticismo es una de las peores ideologías, ya que (…) considera que su propia visión de la realidad es la perfección (GEx, 40). En su Enc. Evangelii gaudium (2013, EvG) ya había escrito que “La tarea de los exégetas y de los teólogos ayuda a «madurar el juicio de la Iglesia». De otro modo también lo hacen las demás ciencias” (EvG, 40).

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