¿Qué hacéis ahí, mirando
al cielo?
El VII domingo de Pascua es, como siempre, la solemnidad de la ascensión de Jesús, que cae el 28 de mayo en 2017.
Cristo “sube” al cielo pero no para arriba: como decimos que el sol sale y se pone aunque no sea él quien se mueve, sino su planeta azul Tierra.
Cristo “sube” al cielo pero no para arriba: como decimos que el sol sale y se pone aunque no sea él quien se mueve, sino su planeta azul Tierra.
Mateo
no dice nada de la ascensión; solo el despido final y el mandato de ir al mundo
entero. Con Lucas parece que asciende el mismo día de la resurrección y en los
Hechos de los apóstoles que escribió después, también da la impresión de que el
acontecimiento se relata sin demasiada atención a los detalles, y parece que
ascendió desde la mesa si no fuera porque en el v 12 dice que ocurrió en el
monte de los olivos: “Mientras
estaba a la mesa con ellos (…) le hicieron esta pregunta: ¿Es ahora, Señor,
cuando vas a restaurar el Reino de Israel? El les contestó (…) Y después de
decir esto, mientras ellos miraban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos" (Act.
1, 3-9).
Como
siempre, también este momento de su vida terrenal, Cristo lo había anunciado en varias
ocasiones: así a Magdalena; así en la última cena… me voy a prepararos un lugar…
Tiene
atractivo intelectual y acelera el corazón leer y aplicarse lo que los dos
ángeles con vestiduras blancas (como los del sepulcro vació) les dijeron a los
que se quedaron pasmados mirando hacia arriba: Varones de Galilea, ¿qué hacéis ahí, mirando al cielo?
El
Catecismo de la Iglesia católica (CEC) glosa este momento de la vida de Jesús
de Nazaret (cap II, art 6).
CEC 659: La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible
de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9; cf. También Lc
9, 34-35; Ex 13, 22) y
por el cielo (cf. Lc 24, 51) donde él se sienta para siempre a
la derecha de Dios (cf. Mc16,
19; Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal 110, 1).
CEC 663: Cristo, desde entonces, está
sentado a la derecha del Padre: "Por derecha del Padre entendemos la
gloria y el honor de la divinidad (…) está sentado corporalmente después de que
se encarnó y de que su carne fue glorificada" (San Juan Damasceno, Expositio fidei, 75 [De fide
orthodoxa, 4, 2]: PG 94, 1104).
En
una ocasión Juan Pablo II (homilía 24-V-2001) señaló que “El ‘cielo’
al que Jesús ascendió no es lejanía, sino ocultamiento y custodia de una
presencia que no nos abandona jamás, hasta que él vuelva en la gloria”.
No
es de recibo pensar que, para ser cristiano, haya que estar mirando al cielo y dar
la espalda al mundo. Cristo, perfecto hombre, no ha venido a destruir lo
humano, sino a ennoblecerlo, a repararlo pues quedó herido por el pecado
llamado original de nuestros primeros padres.
No
han faltado a lo largo de la historia de la Iglesia hombres y mujeres que,
pensando hacerse buenos cristianos, huyeron del mundo para esconderse en el
desierto, en un bosque, en una cueva. Lo mismo, desde muchos siglos antes del cristianismo, lo hacían (y lo siguen haciendo) los santones que se consideran así los verdaderos y perfectos hinduistas, dejando mujer, hijos, profesión, etc. O los monjes del budismo y más ejemplos
que encontramos aquí y allí. Pero estadísticamente – es fácil calcularlo- son
la excepción y así se confirma la regla.
Pero
los que se quedan en el mundo, en el siglo, los seculares, o laicos por no ser clérigos, son los bautizados (la
inmensa mayoría super absoluta de un 95%) y que tienen la tarea divina (única)
de la extensión del Reino de Dios que no es monopolio, algo sólo tarea oficial del
clero, sino que es tarea de tod@s l@s batizad@s como recordaba san Pablo a los
de la primera generación cristiana: Vosotros también sois cuerpo de Cristo
(1Cor 12, 27). Y la tarea no es la implantación definitiva, perfecta e
intocable que solamente será así con la “parusía” o sea la segunda y definitiva
venida de Cristo glorioso y resucitado al final de los tiempos.
El papa Francisco, como todos los anteriores, está ilusionado en ayudar a tod@s para entender y poner en práctica la realidad esencial del cristianismo y no engañarse con una religión clerical e inventada y muy alejada del Evangelio.
En el libro “Jesús de Nazaret” de 2007, Joseph
Ratzinger, que dice que no lo escribe como papa (Benedicto XVI) sino como
teólogo, se lee en una de sus páginas que el anuncio del Reino forma parte del
mensaje, incluso algunos sostienen que eso es el contenido principal, si no el
único núcleo del mensaje, el que vendrá para juzgar a vivos y muertos (II, 102).
Los discípulos no se sienten abandonados; no creen que Jesús se haya
como disipado en un cielo inaccesible y lejano. Evidentemente, están seguros de
una presencia nueva de Jesús. Están seguros de que el Resucitado (como Él mismo
había dicho, según Mateo), está presente entre ellos, precisamente ahora, de
una manera nueva y poderosa.
¿Cuál es la situación de la existencia cristiana
respecto al retorno del Señor? ¿Lo esperamos de buena gana o no?, preguntaba en
su día san Agustín a sus fieles diocesanos. Ya Cipriano de Cartago (+ 258) –decía-
se vio en la necesidad de exhortar que el temor ante las grandes catástrofes o
ante la muerte no les alejara de la oración por el retorno de Cristo. ¿Debemos
acaso apreciar más el mundo que está declinando que al Señor que, no obstante,
esperamos?
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