domingo, 7 de abril de 2019

YO TAMPOCO TE CONDENO

Perdonad y seréis perdonados



La Liturgia de la Palabra nos recuerda el pasaje en que Jesús se pasó la noche solo, rezando en el monte de los olivos y por la mañana volvió a por la gente, al templo (cf Juan 8, 1-11). Allí le presentaron la mujer pillada en adulterio y por ello debía ser lapidada. Es curioso que ni siquiera se cite al adúltero. Jesús le dijo: Yo tampoco te condeno después de que se fueran marchando con el rabo entre piernas, empezando por los más ancianos, porque Jesús les dice que “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”.

Uno puede preguntarse si Jesús la habría condenado si ellos la hubiesen condenado en vez de irse. Francisco nos ayuda a recordar otras palabras de Cristo: “perdonad, y seréis perdonados (Mt 6,36-38). “Con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros” (Lc 6,38)” (Ex “Gaudete et exultate”, 81). “Jesús llama felices a aquellos que perdonan y lo hacen «setenta veces siete» (Mt 18, 22)” (ibid, n. 82).

Es muy interesante el testimonio de Oseas, profeta de Israel hacia el 750 aC. que echó en cara al pueblo sus infidelidades con Dios. Casado con una prostituta y por orden de Dios la perdonó y la volvió a aceptar en su casa, y Dios le dijo: así me sucede con esta nación: no hacen sino ser infieles conmigo, pero les perdono y quiero seguir siendo su amigo siempre.

María de san Ignacio Thévenet (+1837 con 63 años), canonizada en 1993, fue la fundadora de las RR de Jesús-María para la educación cristiana de todas las clases sociales. Cuando estalló la Revolución francesa tenía 15 años y al ejecutar a sus dos hermanos, matados por represalia en la caída de Lyon, se le grabaron en el corazón sus últimas palabras: “Glady, perdona como nosotros perdonamos”. Sus dos hermanos no están en el santoral.

Pablo Miki fue mártir en Japón en 1597 y desde la cruz perdonó a sus ejecutores y pidió para ellos la fe, lo cual impactó mucho a los asistentes . Antes a él y a otros 26 les habían cortado la oreja izquierda y exhibidos por varias ciudades para atemorizar a los demás.

Canuto IV, rey mártir en 1086 con 46 años, Patrono de Dinamarca, fue traicionado por su hermano Olao y asesinado encarnizadamente cuando oraba ante el altar mayor de la iglesia de san Albano y murió perdonando a sus verdugos.

Juan Gualberto (+1073) era un militar que se hizo benedictino. De joven era nada piadoso y un día se encontró en un callejón al asesino de su hermano pero su furibunda ira se aplacó porque el asesino, de rodillas, le imploró misericordia por el amor de Jesucristo en la cruz y Juan le perdonó. Luego Juan entró en una iglesia y vio que el crucifijo le daba las gracias inclinado la cabeza.

Federico (†838), obispo de Utrecht que evangelizó a los frisones, se piensa que mientras estaba rezando en su catedral, fue asesinado por orden de la emperatriz Judith, esposa del emperador Luis “el bonachón”, hijo de Carlomagno. Ella estaba disgustada porque el obispo le había reprochado sus derroches. Federico tuvo la caridad de perdonar a sus asesinos antes de morir.

Sixto III (†440) fue Papa romano que tuvo de secretario a León Magno y tuvo que enfrentarse a muchos problemas surgidos sobre todo por perdonar siempre.

Francisco recuerda que “el perdón es el signo más visible del amor del Padre, que Jesús ha querido revelar a lo largo de toda su vida. No existe página del Evangelio que pueda ser sustraída a este imperativo del amor que llega hasta el perdón” (Carta Misericordia et misera, 2).

Y en la Carta al Pueblo de Dios (2018) escribe que “nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado(Intr).

Antes ya había escrito que la fe afirma también la posibilidad del perdón, que muchas veces necesita tiempo, esfuerzo, paciencia y compromiso(Enc Lumen fidei, 55).

El Papa Wojtyla dejaba escrito que “el mundo de los hombres puede hacerse cada vez más humano solamente si en todas las relaciones recíprocas se introduce el momento del perdón que es la condición fundamental de la reconciliación” (Enc “Rico en misericordia”). “El Reino está destinado a todos los hombres (…) se realiza progresivamente a medida que los hombres aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente” (Enc Redemptor hominis).

El profeta Isaías explica las maravillas que Dios quiere hacer para los hombres lo cual se diría hoy que quiere una verdadera sociedad de bienestar: Pondré agua en el desierto y ríos en la soledad para dar de beber a mi pueblo elegido. El pueblo que yo me he formado contará mis alabanzas (Is 43, 16-21). Algo parecido es la profecía mesiánica de Ezequiel. El plan de Dios es siempre con su pueblo elegido pero dedicado a toda la humanidad.

El salmo responsorial, que es la oración del orante, reza: Hasta los gentiles decían: El Señor ha estado grande con ellos. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres (del salmo 125).

En cambio -oh paradoja de la fe- Pablo no se alegra por nadar en la abundancia: Por él perdí todas las cosas, y las considero como basura con tal de ganar a Cristo y vivir en él (Filipenses 3, 8-14). Se esfuerza en combinar el tener y el no tener a la vez, o sea la muerte y la resurrección. Busca lograr conocerle a él y la fuerza de su resurrección, y participar así de sus padecimientos, asemejándome a él en su muerte.

Juan Pablo II no dejaba de aplicar este principio fundamental de pedir perdón y perdonar en la tarea ecuménica: “No sólo se deben perdonar y superar los pecados personales, sino también los sociales, es decir, las estructuras mismas del pecado que han contribuido y pueden contribuir a la división y a su consolidación” (Enc Ut omnes unum sint).

Y al estrenar el nuevo milenio resumía lo realizado en el Gran Jubileo del 2000 y en el trienio de preparación diciendo: “Con mirada más pura, no sólo cada uno individualmente, también toda la Iglesia ha querido recordar las infidelidades con las cuales tantos hijos suyos, a lo largo de la historia, han ensombrecido su rostro”. Y por eso se celebró la Jornada del perdón (12-III-2000) en cuya homilía dijo “Como Sucesor de Pedro, he pedido que en este año de misericordia la Iglesia, persuadida de la santidad que recibe de su Señor, se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos (…) que la Iglesia, reunida espiritualmente en torno al Sucesor de Pedro, implore el perdón divino por las culpas de todos los creyentes.

¡Perdonemos y pidamos perdón! (…) El jubileo se transforma para todos en ocasión propicia de profunda conversión al Evangelio. De la acogida del perdón divino brota el compromiso de perdonar a los hermanos y de la reconciliación recíproca”.

Así lo fue haciendo concretamente en cada viaje pastoral que realizó a lo largo de su papado desde el viaje a Chequia donde pidió perdón por lo de Hus, matado por “hereje”. “La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que lloró por haberle renegado” (NMI, 28).

Que la Iglesia, en su interior y en sus relaciones con el mundo, dé la imagen de una verdadera familia que sabe amar, perdonar, acoger y reconocer la dignidad de cada ser humano.

Es muy congruente rezar: Santa María (…) tú que tanto entiendes de nuestras miserias, pide perdón por nuestra vida (…) tráenos, con el perdón, la fuerza para vivir verdaderamente de esperanza y de amor, para poder llevar a los demás la fe de Cristo (Es Cristo que pasa, 175). Perdonar. ¡Perdonar con toda el alma y sin resquicio de rencor! (…) Ese fue el gesto de Cristo al ser enclavado en la cruz (Surco, 805).

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