Se
va al cielo también con su cuerpo resucitado


Cuando
estaban mirando atentamente al cielo mientras él se iba, se presentaron junto a
ellos dos hombres con vestiduras blancas que dijeron: Hombres de Galilea,
qué hacéis mirando al cielo? (…) Entonces regresaron a Jerusalén desde el
monte llamado de los Olivos, que está cerca de Jerusalén, a la distancia de un
camino permitido en sábado. Y cuando llegaron subieron al Cenáculo donde vivían
(…) Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres
y con María la Madre de Jesús y sus hermanos» (Act 1, 3-14).
San Agustín dijo que “ascienda con él también
nuestro corazón (…) Mientras
él está allí, sigue estando con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí,
podemos estar ya con Él allí (…) No se alejó del cielo, cuando descendió hasta
nosotros; ni de nosotros, cuando regresó hasta él". Tomás
de Aquino se pregunta si le pertenecía ascender. Si ascendió por su propio
poder. De qué naturaleza se convirtió para ascender y cuáles son los efectos de
la ascensión: si es causa de nuestra salvación (cf S. Th. III, 57). Yo me hago
también esas preguntas y muchas más, como, por ejemplo, no tanto si asciende
“hacia arriba” pues es “para abajo” para los australianos, cuanto intentar entender
y querer realizar su mandato de ir al mundo entero y caer en la cuenta de que se va con su cuerpo. No basta decir por las salvación de las almas pues es un reduccionismo grave, rayando la herejía, si no se está con los dos pies en el barro.


Para
ir correspondiendo cada día mejor a la misión que Dios tiene encomendada a su
Iglesia, o sea a sus miembros bautizados llamados cristianos, Francisco, como
lo papas anteriores, aunque cada uno a su estilo, recuerda que “tu identificación con Cristo y sus deseos,
implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para
todos. Cristo mismo quiere vivirlo contigo” (GEx, 25).
Cristo
al ascender al cielo, nos deja físicamente hablando sin su presencia corporal,
y nos encarga la misión de continuar su obra redentora y teniendo claro que ha venido del cielo para sanar lo estropeado, para abrir el camino que lleve a los hombres al cielo, con su alma y con su cuerpo también. Creo en la resurrección de la carne, se reza en la Eucaristía en el Símbolo de fe o credo.
Francisco escribe: “Cuando
alguien tiene respuestas a todas las preguntas, demuestra que no está en un
sano camino y es posible que sea un falso profeta, que usa la religión en
beneficio propio, al servicio de sus elucubraciones psicológicas y mentales”
(GEx, 41). Estar solamente haciendo rezar es un recorte. El cuerpo es tan divino como el alma. "Dadles vosotros de comer", nos dijo Jesús. o bien: "tuve hambre y me disteis de comer..." El Papa avisa que los hay que “en el fondo solo confían en sus propias fuerzas -no cuentan con la
ayuda de la gracia divina- y se sienten
superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser
inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico (Evangelii gaudium, 94)” (GEx, 49). El discípulo no puede estar solamente preocupado por la salvación de las almas.

Cristo
se va al cielo y nos deja la tarea en nuestras manos. ¡Qué cara pondrá viendo
lo que ve! ¡Qué cara se le pone cuando ve los disparates “religiosos” que
solemos hacer a lo largo de la Historia y a lo ancho del planeta, engañándonos con
que estamos llevando el Evangelio a todas las gentes. No olvidamos que “el fin
no justifica los medios”.
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