Unidos a
los otros hombres
Dijo,
pues, Yahveh: "El clamor de Sodoma, de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo”
(…) Abraham le dijo a Iahvé: "Así
que vas a borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos (…) Tal
vez se encuentren allí treinta (…) ¿y si se hallaren allí veinte? (…) ¿si se
encuentran allí diez?”
Es
la Palabra de Dios en la primera lectura de este domingo XVII (ciclo C) del TO
que quiere hacer caer en la cuenta de que Abraham no tiene una espiritualidad
individualista sino una espiritualidad social pues se preocupa de los demás y
está convencido de que unos pocos (sean 50 ó 10) salvarán a todos los de Sodoma
y Gomorra y alrededores (cf Gen 18, 20-32).
Juan
Pablo II ya comentó en su día que “se
debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista que
poco tienen que ver con (…) la lógica de la Encarnación (…) Es muy actual a
este respecto la enseñanza del Concilio Vaticano II: «El mensaje cristiano
no aparta los hombres de la tarea de la construcción del mundo ni les impulsa a
despreocuparse del bien de sus semejantes» (GS 34)” (Novo milenio ineunte, 52).
Jesús
mismo enseña a sus discípulos a rezar en plural, por todos (Lc 11, 1-13): Padre
nuestro, no padre mío. Venga a nosotros tu Reino, no ha mí
solo. Danos hoy nuestro pan de cada día, no mi pan. Etc.
A su vez Francisco (Aud Gral 26-VI-2019)
recuerda que “la
comunidad de creyentes ahuyenta el individualismo para fomentar el compartir y
la solidaridad. No hay lugar para el egoísmo en el alma de un cristiano”. Por
eso la oración
cristiana –ha recordado el Papa argentino- es para rezar por todo el mundo y no
solamente para pedir cosas para mí.
El
hombre sabe lo que reza el salmo, que “el
Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres; desde su morada
observa a todos los habitantes de la tierra (Ps 32), no en unos pocos, no
solo mira a los buenos, a los mejores, a los más… y como el hombre es imagen y
semejanza de Dios, tiene que hacer lo mismo.
En
este mundo de Dios hay mucha gente buena, much@s just@s, aunque no sean
burocráticamente cristianos y no puedan tener un certificado de bautismo. Se
hacen muchísimas cosas buenas y bien hechas, por eso el Papa polaco Wojtyla, en
la Carta ap para preparar el gran Jubileo del 2000, decía que “es necesario además que se estimen y
profundicen los signos de esperanza presentes en este último fin de siglo, a
pesar de las sombras que con frecuencia los esconden a nuestros ojos”
(Tertio milenio adveniente, 46).
Benedicto
XVI también expuso esta idea básica de mirar al mundo entero y ver sus luces y
sus sombras que no deben sorprender y poner de mal humor. En Spe salvi (SS, 37)
escribió que “obviamente, el cristiano
que reza no pretende cambiar los planes de Dios o corregir lo que Dios ha
previsto. A menudo no se nos da a conocer el motivo por el que Dios frena su
brazo en vez de intervenir (…) Para el creyente no es posible pensar que Él sea
impotente, o bien que «tal vez esté dormido» (1Reyes 18, 27).
San
Pablo recuerda que “nosotros anunciamos a
Cristo, exhortando a todo hombre (…) para hacer a todos perfectos en Cristo”
(Col 1, 28), no a unos cuantos.
“La época
actual –dijo
Juan Pablo II- junto a muchas luces
presenta igualmente no pocas sombras (...) Será oportuno afrontar la vasta
problemática de la crisis de civilización que se ha ido manifestando sobre todo
en el Occidente (…) A las puertas del
nuevo milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para
interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a
los males de nuestro tiempo (...) ¿Y no es acaso de lamentar, entre las sombras
del presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en graves formas de
injusticia y de marginación social?” (TMA 36 y 52). Un buen cristiano no se cree perfecto, impecable y osa afirmar habitualmente que el mal que hay por este mundo de Dios es por culpa de los otros.
Al
interrogarse sobre sus responsabilidades, l@s cristian@s ven claro que algo de
razón tienen los profetas que denuncian los pecados sobre todo sociales, del
pueblo, del grupo. Algo de razón tendría Marx al afirmar que lo único
importante es la Economía pues la afirmación es verdad si se evita exagerar o
absolutizar la tesis. Por eso l@s bautizad@s saben que, todos los ámbitos de la
vida como la familia, el deporte, la ciencia, la cultura, el descanso, etc., exige
la pregunta “¿cuánto cuesta? Por eso hay que estar en cristianizar también la Economía.
La ciencia económica tiene descubierto que sus mecanismos deben ser iguales
para todos, creyentes y no creyentes y la solución no es el capitalismo salvaje
ni el comunismo absoluto.
El
concilio Vaticano II recuerda en Gaudium et spes que los “fieles han de vivir estrechamente unidos a los otros hombres de su
tiempo” y ha de esforzarse por “procurar comprender perfectamente su modo de
pensar y sentir” (GS 62). Se trata de conocer y comprender la lógica propia
de la Economía, sus reglas y sus leyes propias. Actuar de otra manera ocasiona
grades daños a la sociedad y a la Economía, como demuestra la actual crisis
mundial. En la lucha contra la pobreza no se puede estar solo con ayudas
directas pues realmente dañan ya que
crean pasividad y dependencia. En situaciones de emergencia, la ayuda
humanitaria directa es un deber improrrogable pero las ayudas indirectas tipo
educación, inversiones comerciales de los países ricos, apertura de los
mercados para comprar y vender productos, etc. es la más ajustada a la verdad.
No
se trata de crear un mundo cristiano económico, paralelo al Estado (o como se
llame), como por ejemplo ensayaron los templarios. Las leyes económicas al
igual que las de tráfico, son las mismas para todos. Una dificultad que tuvo el
cristianismo para reconciliarse con la Economía moderna fue prohibir toda forma
de interés por los préstamos ya que erróneamente se confundía con el abuso
llamado usura. Se consideraba que aceptar intereses por los préstamos era un
pecado mortal.
Los
fundamentos para la Economía moderna y su comprensión en el seno de la Iglesia
los pusieron los franciscanos del s XIV y XV y los dominicos de Salamanca en el
XVI. Adam Smith disfrutó de verdades económicas como el concepto de capital
acuñado por frailes que tenían el voto de pobreza, o el de contabilidad o las
instituciones financieras inventadas por los franciscanos como la red de 150
“montes de piedad” promovidos en aquella Europa medieval. Ofrecían créditos, no
a los mendigos, sino a las hoy llamadas pymes
(pequeños artesanos y emprendedores) que en momentos de crisis se encontraban
oprimidos por los usureros. Benedicto XVI describió algunos de estos conceptos
importantes en su encíclica Caritas in
veritate, cap III.
El
Evangelio no es un programa socio-económico o político, ni los cristianos
tienen la fórmula mágica que ahorre la fatigosa búsqueda de la verdad también económica
y financiera y el bien práctico.
En
la encíclica Evangelii gaudium (La
alegría del Evangelio, EvG), Francisco deja escrito que “hoy tenemos que decir «no a una Economía de la exclusión y la
inequidad». Esa Economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de
frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos
en la bolsa (…) Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» (…) Los excluidos
no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»” (EvG 53).
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