Dios llama a todos a la
existencia y a la vida eterna


Al hablar de vocación se está pensando en la sacerdotal o en la
religiosa. Nadie duda de la importancia y necesidad de ell@s, pero el Concilio
Vaticano II recupera la llamada universal a la santidad, olvidada durante
muchos siglos, tal como enseña Jesús y recogen los evangelios. Juan Pablo II lo
recordaba en su primera encíclica de 1979: “El Concilio
Vaticano II, presentando un cuadro completo del Pueblo de Dios, recordando qué
puesto ocupan en él no sólo los sacerdotes, sino también los seglares (…) Se
trata de una verdadera renovación de la Iglesia que supone un adecuado
conocimiento de la vocación y
de la responsabilidad por esta gracia singular, única e irrepetible de la llamada. En base a esto tienen que
construir sus vidas los esposos, los padres, las mujeres y los hombres de
condición y profesión diversas, comenzando por los que ocupan en la sociedad
los puestos más altos” (Redemptor hominis, 21).
Más tarde, en 1994, insistía
en que para actualizar los
martirologios de la Iglesia universal “se deberá trabajar por el reconocimiento de la heroicidad de las
virtudes de los hombres y las mujeres que han realizado su vocación cristiana en el matrimonio: convencidos como
estamos de que no faltan frutos de santidad en tal estado” (Tertio millennio adveniente, 37).
Benedicto XVI (Ángelus 24-01-2010)
citó a Francisco de Sales (†1622
con 56 años), obispo
de Ginebra, cofundador de las
salesas, recordando que enseñaba la llamada universal a la santidad que es
cosa de todo bautizado y en una catequesis (Aud Gral 2-III-2011) dijo que había
anticipado algunas intuiciones del Vaticano II sobre los laicos y en su tiempo
invitaba a vivir en plenitud la presencia de Dios en el mundo y los deberes del
propio estado, lo que sonaba a revolucionario.

Ignacio de Loyola es el
fundador de la Congregación religiosa que popularmente se llama de los
“jesuitas” que es una expresión del mismo san Ignacio que afirmaba el que tod@s
l@s bautizad@s han de ser “jesuitas”, o sea otros Jesús, así como se dice cristian@s
a l@s otr@s Cristo.
Josemaría Escrivá (†1975 con 73 años) fue un sacerdote que “vio” que
Dios le pedía dedicarse a predicar a todos los hombres y mujeres la llamada
universal a la santidad y que se logra en el cumplimiento de los deberes
ordinarios de la vida profesional, familiar y social. Se puede ser santo en el
mundo porque es lo que Dios quiere y es donde puso al hombre (varón y mujer) para trabajar la tierra
o sea sacar este mundo adelante y con ello ganarse el cielo. Irse del mundo al
desierto o al yermo es una excepción para un@s poc@s.
Antonio Rosmini
(†1855 con 58 años) fue un sacerdote beatificado por Benedicto XVI y del que puede decirse que “la llamada universal de todos los cristianos, también los laicos, a la
santidad», hecha por el Concilio Vaticano II, repite literalmente una frase
de las máximas de perfección suyas. Antonio fue citado por Francisco junto con
Juana de Arco (12-03-2015) en una homilía matutina en Sta Marta.

En su Mensaje para la 55ª Jornada
de oración por las vocaciones de 2018, animaba a “escuchar, discernir, vivir la llamada del
Señor (…) es el proyecto de Dios para los hombres y mujeres de todo tiempo”.
En la Ex. Gaudete et exultate (GEx,
19-03-2018) tiene escrito: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de
Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos
hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos,
en las religiosas ancianas que siguen sonriendo (…) es muchas veces la santidad
«de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros” (GEx,
7).

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