martes, 30 de abril de 2019

SAN JOSÉ ARTESANO

Jesús, Dios y hombre a la vez


Cada 1 de mayo se conmemora a san José obrero que Pío XII instituyó en 1955, queriendo cristianizar la jornada mundial del proletariado y por eso se la llama “fiesta del trabajo”. Fue en 1889 cuando se reivindicaron los tres ochos: ocho horas de trabajo, ocho de descanso y ocho de educación. Y san José fue un trabajador u obrero del que se suele decir en las traducciones castellanas que era carpintero aunque en aquellos momentos de la humanidad no existían las actuales especializaciones. Así que no es incorrecto suponer que sería “un manitas” y también haría trabajos de ebanista, de albañilería, de pintura, de trabajar metales… seguro que no pudo ser electricista. Además de trabajar, enseñó a su hijo adoptivo Jesús, el mismísimo Dios creador y hecho hombre, a trabajar también manualmente aunque algunos, como Tomás de Aquino, lo negaron porque les costaba entenderlo.

El Concilio Vaticano II recuerda que: "el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo, ni los lleva a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que más bien les impone esta colaboración como un deber" porque Jesucristo, Jesús y Cristo, es a la vez Dios y hombre. Lo humano y lo divino son inseparables y están sin confusión, sin mezcolanza ni aleación entre ellos. Lo humano es humano y lo divino es divino y entendemos que lo humano tiene un valor divino.

san Anastasio
San Anastasio (+609), obispo de Antioquía (o sea patriarca), llamado “el joven”, da un testimonio extrabíblico de claridad meridiana sobre la fe en que Jesús es Dios y hombre verdadero. Decía: (a Cristo) no podríamos tenerlo por Dios, si, al contemplar la realidad de su encarnación, no descubriésemos en ella el motivo justo y verdadero para profesar nuestra fe en ambos extremos (Sermón 4,1-2: PG 89,1347-1349).

Anastasio, fue destituido de su sede por el emperador pero su amigo el Papa Gregorio Magno logró que el siguiente emperador lo rehabilitara. Y fue asesinado en la revuelta de los judíos sirios que el emperador Focas provocó pues quería convertirlos al cristianismo por la fuerza. Fue paseado por la ciudad con cadenas y arrojado al fuego.

Anastasio cree en lo que se había definido 3 siglos antes en el Concilio de Nicea pues, desde el primer momento, la Iglesia tuvo que defender y aclarar esta verdad de fe frente a las herejías que la falseaban. Ya en el siglo I algunos cristianos de origen judío, los ebionitas, consideraron a Cristo como un simple hombre, aunque muy santo. También en el siglo II los llamados adopcionistas sostenían que Jesús era hijo adoptivo de Dios; sólo un hombre en quien habita la fuerza de Dios. Esta herejía, fue condenada en el año 190 por el Papa san Víctor, luego por el Concilio de Antioquía del 268, después por el Concilio I de Constantinopla y por el Sínodo Romano del 382. La herejía arriana negaba también que Jesucristo fuera Dios. Arrio fue condenado por el Concilio I de Nicea, en el año 325.

Juan Pablo II, en la Carta apostólica Nuevo Millenio Ineunte del 2001 (NMI), escribió que el entonces recién celebrado Gran Jubileo del 2000 fue un momento intenso de contemplar a Cristo en su misterio divino y humano (NMI, 5). Con anterioridad, para prepararlo, escribió Tertio milenio adveniente (TMA, 1994) en donde también recordaba que lo correcto es dar por sentada la fe verdadera sobre Jesucristo. El Verbo en Belén asumió la condición de criatura (cf TMA, 3). Gracias a la venida de Dios a la tierra, el tiempo humano, iniciado en la creación, ha alcanzado su plenitud (TMA, 9).

"En el misterio de la Encarnación –dijo en otra ocasión Juan Pablo II- están las bases para una antropología (la ciencia sobre el hombre) que es capaz de ir (…) hacia la meta de la “divinización”, a través de la incorporación a Cristo” (Novo Milennio Ineunte, 23).

Benedicto XVI, hablando de san Ruperto (+1129), abad benedictino que saldría de Molesmes para iniciar Cluny, recordó que "sostiene que la Encarnación, evento central de toda la historia, estaba prevista desde toda la eternidad, independientemente del pecado del hombre, para que toda la creación pudiese alabar a Dios Padre y amarlo como una única familia congregada alrededor de Cristo" (Audiencia General (9-XII-2009).

Opino que negar que la Encarnación se hubiera dado igualmente aún sin el pecado original, es dar pábulo al agnosticismo y al laicismo, pues es vivir esta vida sin Dios, por tanto al margen de la ética. La Encarnación del Hijo estaba prevista por Dios Trino en la misma decisión creadora y no es una ocurrencia posterior, por culpa del “pecado original” que le llevó a pensar: bueno, ¿ahora qué hacemos?

Por eso Adán y Eva tenían desde el primer momento la gracia de Cristo, aunque el Verbo tardara todavía siglos para entrar en la Historia humana. San Agustín, San Buenaventura y otros, sin embargo dicen que la gracia adámica no tiene nada que ver con la de Cristo, no era por anticipación de la del Redentor, porque si el hombre no hubiera pecado –dicen ellos-, el Hijo del hombre no se hubiera encarnado. Haciéndose un lío en este asunto, se compuso aquello del “oh felix culpa” que se canta en el pregón pascual, expresión que convendría arreglar y ajustarla a la verdad verdadera. Parece una blasfemia decir que el Verbo se hizo carne gracias al pecado original.

No cuesta mucho entender que el Verbo se hubiera encarnado igualmente aunque no se hubiera cometido el “pecado original”. Tomás de Aquino piensa que aprovechar la prevista Encarnación para la redención fue lo más lógico que a Dios Trino se le pudiera ocurrir y lo más conveniente. Además, como Dios es inmutable, después de crear no tuvo que inventar algo nuevo para redimir (cf S. Th. 3 q1 a3).

Que el Verbo se habría encarnado igualmente si Adán y Eva no hubiesen pecado lo afirma san Pablo cuando dice que Adán (el inicial, el paradisíaco) es figura de Cristo (cf Rom 5, 14) y lo recuerda el Catecismo de la Iglesia católica (cf n. 280).

Adán y Eva expulsados del paraíso
al que no se puede volver por el ángel que impide su entrada
Como Juan Pablo II recordó, el paraíso no es un lugar geográfico a descubrir (¿África, Mesopotamia?) sino la situación que tenían Adán y Eva en sus inicios y que perdieron al pecar. Su situación humana, natural y sobrenatural a la vez, era anticipo de la que Cristo, como hombre, iba "a ganar" con su Encarnación pues para Dios no hay tiempo, no hay un antes y un después.

San Pablo justifica que la creación desde el inicio es como una preparación de la Encarnación, por ejemplo al escribir que “En él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra. Él es antes que todas las cosas y todas subsisten en él” (Col 1, 16-17).

“Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! (…) Como (el apóstol) Tomás –escribió el Papa polaco- , la Iglesia se postra ante Cristo resucitado, en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20, 28)” (NMI, 21).

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