Sentido divino del andar terreno de
Jesús
Al escuchar en la Liturgia de la
Palabra los textos del tercer domingo de Adviento, esta vez ciclo C, crece la esperanza y oímos que piden
esforzarse algo para entender para qué viene el Redentor, el Mesías, el Salvador.
Sofonías
dice: “¡Lanza gritos de gozo, hija de
Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de
Jerusalén! (…) Aquel día se dirá a Jerusalén: ¡No tengas miedo, Sión (…) Yahveh
tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador!” (Sofon 3, 14-18). Sofonías profetizó en tiempos del rey Josías (640-605 aC).
Es una
esperanza alegre que incluso hace cantar a Yahveh: “El exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con
gritos de júbilo, como en los días de fiesta” (ibid).
San Pablo
pedía a l@s primer@s cristian@s “que
vuestra comprensión (o sea, vuestro entender) sea patente a todos los hombres. El Señor está cerca. No os preocupéis
por nada” (Phil 4, 4-7)
Dentro de
ese esfuerzo personal por entender aparece la pregunta obvia: ¿por nada? ¿estar
mano sobre mano?. Del Evangelio escuchamos o leemos que “las muchedumbres le preguntaban (a Juan Bautista), así como también
los soldados, los publicanos y demás: “Entonces,
¿qué debemos hacer?
El les contestaba: El
que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene alimentos, haga otro
tanto” (Lc 3,
10-18). No dice que hay que ir a Misa, hay que rezar rosarios, hay que hacer
novenas… no promulga preceptos aunque sean muy bonitos pues no confunde los
medios con los fines. Rezar al igual que comer y respirar son medios necesarios
pero medios para alcanzar el fin. La finalidad es estar en lo posible bien
sanos de cuerpo y alma, y así servir mejor a los demás.
Juan conoce
y entiende el sentido divino del andar terreno de su primo Jesús de Nazaret, el
Mesías, el Esperado, el Salvador, Dios hecho hombre. Dice el gran Ireneo que “el Señor vino y se manifestó en una
verdadera condición humana que lo sostenía, siendo a su vez ésta su humanidad
sostenida por él”.
Cada año
también al esperar su venida celebrando Navidad, nos planteamos: ¿para qué
vino? ¿qué esperaban los judíos? ¿qué espero yo de él? ¿Qué es eso de la
redención del mundo o de la salvación de los hombres?
“No vino a aniquilar al hombre” ha
recordado Francisco (Catequesis 12-XII-2018) y añade que “Jesús no quiere
que nuestra oración sea una evasión. Una
oración que nos hace pedir lo que es esencial, como «el pan de cada día»,
porque, como nos enseña Jesús, la oración no es algo separado de la vida”.
Adviento es
un tiempo litúrgico muy mariano y ayuda a mirar a María, madre de Dios y madre
nuestra y aprender de ella a meditar con el corazón (no solo con la razón) lo
visto y oído en la vida de Jesús aunque estos días adventicios el niño Dios no
habla pues está aún en el vientre de su madre.
Cuenta
Lucas que le preguntan al Bautista las muchedumbres, los publicanos, los
soldados: ¿qué hemos de hacer? (cf Lc 3, 10-18). El Concilio Vaticano II, como
en su día decía el Bautista, explica lo que hay que hacer y Juan Pablo II lo
recordaba animando a “«formar» una espiritualidad
del trabajo que ayude a todos los hombres a acercarse a Dios, Creador y
Redentor, participando en los planes salvíficos, asumiendo la participación en
la triple misión de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, tal como enseña el
Concilio Vaticano II (…) El trabajo es la dimensión fundamental de la
existencia humana (…) Es el centro mismo de la llamada «cuestión social»”
(Laborens exercens). Con ello se tiene en cuenta el desempleo, la remuneración,
los migrantes, los discapacitados, etc.
El 5 de
enero de 1964, desde Nazareth, Paulo VI exhortaba a aprender la lección del
trabajo, la conciencia de su dignidad. Y señalaba "al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas las causas
justas, es decir: a Cristo, Nuestro Señor", el hijo del carpintero, como
era conocido Jesús.
El Compendio del CEC (n. 259) dice:
«En su predicación, Jesús enseña a apreciar el trabajo. Él mismo “se hizo
semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida
terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero”, en el
taller de José (cf. Mt 13, 55; Mc 6, 3)».
El CELAM de 2007 que
inauguró Benedicto XVI redactó el “Documento
de Aparecida” que dice (nn. 120-122) que "en la belleza de la creación, que es obra de
sus manos, resplandece el sentido del trabajo como participación de su tarea
creadora y como servicio a los hermanos y hermanas. Jesús, el carpintero (cf.
Mc 6, 3) (…) recuerda que constituye una dimensión fundamental de la existencia
del hombre en la tierra”.
Francisco pide en su “encíclica verde” que hay que elaborar “una ecología integral que no excluya al ser humano y para ello es indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado por san Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens” (LSi, 124).
No
hablamos sólo del trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de cualquier
actividad que implique alguna transformación de lo existente, desde la
elaboración de un informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico (LSi, 125).
La calidad de vida humana (…) implica analizar el espacio donde
transcurre la existencia de las personas (…) en nuestra habitación, en nuestra
casa, en nuestro lugar de trabajo y en nuestro barrio (LSi, 147).
Precisamente
la idea madre del Concilio Vaticano II es estar todo fundamentado en la
humanidad santísima del Señor y por eso dejó escrito Juan Pablo II en la
encíclica sobre la misericordia que "Pablo
VI indicó en más de una ocasión la “civilización del amor” como fin al que
deben tender los esfuerzos. En tal dirección nos conduce el Concilio cuando
habla repetidas veces de la necesidad de hacer el mundo más humano” (DinM). Para eso se encarnó el Hijo
de Dios. Eso es la redención que será definitiva en la otra vida, la vida
eterna, pero que él empezó ya ahora en l a tierra y encarga a los cristianos
que lo perpetúen a lo largo de los siglos y a lo ancho del planeta.
Por eso así empieza la Constitución pastoral Gaudium et spes (7-XII-1965): “Los gozos y las esperanzas, las
tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los
pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y
angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón”
porque Dios se encarnó, se hizo hombre para redimir a la humanidad entera, para
sanar lo humano estropeado por el pecado y esa es la tarea que le encarga a su
Iglesia para perpetuar en la tierra su obra redentora hasta que vuelva.
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