Pastoral del almuerzo

Jesús no se dedicaba a una
pastoral sacramental, no se dedicaba a exigir que l@s del pueblo
de Dios fueran al templo o a la sinagoga; no exigía que rezaran y se dejaran de
“tonterías”, de “chiquilladas” o de cosas inútiles, sino que le preocupaba que la gente pudiera llevarse a la boca el pan de cada día.
Asistía habitualmente a comidas o cenas a las que era invitado o se invitaba,
como en el caso de Zaqueo y no era para desentenderse de su misión de anunciar
el Reino.
Intriga a la inteligencia
creyente el que en tantas ocasiones los evangelios se entretengan en contar tantos
momentos gastronómicos de Jesús de Nazaret, Dios hecho hombre, el Redentor universal,
pero no debe olvidarse que por eso mismo es el Modelo universal para tod@s, de
cualquier cultura, de cualquier religión, de cualquier época o de cualquier
continente.


De Jesús resucitado se
cuentan pocas cosas de aquellos 40 días hasta que ascendió pero en cada uno de
las cuatro encuentros narrados sale la comida, en casa de los de Emaús, en el
cenáculo o en la playa del lago de Genesaret donde les tiene preparadas unas
brasas y un pescado. Una vez resucitada la hija de
Jairo, el jefe de la sinagoga, dijo que dieran de comer a la niña (cf Mc 5,
35-43).
Pero Jesús, en una de las
dos veces que hizo multiplicación de panes y peces, una para 5 mil y otra para
7 mil, les dijo: dadles vosotros de comer (Mt 14, 16). “Entonces llega a casa; y se vuelve a juntar la muchedumbre, de manera
que no podían ni siquiera comer” (Mc 3, 20).
La hospitalidad o la acogida
es una virtud humana, símbolo de educación, de civismo, de perfección y por eso
es una conducta que no falta en la gente buena. Un hombre bueno fue Abraham de
quien, entre otras muchas cosas, se cuenta en el libro del Génesis que al
llegar a su tienda tres caminantes, pidió “que
traigan un poco de agua y lavaos los pies y recostaos bajo este árbol, que yo
iré a traer un bocado de pan, y repondréis fuerzas” (Gen 18, 1-10). De
este evento divino en la vida de Abraham, llama la atención que el autor
sagrado se entretenga con detalle de la receta de la comida.

Dios bendijo a Noé y a sus
hijos y les dijo: “Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de
alimento: todo os lo doy” (Gen 9, 3). Labán, hermano de Rebeca, acogió a Isaac, el hijo de
Abraham, y le invitó a comer (cf Gen 24, 29). Isaac, ya moribundo, quería
bendecir a su hijo primogénito después de comer el suculento manjar que le iba
a preparar su mujer Rebeca que arregló a su hijo pequeño Jacob para que el
padre, ciego, creyera que era el heredero, Esaú (cf Gen 27, 1-29). “Y ocurrió, que cuando llegó José donde sus hermanos, éstos despojaron a
José de su túnica -aquella túnica de manga larga que llevaba puesta-, y
echándole mano le arrojaron al pozo. Aquel pozo estaba vacío, sin agua. Luego
se sentaron a comer” (Gen 37, 23-25).
Y siguiendo por todos los libros
de la Biblia pueden sacarse mil ejemplos más de cómo el comer es algo
fundamental para hacer vida correcta. Invitar a comer en casa es en cualquier
civilización signo de confianza. Las comidas o almuerzos de trabajo son
habituales momentos para los negocios y por eso los cristianos saben aprovechar
las comidas o cenas en casa, con amigos o colegas, para lo mismo que hacía
Jesús. En el salterio se lee que
Dios dice al hombre: “Si tuviera hambre, no te lo diría pues el
orbe y cuanto lo llena es mío. ¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de
cabritos?” (Ps 49). Es el mismo Dios quien toca el tema y a su imagen y
semejanza el orante dice “Dichoso el que
teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás
dichoso, te irá bien” (Ps 127).

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