¿Cómo ayudarle a
instaurar su reino en la tierra?

En
esta solemnidad del 2013 se clausuró el "Año de la fe"
y Francisco fechaba en ese día la Exhortación Evangelii gaudium (EvG)
sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual porque “evangelizar es hacer
presente en el mundo el Reino de Dios” (EvG, 176) y añadía que “es preciso esclarecer aquello que pueda ser un fruto del Reino y
también aquello que atenta contra el proyecto de Dios” (EvG, 51). Comentando
las palabras de Jesús Venid vosotros, benditos de mi Padre;
heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque
tuve hambre y me disteis de comer… (Mt 25, 34-36) recordaba que la
salvación no comienza con la confesión de la realeza de Cristo sino con la
imitación de sus obras de misericordia a través de las cuales Él instauró el
reino que aquí y ahora no es definitivo. Quien las realiza demuestra haber
acogido la realeza de Jesús.

León XIII en la encíclica Cum multa de 1882 condenaba dos errores opuestos en
el modo de entender el reino de los cielos y con ello las relaciones entre la
religión y la política: el de los "liberales" que las separan totalmente y la de los "integristas" que las confunden .
Pablo VI necesitaba insistir en ello y en Populorum
progressio (PP, de 26 marzo 1967) dice que “la Iglesia, sin pretender en modo alguno mezclarse en lo político de
los Estados, está atenta exclusivamente a continuar, guiada por el Espíritu
Paráclito, la obra misma de Cristo (…) el Reino de los cielos y no para
conquistar terrenal poder”.

Jesús se enfrentaba a la política imperial de Roma, representada en Pilato; a la política teocrática de Israel, representada por los sacerdotes
y letrados y a la política
soteriológica de Dios,
representada en su mensaje con obras y palabras. Sin embargo la Historia enseña que papas y cardenales se
empeñaron en instaurar primero un reino terrenal logrado en el siglo IX con Carlomagno y luego el
sacro imperio germano romano, lo cual va contra la voluntad explícita de Cristo.
Esta solemnidad de Cristo rey fue decretada en 11-XII-1925 cuando el Papa entonces reinante, así se decía entonces, fundó el
actual Estado-ciudad del Vaticano para recuperar aunque fueran unas piedras aquellos anteriores Estados pontificios y como reacción contra las ideologías
republicanas y anticlericales de amplios sectores europeos, pretendiendo
seguir ejerciendo su influencia y dominio, como en la Cristiandad, con una
monarquía absoluta.
Nada más lejos de lo que dijo
Jesús: "Mi reino no es de este mundo" pero algunos piensan que
estaba equivocado, mal informado, despistado. En México tuvo gran
difusión Cristo Rey y sus partidarios, de 1926 a 1929, promovieron la llamada
“guerra de los cristeros” o “cristiada”; al grito de « ¡viva Cristo rey! » para
enfrentarse al gobierno de turno que no legislaba a su gusto. Una década
después fue la misma reacción anticristiana de los católicos revolucionarios españoles
que se levantaron en armas para aniquilar a tiros la legalidad vigente. En
ambos casos hubo un claro apoyo y aplauso del episcopado correspondiente. Todo
al revés de lo que dice el Evangelio.
El pueblo de Dios del Antiguo Testamento
que era regido por jueces, pidió un rey para ser como los demás pueblos y
Samuel, de parte de Iahveh
les dio a Saúl (1Sam 8, 6-20), y les previno de lo que les caería encima.
Terminó Samuel su arenga diciéndoles: “Ese día os lamentaréis a causa del rey que os
habéis elegido”.
El profeta Ezequiel explicó su tarea divina: «Hijo
de hombre, anda, vete a la casa de Israel y diles mis palabras (…) la casa de
Israel no querrá hacerte caso, porque no quieren hacerme caso a mí. Pues toda
la casa de Israel son tercos de cabeza y duros de corazón» (Ezq 21,8-21).

Benedicto
XVI en un ángelus (26-XI-2006) decía: “tanto
el amor como la verdad no se imponen nunca (…) Esta es la manera de reinar de
Dios; este es su proyecto de salvación (…) un designio que se revela poco a
poco en la historia”. Juan
XXIII ya recordaba en su Encíclica Princeps
pastorum (PrP) del 28-XI-1959 que cada uno “contribuya de su propia parte al incremento y a la difusión del reino
de Dios sobre la tierra. Nuestro predecesor Pío XII ha recordado a todos éste
su deber universal” (PrP, 19).

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