Acaba de acabar el reciente Sínodo extraordinario de obispos que versaba sobre la familia. Muchas expectativas venía suscitando desde que fue anunciado por el papa Francisco y, ante la sorpresa de muchos, lo quiso preparar conociendo el “sensus fidelium”, o sea escuchando al pueblo de Dios, a la comunidad de discípulos de Cristo, lo cual solo se vivió en los primeros momentos de la Iglesia. Luego, al cabo de unos siglos, con el reduccionismo anti-evangélico fue abolida la participación de todo cristiano en su responsable respuesta a sus compromisos bautismales.
La cosa está todavía en el
candelero pues con este Sínodo no se ha querido cerrar nada sino preparar el
Sínodo del próximo otoño de 2015 que será uno ordinario pero sobre el mismo tema
de la familia.
El
matrimonio, siendo una realidad diaria en todas las culturas existentes en el
planeta, sigue siendo uno de los temas más estudiados y de los menos comprendidos.
Ya escribí del tema dos post en diciembre de 2009.
Entonces ya recordé que para algunos cristianos el
matrimonio es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo y no deben olvidar que eligió signos sacramentales con cosas ya existentes, naturales, como el agua, el pan,
el vino o aceite vegetal. No son invenciones o creaciones de Jesús ni de los curas. Por eso cuando el Maestro instituyó el sacramento conyugal, tomó como signo el matrimonio natural que es
verdadero matrimonio, como el pan es verdaderamente pan o el agua es agua.
Cristo no inventó el agua, ni el vino ni el pacto conyugal.
Yo creo que toda la
problemática que tiene la Iglesia en este tema es por el Decreto de Trento, ya
bien metidos en el segundo milenio, siglo XVI, por el cual el
matrimonio para los bautizados no es válido sino no es en la Iglesia, ante el
cura. Así se han cargado el matrimonio natural, se deja de creer en él pues la
validez –ahí está el disparate- no está en el natural acuerdo mutuo entre un
varón y una mujer. Es una barbaridad. Pienso que bastaría legislar que para los
bautizados, la presencia del cura es requisito de licitud pero no de validez. Los
cristianos que no se casen por la Iglesia pueden ser tachados de pecadores por
despreciar el sacramento, pero de ningún modo decirles que no están casados.
Quizá en esta hora del papa
Francisco sea el momento de poner patas (lo pastoral) a lo que ya decía el hoy
emérito papa Benedicto XVI en junio de 2005, recién elegido sucesor de Juan
Pablo II. entonces declaraba que “el matrimonio, como institución, no es por
tanto una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, una imposición
desde el exterior en la realidad más privada de la vida; es por el contrario
una exigencia intrínseca del pacto de amor conyugal y de la profundidad de la
persona humana”. Ahí está magisterialmente expuesta la teoría de la validez
del matrimonio natural.
Han sido constantes las
declaraciones de padres sinodales sobre el no querer de ninguna manera tocar la
doctrina, no se discute la indisolubilidad ni la unicidad del matrimonio;
simplemente se quieren encontrar respuestas adecuadas, según el Evangelio, a
las problemáticas familiares y conyugales que hay hoy día en los cinco
continentes.
De todos
modos, la unicidad y la indisolubilidad son dos aspectos sin evidencia directa
pues lo que, como dicen algunos, es ley natural, ha de ser universal en el
tiempo y en el espacio, como la ley de la gravedad, por ejemplo. No es que en
algunos sitios de la Tierra no haya gravedad o que no cayeran las cosas en la
época de los dinosaurios.
Por eso
llama la atención los textos bíblicos que narran continuas excepciones a tal
ley natural. Si fuera ley natural no admitiría ni una sola excepción.
Pero
se lee en la Biblia que en el pueblo judío, el pueblo de Dios del Antiguo
Testamento, el rey David subió de parte de Dios a Jerusalén para conquistarla y
lo hizo con sus 2 mujeres (Ajinoán y Abigail), a parte su esposa Eglá. Con ella
tuvo a Yetreán (2 Sam 3,1-5); con Ajinoán tuvo a Amnón, con Abigail a Quilab, además
a Absalón de Maacá (hija del rey de Guesur), a Adonías con Jaguit y a Safatías
con Abital; total seis hijos con seis mujeres.
Luego,
su hijo Salomón, también instrumento de Dios, le super superó. Se lee que “El
rey Salomón amó a muchas mujeres extranjeras, además de la hija de Faraón,
moabitas, ammonitas, edomitas, sidonias, hititas, de los pueblos de los que
dijo Iahveh a los israelitas: «No os uniréis a ellas y ellas no se unirán a
vosotros, pues de seguro arrastrarán vuestro corazón tras sus dioses», pero
Salomón se apegó a ellas por amor; tuvo setecientas mujeres con rango de
princesas y trescientas concubinas” (1Reg 11,1-3).
La discusión o diálogo teológico-pastoral-canónico
sobre la familia seguirá “in saecula
saeculorum” no solo por la dificultad intelectual que tiene, sino además
por los obstáculos que existen, externos a la Iglesia. Conviene no olvidar que
la sociedad colectivista del comunismo viene considerando desde sus inicios, en
el siglo XIX, que el Estado ha de ser la super-estructura de las familias y,
por anti-social, debe destruirse la heredada “familia burguesa” creada por la
Iglesia medieval. Con ellos coinciden los de la ideología contraria, los de la
sociedad individualista capitalista que consideran el Estado como conjunto de
individuos individuales y por tanto también necesitan destruir la familia.
En
el año 1997, en el Congreso Teológico Pastoral (octubre) previo al II Encuentro
Mundial de las Familias (noviembre) organizado por el Consejo Pontificio para
la Familia, que presidía entonces el cardenal colombiano Alfonso López
Trujillo, intervino, entre otros muchos, Mary Ann Glendon. Esta profesora de
Derecho en Harvard, miembro del Comité del Gran Jubileo del año 2000 y entonces
presidenta de la delegación de la Santa Sede en la conferencia de Pekín,
declaró que existe “una lucha contra la familia, por parte de una nueva
clase dirigente, burocrática e internacional, que no se puede identificar con
un país determinado, sino que es una élite mundial emergente, interconectada de
distintas maneras, que acumula dinero y poder; mientras más de la mitad de la
población mundial queda excluida”.
Y
añadía: “en los años transcurridos entre 1948 y 1995, presenciamos un
intento creciente de varios movimientos por considerar a la familia y la
religión como obstáculos para el desarrollo de los derechos humanos. Desde
finales de 1995, parece que los principios favorables a la familia de la
Declaración Universal corren el grave peligro de verse suprimidos”. “Debemos
dar testimonio de que existe una verdadera guerra contra la familia. La familia
está en la mira de los ataques de muchas naciones, y de importantes organismos
internacionales. Las últimas conferencias de la ONU fueron claras tentativas de
esta intención de destruir la familia y de imponer una nueva y perversa
concepción de derechos humanos”.
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