Un poco de historia
del divorcio en la Iglesia
Es
una realidad innegable que el divorcio existe teóricamente en la Iglesia
católica romana y no sólo en los ortodoxos aunque ellos lo practican. Ya
sabemos que Jesús les dijo a sus apóstoles que lo que ataran en la tierra,
quedaría atado en el cielo y lo que desataran quedaría desatado. Prevé ambas
tareas, también desatar.
El
llamado privilegio paulino (1Cor 7,12-15) es verdadero divorcio porque disuelve
el matrimonio verdadero de no bautizados (paganos); es una anulación del
vínculo y de las obligaciones que conllevaba y no que se le reconozca nulo en
su momento inicial (la boda).
El
privilegio petrino son los demás casos de divorcios pues el Papa, el sucesor de
Pedro, tiene potestad para disolver un matrimonio cualquiera. Algunos manuales hoy
vigentes dicen que hasta ahora solo se ha aplicado en casos de herejía, ingreso
en religión o para la ordenación sacerdotal. Igual es hora de totalizar y no
andar recortando.
Se supone que los primeros y segundos y
terceros cristianos seguían los mismos usos del entorno pagano o precristiano y la legislación del Imperio romano que no contemplaba el matrimonio como un hecho público sino privado. Así que esos cristianos no tenían conciencia de que su religión
hubiera aportado algo nuevo al matrimonio en sí. Cristo no inventa el
matrimonio cuando crea ese sacramento como no inventa el agua para el bautismo
ni el vino para la Eucaristía.
san Gregorio II |
En el año 726 el papa Gregorio II respondió a una
consulta del famoso apóstol europeo san Bonifacio (obispo) en la que le
preguntaba: ¿Qué debe hacer el marido cuya mujer haya enfermado y como
consecuencia no puede darle el débito conyugal?
Y contestó:
"Sería bueno que todo siguiese igual y se diese a la continencia. Pero
como esto es de hombres grandes, el que no se pueda contener, que vuelva a
casarse; pero no deje de ayudar económicamente a la que enfermó y no ha quedado
excluida por culpa detestable" (PL 89, 102-103).
san Inocencio I |
El papa san Inocencio
I (+417), conocido como el monje Telémaco, se enfrentó al rigorismo de la época, manifestado en los sínodos de
Elvira y Arlés, pues negaban la absolución incluso en el momento de la muerte
a los pecados de la carne. Este papa en su día respondió a Probo con una carta en la que se ve que estaba a favor de la
praxis de la Iglesia hasta ese momento de permitir nuevo matrimonio al marido
de una adúltera y podía recibir la comunión sin necesidad de la penitencia (PL 20, 602-603). Otro
asunto es ver qué fue de las mujeres inocentes cuyos maridos eran adúlteros,
pero lo dejo para otra ocasión.
A finales del siglo VIII y comienzos del IX se empezó a prohibir ese nuevo matrimonio cuando la esposa era adúltera. Es la época carolingia y de la influencia de san Jerónimo. Se prohíbe la disolución del matrimonio con Inocencio III (DH 794), en el siglo XIII, papa conocido por muchos como “estupor mundi” (o sea que metía el miedo en el cuerpo).
Luego Trento, a
mitad del segundo milenio, lo repite en la sesión 24 (DH 1797), como medida
disciplinar pero no enunciado como un dogma de fe, y los anatemas que aparecen no
son condenaciones excluyentes de la comunión. En la primera
mitad del siglo XX seguía habiendo un puñado de obispos sobre todo, que pedían
a los papas que la indisolubilidad la declarasen dogma de fe. Ninguno les hizo
caso.
El cardenal
G. L. Müller, actual cabeza de la
Congregación vaticana de la Doctrina de la Fe, guardián de la ortodoxia y uno de los líderes de la resistencia a los cambios y mejoras, sin embargo recuerda que el matrimonio
no imprime carácter sacramental
("Dogmática". Barcelona, 2009, p. 722), por tanto puede recibirse
muchas veces en la vida. No así los que imprimen carácter como el bautismo o la confirmación y por eso solo pueden
recibirse una vez en la vida.
La
disolución de las obligaciones contraídas es una realidad histórica que se ha
aplicado con naturalidad y sin problemas en algunos casos a los que querían
ingresar en religión o ser ordenados sacerdotes y se les permitía asumir las
nuevas obligaciones de su nuevo estado. Esa falta de equidad es el caballo de
batalla actual que denuncian los sinceros y cooperadores de la verdad.
Estás
claro que leyendo el Evangelio nos encontramos con las palabras de Jesús
diciéndonos que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre pero que suenan no tanto a mandato como a un
desideratum.
Jesús, que crecía en edad, sabiduría y gracia, nos pide ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto pero nadie nace perfecto; la perfección o santidad -como cualquier virtud- se ha de ir conquistando a lo largo de la vida.
Ya Juan Pablo II, antes de irse a la casa del
Padre, en Novo millennio ineunte
recordaba -otra vez- que la pastoral del tercer milenio debe incluir “una atención especial (…) a la pastoral de
la familia. Que las familias cristianas ofrezcan un ejemplo convincente de la
posibilidad de un matrimonio vivido de manera plenamente conforme al proyecto
de Dios y a las verdaderas exigencias de la persona humana”. Dar ejemplo de
lo que es posible, no obligatorio y sin vuelta de hoja.
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