¿Sí o no?
Es una realidad innegable que el divorcio existe teóricamente
en la Iglesia católica romana y no sólo en los ortodoxos aunque ellos lo
practican. Ya sabemos que Jesús les dijo a sus apóstoles que lo que ataran en
la tierra, quedaría atado en el cielo y lo que desataran quedaría desatado.
Tenía previsto ambas tareas.
Leo en un manual de Teología Moral[1] que el llamado privilegio paulino (1Cor 7,12-15) es
verdadero divorcio porque disuelve el matrimonio verdadero de no bautizados
(paganos); es una anulación del vínculo y de las obligaciones que conllevaba y no
que se le reconozca nulo en su momento inicial (la boda).
El privilegio petrino son los demás casos de
divorcios en los que jurídicamente se reconoce la potestad del Papa para disolver
un matrimonio cualquiera. Algunos manuales dicen que hasta ahora se ha aplicado
en casos de herejía; ingreso en religión o para la ordenación sacerdotal.
Si la actual condición jurídica vigente para defender la indisolubilidad es la de ser “rato” y “consumado”, se deduce que todo matrimonio no consumado se disuelve por sí sólo y no necesitará por tanto de un acto jurídico papal ejerciendo su privilegio petrino.
Unos dicen que sólo se disuelven las obligaciones pero no el vínculo que es indisoluble. La astucia de los juristas es enorme y logran inventar por ejemplo la figura de la ficción jurídica, como es el caso de los cardenales: que siendo en un principio párrocos romanos, hoy día es un nombramiento virtual para defender sus privilegios.
Si la actual condición jurídica vigente para defender la indisolubilidad es la de ser “rato” y “consumado”, se deduce que todo matrimonio no consumado se disuelve por sí sólo y no necesitará por tanto de un acto jurídico papal ejerciendo su privilegio petrino.
Unos dicen que sólo se disuelven las obligaciones pero no el vínculo que es indisoluble. La astucia de los juristas es enorme y logran inventar por ejemplo la figura de la ficción jurídica, como es el caso de los cardenales: que siendo en un principio párrocos romanos, hoy día es un nombramiento virtual para defender sus privilegios.
La disolución de
las obligaciones contraídas es una realidad histórica que se ha aplicado con
naturalidad y sin problemas en los casos de ingresar en el estado
religioso o clerical, mientras se niega en otros que tienen que ser medidos con
el mismo rasero. A los que querían ingresar en religión o ser ordenados
sacerdotes se les ha venido dispensando sin problema alguno de sus obligaciones
conyugales, pero por el privilegio petrino o paulino también será del vínculo, y eso es el divorcio. Y así se les permitía asumir las nuevas
obligaciones de su nuevo estado que es lo reclamado para los divorciados y
vueltos a casar. Se cuestiona la falta de equidad que es un "punto gordo" para estudiar, rezar y
decidir.
Un rápido recorrido por
la historia nos muestra esa naturalidad de casos y pongo sólo unos cuantos
ejemplos de los muchos que quedan en el tintero:
San Filogonio (+324) era casado, padre de familia y abogado cuando fue elegido obispo
de Antioquía. San Juan Crisóstomo lo celebra con gran encomio.
San Sulpicio Severo (+420) era abogado de
Aquitania, casado y escritor. Sólo su suegra Bassula le entendió cuando
decidió, con 35 años, dejar su brillante carrera jurídica y a su mujer para
dedicarse enteramente a Dios, y le regaló una finca cerca de Carcasona.
San Nilo (+430), era prefecto de la ciudad, casado
y con dos hijos pero en 390 se retiró del mundo con el pequeño (Teódulo) y con
el permiso de su mujer que se quedó cuidada por el mayor. Discípulo de san Juan
Crisóstomo y llegó a abad en Constantinopla.
San Paulino (+431 con 78 años). Casado con
la barcelonesa Teresa pero, de acuerdo con su mujer, por la muerte prematura
del hijo a los 8 días, decidieron ingresar cada uno en un monasterio. Luego fue
ordenado sacerdote en Barcelona por aclamación del pueblo y por lo mismo en
Milán fue nombrado obispo de la ciudad italiana de Nola.
San Apro (+450) casado con la piadosa Amanda,
tuvieron varios hijos pero un día decidieron reservar los bienes patrimoniales
para los hijos y acordaron vivir en continencia total. Luego fue ordenado
sacerdote y más tarde nombrado obispo de Toul.
San Lupo
o Lope (+478) casado con Pimeniola,
hermana de san Hilario de Arlés, a los 7 años de casados deciden abandonar el
mundo y él entró en el monasterio de Lerins. Fue quien en 451 pidió a Atila que
respetase Troyes de donde era obispo.
Santa
Teodora (s V) era egipcia,
casada y virtuosa pero un día cayó en la tentación tras el hechizo de un joven
apuesto. Desde entonces se mortificó para reparar el pecado e ingresó camuflada
de hombre en un monasterio de donde fue expulsada pues una ventera del lugar la
delató. Con el tiempo la admitieron de nuevo en el monasterio a condición de no
salir nunca de su celda. La leyenda dice que el niño que tuvo llegó a ser abad
del monasterio.
San Hormisdas (+523) fue elegido papa siendo diácono romano, casado y con un hijo que
será luego el papa Silverio.
