miércoles, 28 de noviembre de 2018

CRISTIANOS DE VERDAD DE LA BUENA

Ser cristiano no es algo social



La semana XXXIV del Tiempo Ordinario es la última del año litúrgico y la Iglesia invita anualmente a profundizar en lo último, en el final de esta vida personal y colectiva o mundial pues es ayuda imprescindible del presente personal y mundial. Viene bien tener presente aquello que enseña Jesús: “Estad preparados porque no sabéis el día ni la hora”. Para estar preparados cada día de la vida hay que mirar, analizar, examinar… pensamientos, palabras, obras y omisiones.

Jesús, en una ocasión, como algunos ponderaban la solidez de la construcción del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, dijo: "Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que estáis admirando” (Lc 21, 5). No se trata de presumir con apariencias externas que esconden lo que se es y se lleva por dentro. Ese templo de Jerusalén estaba convertido en una cueva de ladrones.

Algunos se camuflan porque se arrugan ante la realidad. En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Os perseguirán y os apresarán, os llevarán a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernantes por causa mía (…) Os traicionarán hasta vuestros padres y hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía” (Lc 21, 12-19)

Francisco, en una homilía matutina (5-X-2018), comentando el reproche de Jesús a la gente de Betsaida, Corozaín y Cafarnaúm (Lc 10, 13), que no han creído en Él, no obstante los milagros, dijo que corremos el riesgo de vivir el cristianismo como un hábito social, formalmente, con la hipocresía de los justos, que temen dejarse amar.

Una vez terminada la Misa –dijo el Papa- dejamos a Jesús en la Iglesia, no vuelve con nosotros a casa, en la vida cotidiana (…) Ese hábito nos hace mal porque reducimos el Evangelio a un hecho social, sociológico, y no a una relación personal con Jesús.

Muchas veces predicaron esto mismo los papas anteriores ya que es un punto clave y que ya denunció abiertamente Pío XII dando pie a las directrices conciliares. Juan Pablo II, por ejemplo, ya en su primera Encíclica “El Redentor del hombre” de 1979 ya recordaba que “No se trata sólo de una «pertenencia social» sino que es para cada uno y para todos, una concreta «vocación», una llamada particular. Debemos sobre todo ver a Cristo que dice a cada miembro (no a unos pocos sino a todos) ¡Sígueme!; ésta es la comunidad de los discípulos. Cada uno a veces muy consciente y coherente, a veces con poca responsabilidad y mucha incoherencia”.

Benedicto XVI, en la Exhortación postsinodal “El sacramento de la caridad” (22-II-2007) dejaba escrito: “Puesto que el mundo es «el campo» (Mt 13, 38) en el que Dios pone a sus hijos como buena semilla, los laicos cristianos, en virtud del Bautismo y de la Confirmación, y fortalecidos por la Eucaristía, están llamados a vivir la novedad radical traída por Cristo precisamente en las condiciones comunes de la vida. Han de cultivar el deseo de que la Eucaristía influya cada vez más profundamente en su vida cotidiana, convirtiéndolos en testigos visibles en su propio ambiente de trabajo y en toda la sociedad” (SC, 79). O sea que querría decir “que se note” que somos cristianos, que viendo vuestras obras buenas glorifiquen a Dios Padre, que dijo Jesús.

Francisco en una Misa matutina (17-IV-2013) y luego en dos catequesis de los miércoles (11 y 18 abril 2018) dedicadas al bautismo explicó que enciende la vocación personal de vivir como cristianos, que se desarrollará a lo largo de la vida. E implica una respuesta personal y no prestada, con un ‘copiar y pegar’.

(…) A veces pensamos: No, nosotros somos cristianos: hemos recibido el bautismo, nos hemos confirmado, hemos hecho la primera comunión… y así el carnet de identidad está bien. Y ahora, dormimos tranquilos: somos cristianos. Cuando hacemos esto, la Iglesia se convierte en Iglesia niñera, que cuida al niño para que se duerma. Es una Iglesia adormecida”.

En los primeros momentos del cristianismo se escribió una carta por un cristiano anónimo, solo se sabe que iba destinada a un tal Diogneto y en la que se lee: “En esto conocerán que sois mis discípulos. Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vida. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto (...) Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida (…) sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble (…) son en el mundo lo que el alma para el cuerpo” (Ep a Diogneto). El alma ni se ve ni se oye pero da vida al cuerpo.

De la concepción cristiana de la unidad de vida a la que tienen otras religiones no hay mucha distancia aunque sean fundamentales los matices que las caracterizan. Para el budismo la unidad se entiende entre cosas diversas, la vida y el entorno aunque constituyen una única entidad inseparable. Para ellos la unidad de la vida y su entorno adquiere mayor claridad en el marco teórico de los “tres mil aspectos contenidos en cada instante vital”, establecido por el maestro budista chino del siglo VI Zhiyi (el Gran Maestro Tiantai o T'ien-t'ai) sobre la base de las enseñanzas del Sutra del loto.

Según el budismo, todo lo que nos rodea, incluyendo el trabajo y las relaciones familiares, es el reflejo de nuestra vida interior. Según el cristianismo la unidad de vida es la manera de hacer las múltiples cosas diarias, la intención con que se hacen, pues Jesucristo es tan redentor en la cruz como en el portal de Belén, en el taller de Nazaret como recorriendo pueblos, ciudades y aldeas, comiendo o sanando enfermos, rezando o predicando.

La unidad de vida garantiza que no haya una doble vida, algo frecuente también en creyentes pues no pocos viven como cristianos un ratito de la semana en la Misa dominical o en la víspera sabática pero cuando salen del templo y ponen los pies en la calle ya se olvidan de su realidad espiritual y viven como los paganos o los agnósticos o los ateos. Demasiados casos están ventilándose en los medios de comunicación por la doble vida de cardenales, obispos, religiosos pues no es monopolio de los ateos, paganos y pecadores públicos.

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