
Acaba de acabar el reciente Sínodo extraordinario de obispos que versaba sobre la familia. Muchas expectativas venía suscitando desde que fue anunciado por el papa Francisco y, ante la sorpresa de muchos, lo quiso preparar conociendo el “sensus fidelium”, o sea escuchando al pueblo de Dios, a la comunidad de discípulos de Cristo, lo cual solo se vivió en los primeros momentos de la Iglesia. Luego, al cabo de unos siglos, con el reduccionismo anti-evangélico fue abolida la participación de todo cristiano en su responsable respuesta a sus compromisos bautismales.

El
matrimonio, siendo una realidad diaria en todas las culturas existentes en el
planeta, sigue siendo uno de los temas más estudiados y de los menos comprendidos.
Ya escribí del tema dos post en diciembre de 2009.
Entonces ya recordé que para algunos cristianos el
matrimonio es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo y no deben olvidar que eligió signos sacramentales con cosas ya existentes, naturales, como el agua, el pan,
el vino o aceite vegetal. No son invenciones o creaciones de Jesús ni de los curas. Por eso cuando el Maestro instituyó el sacramento conyugal, tomó como signo el matrimonio natural que es
verdadero matrimonio, como el pan es verdaderamente pan o el agua es agua.
Cristo no inventó el agua, ni el vino ni el pacto conyugal.


Han sido constantes las
declaraciones de padres sinodales sobre el no querer de ninguna manera tocar la
doctrina, no se discute la indisolubilidad ni la unicidad del matrimonio;
simplemente se quieren encontrar respuestas adecuadas, según el Evangelio, a
las problemáticas familiares y conyugales que hay hoy día en los cinco
continentes.

Por eso
llama la atención los textos bíblicos que narran continuas excepciones a tal
ley natural. Si fuera ley natural no admitiría ni una sola excepción.

Luego,
su hijo Salomón, también instrumento de Dios, le super superó. Se lee que “El
rey Salomón amó a muchas mujeres extranjeras, además de la hija de Faraón,
moabitas, ammonitas, edomitas, sidonias, hititas, de los pueblos de los que
dijo Iahveh a los israelitas: «No os uniréis a ellas y ellas no se unirán a
vosotros, pues de seguro arrastrarán vuestro corazón tras sus dioses», pero
Salomón se apegó a ellas por amor; tuvo setecientas mujeres con rango de
princesas y trescientas concubinas” (1Reg 11,1-3).
La discusión o diálogo teológico-pastoral-canónico
sobre la familia seguirá “in saecula
saeculorum” no solo por la dificultad intelectual que tiene, sino además
por los obstáculos que existen, externos a la Iglesia. Conviene no olvidar que
la sociedad colectivista del comunismo viene considerando desde sus inicios, en
el siglo XIX, que el Estado ha de ser la super-estructura de las familias y,
por anti-social, debe destruirse la heredada “familia burguesa” creada por la
Iglesia medieval. Con ellos coinciden los de la ideología contraria, los de la
sociedad individualista capitalista que consideran el Estado como conjunto de
individuos individuales y por tanto también necesitan destruir la familia.

Y
añadía: “en los años transcurridos entre 1948 y 1995, presenciamos un
intento creciente de varios movimientos por considerar a la familia y la
religión como obstáculos para el desarrollo de los derechos humanos. Desde
finales de 1995, parece que los principios favorables a la familia de la
Declaración Universal corren el grave peligro de verse suprimidos”. “Debemos
dar testimonio de que existe una verdadera guerra contra la familia. La familia
está en la mira de los ataques de muchas naciones, y de importantes organismos
internacionales. Las últimas conferencias de la ONU fueron claras tentativas de
esta intención de destruir la familia y de imponer una nueva y perversa
concepción de derechos humanos”.
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