Perdonad
y seréis perdonados

Uno
puede preguntarse si Jesús la habría condenado si ellos la hubiesen
condenado en vez de irse. Francisco
nos
ayuda a recordar
otras
palabras de Cristo: “perdonad,
y seréis perdonados (Mt
6, 36-38). “Con la medida con que
midiereis se os medirá a vosotros”
(Lc 6, 38)” (Exh. “Gaudete et
exultate”,
81). “Jesús llama
felices a aquellos que perdonan y lo hacen «setenta
veces siete» (Mt
18, 22)” (ibid,
82).
Es
muy interesante el testimonio de Oseas, profeta de
Israel hacia el 750 aC. que echó en cara al pueblo sus infidelidades
con Dios. Casado con una prostituta y por orden de Dios la perdonó y
la volvió a aceptar en su casa, y Dios le dijo: así me sucede
con esta nación: no hacen sino ser infieles conmigo, pero les
perdono y quiero seguir siendo su amigo siempre.
María
de san Ignacio Thévenet (+1837 con 63 años), canonizada en
1993, fue la fundadora de las RR de Jesús-María dedicadas a la educación
cristiana de todas las clases sociales. Cuando estalló la Revolución
francesa tenía 15 años y al ejecutar a sus dos hermanos, matados
por represalia en la caída de Lyon, se le grabaron en el corazón
sus últimas palabras: “Glady, perdona como nosotros
perdonamos”. Sus dos hermanos no están en el santoral.
Pablo
Miki fue mártir en
Japón en 1597 y desde la cruz perdonó a sus ejecutores y pidió
para ellos la fe, lo cual impactó mucho a los asistentes . Antes a
él y a otros 26 les habían cortado la oreja izquierda y exhibidos
por varias ciudades para atemorizar a los demás.

Juan
Gualberto (+1073) era un militar que se hizo benedictino. De
joven era nada piadoso y un día se encontró en un callejón al
asesino de su hermano pero su furibunda ira se aplacó porque el
asesino, de rodillas, le imploró misericordia por el amor de
Jesucristo en la cruz y Juan le perdonó. Luego Juan entró en una
iglesia y vio que el crucifijo le daba las gracias inclinado la
cabeza.
Federico
(†838), obispo de Utrecht que evangelizó a los frisones, se piensa
que mientras estaba rezando en su catedral, fue asesinado por orden
de la Emperatriz Judith, esposa del Emperador Luis “el bonachón”,
hijo de Carlomagno. Ella estaba disgustada porque el obispo le había
reprochado sus derroches. Federico tuvo la caridad de perdonar a sus
asesinos antes de morir.
Sixto
III (†440) fue Papa romano que tuvo de secretario a León "magno" y tuvo que enfrentarse a muchos problemas surgidos sobre todo por
perdonar siempre.

Y
en la Carta al Pueblo
de Dios (2018) escribe que “nunca
será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar
el daño causado”
(Intr).
Antes ya había escrito que “la
fe afirma también la posibilidad del perdón, que muchas veces
necesita tiempo, esfuerzo, paciencia y compromiso”
(Enc. Lumen fidei, 55).
El
Papa Wojtyla dejaba escrito que “el mundo de los
hombres puede hacerse cada vez más humano solamente si en todas las
relaciones recíprocas se introduce el momento del
perdón que es la condición fundamental de la reconciliación”
(Enc. “Rico en misericordia”). “El Reino está destinado a
todos los hombres (…) se realiza progresivamente a medida que los
hombres aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente”
(Enc. "Redemptor hominis").
Juan
Pablo II no dejaba de aplicar este principio fundamental de pedir
perdón y perdonar en la tarea ecuménica: “No sólo se deben
perdonar y superar los pecados personales, sino también los
sociales, es decir, las estructuras mismas del pecado que han
contribuido y pueden contribuir a la división y a su consolidación”
(Enc "Ut omnes unum sint").

¡Perdonemos
y pidamos perdón! (…)
El
jubileo se transforma para todos en ocasión propicia de profunda
conversión al Evangelio. De la acogida del perdón divino brota el
compromiso de perdonar a los hermanos y de la
reconciliación recíproca”. Así
lo fue haciendo concretamente en cada viaje pastoral que realizó a
lo largo de su papado desde el viaje a Chequia donde pidió perdón
por lo de Hus, matado por “hereje”. “La Iglesia mira ahora a
Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que lloró
por haberle renegado” (NMI, 28).
Que
la Iglesia, en su interior y en sus relaciones con el mundo, dé la
imagen de una verdadera familia que sabe amar, perdonar, acoger y
reconocer la dignidad de cada ser humano.
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