sábado, 15 de diciembre de 2018

¿PARA QUÉ VINO DIOS A LA TIERRA?

Sentido divino del andar terreno de Jesús

 

Al escuchar en la Liturgia de la Palabra los textos del tercer domingo de Adviento, esta vez ciclo C, crece la esperanza y oímos que piden esforzarse algo para entender para qué viene el Redentor, el Mesías, el Salvador.

Sofonías dice: “¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén! (…) Aquel día se dirá a Jerusalén: ¡No tengas miedo, Sión (…) Yahveh tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador!” (Sofon 3, 14-18). Sofonías profetizó en tiempos del rey Josías (640-605 aC).

Es una esperanza alegre que incluso hace cantar a Yahveh: “El exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta” (ibid).

San Pablo pedía a l@s primer@s cristian@s “que vuestra comprensión (o sea, vuestro entender) sea patente a todos los hombres. El Señor está cerca. No os preocupéis por nada” (Phil 4, 4-7)

Dentro de ese esfuerzo personal por entender aparece la pregunta obvia: ¿por nada? ¿estar mano sobre mano?. Del Evangelio escuchamos o leemos que “las muchedumbres le preguntaban (a Juan Bautista), así como también los soldados, los publicanos y demás: “Entonces, ¿qué debemos hacer?
El les contestaba: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene alimentos, haga otro tanto” (Lc 3, 10-18). No dice que hay que ir a Misa, hay que rezar rosarios, hay que hacer novenas… no promulga preceptos aunque sean muy bonitos pues no confunde los medios con los fines. Rezar al igual que comer y respirar son medios necesarios pero medios para alcanzar el fin. La finalidad es estar en lo posible bien sanos de cuerpo y alma, y así servir mejor a los demás.

Juan conoce y entiende el sentido divino del andar terreno de su primo Jesús de Nazaret, el Mesías, el Esperado, el Salvador, Dios hecho hombre. Dice el gran Ireneo que “el Señor vino y se manifestó en una verdadera condición humana que lo sostenía, siendo a su vez ésta su humanidad sostenida por él”.

Cada año también al esperar su venida celebrando Navidad, nos planteamos: ¿para qué vino? ¿qué esperaban los judíos? ¿qué espero yo de él? ¿Qué es eso de la redención del mundo o de la salvación de los hombres?

No vino a aniquilar al hombre” ha recordado Francisco (Catequesis 12-XII-2018) y añade que “Jesús no quiere que nuestra oración sea una evasión. Una oración que nos hace pedir lo que es esencial, como «el pan de cada día», porque, como nos enseña Jesús, la oración no es algo separado de la vida”.

Adviento es un tiempo litúrgico muy mariano y ayuda a mirar a María, madre de Dios y madre nuestra y aprender de ella a meditar con el corazón (no solo con la razón) lo visto y oído en la vida de Jesús aunque estos días adventicios el niño Dios no habla pues está aún en el vientre de su madre.

Cuenta Lucas que le preguntan al Bautista las muchedumbres, los publicanos, los soldados: ¿qué hemos de hacer? (cf Lc 3, 10-18). El Concilio Vaticano II, como en su día decía el Bautista, explica lo que hay que hacer y Juan Pablo II lo recordaba animando a “«formar» una espiritualidad del trabajo que ayude a todos los hombres a acercarse a Dios, Creador y Redentor, participando en los planes salvíficos, asumiendo la participación en la triple misión de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, tal como enseña el Concilio Vaticano II (…) El trabajo es la dimensión fundamental de la existencia humana (…) Es el centro mismo de la llamada «cuestión social»” (Laborens exercens). Con ello se tiene en cuenta el desempleo, la remuneración, los migrantes, los discapacitados, etc.

El 5 de enero de 1964, desde Nazareth, Paulo VI exhortaba a aprender la lección del trabajo, la conciencia de su dignidad. Y señalaba "al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas las causas justas, es decir: a Cristo, Nuestro Señor", el hijo del carpintero, como era conocido Jesús.

El Compendio del CEC (n. 259) dice: «En su predicación, Jesús enseña a apreciar el trabajo. Él mismo “se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero”, en el taller de José (cf. Mt 13, 55; Mc 6, 3)».

El CELAM de 2007 que inauguró Benedicto XVI redactó el “Documento de Aparecida” que dice (nn. 120-122) que "en la belleza de la creación, que es obra de sus manos, resplandece el sentido del trabajo como participación de su tarea creadora y como servicio a los hermanos y hermanas. Jesús, el carpintero (cf. Mc 6, 3) (…) recuerda que constituye una dimensión fundamental de la existencia del hombre en la tierra”.

Francisco pide en su “encíclica verde” que hay que elaborar “una ecología integral que no excluya al ser humano y para ello es indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado por san Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens” (LSi, 124).

No hablamos sólo del trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de cualquier actividad que implique alguna transformación de lo existente, desde la elaboración de un informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico (LSi, 125).

La calidad de vida humana (…) implica analizar el espacio donde transcurre la existencia de las personas (…) en nuestra habitación, en nuestra casa, en nuestro lugar de trabajo y en nuestro barrio (LSi, 147).

Precisamente la idea madre del Concilio Vaticano II es estar todo fundamentado en la humanidad santísima del Señor y por eso dejó escrito Juan Pablo II en la encíclica sobre la misericordia que "Pablo VI indicó en más de una ocasión la “civilización del amor” como fin al que deben tender los esfuerzos. En tal dirección nos conduce el Concilio cuando habla repetidas veces de la necesidad de hacer el mundo más humano” (DinM). Para eso se encarnó el Hijo de Dios. Eso es la redención que será definitiva en la otra vida, la vida eterna, pero que él empezó ya ahora en l a tierra y encarga a los cristianos que lo perpetúen a lo largo de los siglos y a lo ancho del planeta.

Por eso así empieza la Constitución pastoral Gaudium et spes (7-XII-1965): Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” porque Dios se encarnó, se hizo hombre para redimir a la humanidad entera, para sanar lo humano estropeado por el pecado y esa es la tarea que le encarga a su Iglesia para perpetuar en la tierra su obra redentora hasta que vuelva.

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