San Leoncio (+570) casado con Placidina, era
cristiano virtuoso y por ello fue elegido obispo de Burdeos, decidiendo desde
entonces guardar continencia perfecta.
Santa
Radegunda (+587 con 67 años).
Hija menor del rey de Turingia, casada a los 20 años con Clotario I, hijo menor
de Clodoveo y Clotilde. Ella prefirió ser monja que vivir a su lado y fundó el
primer monasterio femenino de Europa, la abadía de la Santa Cruz.
San Arnulfo (+640 con 59 años) Casado con Doda, y
con dos hijos, fue elegido obispo de Metz siendo seglar. No dejó su cargo en la
corte de Teodeberto. Dimitió como obispo para llevar vida contemplativa en los
Vosgos y fue sucedido por san Abbón (o Goerico).
Pasando al 2º milenio, pongo también sólo algún
ejemplo al recorrer estos siglos.
San Procopio (+1053) casado, luego se ordenó y después se hizo monje retirándose a
una cueva junto al río Sázava.
Conrado
Confalonieri, beato (+1351) estaba
casado y por un incendio y evitar que muriera un inocente, reconoció que era el
autor y le fueron confiscados sus bienes. Entendió con su esposa Eufrosina que
era una señal divina y ella se hizo monja y él ermitaño terciario franciscano,
luego se trasladó a Sicilia.
San Nicolás de Flüe (+1497 con 80 años), suizo, patrón
de Suiza, casado a los 30 años con Dorotea y durante 20 años; tuvieron 10
hijos. Con 50 años pidió permiso a su esposa y a sus hijos y se retiró a una
ermita que bendecida por el obispo de Constanza, se convirtió en lugar de
peregrinaje. Lo canonizó Pío XII.
Santa
Benita
Cambiagio (+1858 con 67 años), canonizada en 2002, estaba casada con Juan Bautista
Frasinello y a los dos años de la boda, ante el obispo, el matrimonio hizo voto
de castidad. Después él ingresó en los somascos y ella en las ursulinas aunque
sólo un año por razones de salud. Luego fundó las HH benedictinas de la
Providencia dedicas a niñas y jóvenes abandonadas.
Estás claro que leemos el Evangelio las palabras de Jesús diciéndonos que lo que Dios ha unido, no lo
separe el hombre pero que no tienen una interpretación unívoca y
rotunda ya que no suenan tanto a mandato como a un desiderátum.
Un trabajo aparte
merece el estudio del devenir jurídico de los llamados consejos evangélicos y
la omisión de los preceptos evangélicos.
Jesús explica porqué se admitía el divorcio en el
pueblo de Dios del Antiguo Testamento, regulado desde Moisés, y revela que no
era así desde el principio, o sea que en el plan divino está dar la capacidad
del hombre varón y mujer para ser una sola carne, una unidad tal que son una
sola persona, pero todo lo creado está sometido a la ley de la evolución,
también Jesús crecía en edad, sabiduría y gracia. Nos pide ser perfectos como
nuestro Padre celestial es perfecto pero no se nace perfecto, pues todo empieza
pequeño, inmaduro, solo potencialmente perfecto y tiene que ir madurando,
desarrollando las capacidades. Hay que respetar esa ley que algunos llaman de
la gradualidad, otros la del plano inclinado. Y no olvidar el refrán popular
que es el infalible sensus fidelium
que dice que es de sabios rectificar.
Hemos de contar que el estado paradisíaco en que fue puesto el hombre en esta
tierra se perdió para siempre con el pecado y al paraíso no se puede volver a
entrar porque Iahvé puso un arcángel con una espada en la entrada para evitarlo.
Caer en la tentación de montar aquí el paraíso perdido no es solamente manía
sicópata de los políticos o ideólogos sino que está a diario al alcance los
eclesiásticos.
Ya Juan Pablo II, en 1981, empezando su pontificado, recordaba en Familiaris consortio que “la
Iglesia, consciente de que el matrimonio y la familia constituyen uno de los
bienes más preciosos de la humanidad, quiere hacer sentir su voz y ofrecer su
ayuda a todo aquel que, busca la verdad y a todo aquel que se ve injustamente
impedido para vivir con libertad el propio proyecto familiar”. Siempre quiso ayudar a aplicar las indicaciones del
concilio Vaticano II, centrado en la celebración del gran jubileo del 2000 para
llevar a la Iglesia al tercer milenio, y en 1994 escribió: “Será tarea de la Sede
Apostólica, con vista al año 2000, actualizar los martirologios de la Iglesia universal,
prestando gran atención a la santidad de quienes también en nuestro tiempo han vivido plenamente en la verdad de
Cristo. De modo especial se deberá trabajar por el reconocimiento de la
heroicidad de las virtudes de los hombres y las mujeres que han realizado su
vocación cristiana en el matrimonio:
convencidos como estamos de que no faltan frutos de santidad en tal
estado (Tertio millenio adveniente,
37).
Y antes de irse a la
casa del Padre, en Novo millennio ineunte
de 2001 volvía a decir: “una atención especial se ha de prestar
también a la pastoral de la familia. Que las familias cristianas ofrezcan un
ejemplo convincente de la posibilidad de un matrimonio vivido de manera
plenamente conforme al proyecto de Dios y a las verdaderas exigencias de la
persona humana”.
[1] Cfr Aurelio
Fernández. Compendio de Teología Moral.
Col “Pelícano”, Palabra, Madrid 1995, pp 349-358.
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