Unidos a
los otros hombres

Es
la Palabra de Dios en la primera lectura de este domingo XVII (ciclo C) del TO
que quiere hacer caer en la cuenta de que Abraham no tiene una espiritualidad
individualista sino una espiritualidad social pues se preocupa de los demás y
está convencido de que unos pocos (sean 50 ó 10) salvarán a todos los de Sodoma
y Gomorra y alrededores (cf Gen 18, 20-32).
Juan
Pablo II ya comentó en su día que “se
debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista que
poco tienen que ver con (…) la lógica de la Encarnación (…) Es muy actual a
este respecto la enseñanza del Concilio Vaticano II: «El mensaje cristiano
no aparta los hombres de la tarea de la construcción del mundo ni les impulsa a
despreocuparse del bien de sus semejantes» (GS 34)” (Novo millennio ineunte, 52).

El
hombre sabe lo que reza el salmo, que “el
Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres; desde su morada
observa a todos los habitantes de la Tierra (Ps 32), no en unos pocos, no
solo mira a los buenos, a los mejores, a los más… y como el hombre es imagen y
semejanza de Dios, tiene que hacer lo mismo.
En
este mundo de Dios hay mucha gente buena, much@s just@s, aunque no sean
burocráticamente cristianos y no puedan tener un certificado de bautismo pero hacen muchísimas cosas buenas y bien hechas, por eso el Papa polaco Wojtyla, en
la Carta para preparar el gran Jubileo del 2000, decía que “es necesario además que se estimen y
profundicen los signos de esperanza presentes en este último fin de siglo, a
pesar de las sombras que con frecuencia los esconden a nuestros ojos”
(Tertio millennio adveniente, 46).
Benedicto
XVI también expuso esta idea básica de mirar al mundo entero y ver sus luces y
sus sombras que no deben sorprender y poner de mal humor. San
Pablo recuerda que “nosotros anunciamos a
Cristo, exhortando a todo hombre (…) para hacer a todos perfectos en Cristo”
(Col 1, 28), no a unos cuantos.


El Concilio Vaticano II recuerda en Gaudium et spes que los “fieles han de vivir estrechamente unidos a los otros hombres de su
tiempo” y han de esforzarse por “procurar comprender perfectamente su modo de
pensar y sentir” (GS 62). Se trata de conocer y comprender la lógica propia
de la Economía, sus reglas y sus leyes propias. Actuar de otra manera ocasiona
grades daños a la sociedad y a la Economía, como demuestra la actual crisis
mundial. En la lucha contra la pobreza no se puede estar solo con ayudas
directas pues realmente dañan ya que
crean pasividad y dependencia. En situaciones de emergencia, la ayuda
humanitaria directa es un deber improrrogable pero las ayudas indirectas tipo
educación, inversiones comerciales de los países ricos, apertura de los
mercados para comprar y vender productos, etc., es lo más ajustado a la verdad.
No
se trata de crear un mundo cristiano económico, paralelo al Estado (o como se
llame), como por ejemplo hicieron los templarios. Las leyes económicas al
igual que las de tráfico, son las mismas para todos. Una dificultad que tuvo el
cristianismo para reconciliarse con la Economía moderna fue prohibir toda forma
de interés por los préstamos ya que erróneamente se confundía con el abuso
llamado usura. Se consideraba que aceptar intereses por los préstamos era un
pecado mortal.
Los
fundamentos para la Economía moderna y su comprensión en el seno de la Iglesia
los pusieron los franciscanos del s XIV y XV y los dominicos de Salamanca en el
XVI. Adam Smith disfrutó de verdades económicas como el concepto de capital que había sido acuñado por frailes que tenían el voto de pobreza, o el de contabilidad o las
instituciones financieras inventadas por los franciscanos como la red de 150
“montes de piedad” promovidos en aquella Europa medieval. Ofrecían créditos, no
a los mendigos, sino a las hoy llamadas pymes
(pequeños artesanos y emprendedores) que en momentos de crisis se encontraban
oprimidos por los usureros. Benedicto XVI describió algunos de estos conceptos
importantes en su encíclica Caritas in
veritate, cap III.
El
Evangelio no es un programa socio-económico o político, ni los cristianos
tienen la fórmula mágica que ahorre la fatigosa búsqueda de la verdad también económica
y financiera y el bien práctico.

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