sábado, 24 de noviembre de 2018

MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO

¿Cómo ayudarle a instaurar su reino en la tierra?



En 2018 la solemnidad de Jesucristo, rey del universo es este domingo 25 de noviembre, siempre el último del año litúrgico. Al siguiente domingo empieza el año nuevo, litúrgicamente hablando, con el primer domingo de Adviento que dura 4 semanas previas a Navidad.

En esta solemnidad del 2013 se clausuró el "Año de la fe" y Francisco fechaba en ese día la Exhortación ap. Evangelii gaudium (EvG) sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual porque “evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios” (EvG, 176) y añadía que “es preciso esclarecer aquello que pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios” (EvG, 51).

Francisco, comentando las palabras de Jesús Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer… (Mt 25, 34-36) recordaba que la salvación no comienza con la confesión de la realeza de Cristo sino con la imitación de sus obras de misericordia a través de las cuales Él instauró el reino que aquí y ahora no es definitivo. Quien las realiza demuestra haber acogido la realeza de Jesús.

El discernimiento se necesita ya que leemos en el Apocalipsis algo no fácil de interpretarlo correctamente: Jesucristo es (…) el príncipe de los reyes de la tierra (…) nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre” (Apoc 1, 5-8). Viene a la memoria recordar que en el Gólgota todos le despreciaban gritando: “si eres el Mesías Rey, baja de la cruz” aunque el buen ladrón le pide que se acuerde de él cuando esté en su reino.

León XIII en la encíclica Cum multa de 1882 condenaba dos errores opuestos en el modo de entender el reino de los cielos y con ello las relaciones entre la religión y la política: el de los que las separaban totalmente (los liberales) y el de los que las confundían (integristas).

Pablo VI necesitaba insistir en ello y en Populorum progressio (PP, de 26 marzo 1967) dice que “la Iglesia, sin pretender en modo alguno mezclarse en lo político de los Estados, está atenta exclusivamente a continuar, guiada por el Espíritu Paráclito, la obra misma de Cristo (…) el Reino de los cielos y no para conquistar terrenal poder”.

El Papa emérito Benedicto XVI escribió en su libro sobre Jesús de Nazaret que “Jesús, al entrar a Jerusalén montado en un borriquillo, reivindica el derecho de rey… es el rey que rompe los arcos de guerra, un rey de la paz, y un rey de la sencillez, un rey de los pobres... Quiere que se entienda su camino y su actuación… no se apoya en la violencia, no emprende una insurrección militar contra Roma" (J. Ratzinger. Benedicto XVI. Jesús de Nazaret, desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección, pp 14-15).

Jesús se enfrentaba a la política imperial de Roma, representada en Pilato; a la política teocrática de Israel, representada por los sacerdotes y letrados y a la política soteriológica de Dios, representada en su mensaje con obras y palabras. Sin embargo la historia enseña que papas y cardenales se empeñaron en instaurar primero un reino logrado en el siglo IX con Carlomagno y luego el sacro imperio germano romano, lo cual va contra la voluntad explícita de Cristo.

Esta solemnidad fue decretada un 11-XII-1925 cuando el Papa entonces reinante, así se decía entonces, fundó el actual Estado-ciudad del Vaticano para recuperar aunque fueran unas piedras aquellos seculares Estados pontificios y como reacción contra las ideologías republicanas y anticlericales de amplios sectores europeos, pretendiendo seguir ejerciendo su influencia y dominio, como en la Cristiandad, con una monarquía absoluta.

Nada más lejos de lo que dijo Jesús: "Mi reino no es de este mundo" pero algunos piensan que estaba equivocado, mal informado, despistado. En México tuvo gran difusión Cristo Rey y sus partidarios, de 1926 a 1929, promovieron la llamada “guerra de los cristeros” o “cristiada”; al grito de « ¡viva Cristo rey! » para enfrentarse al gobierno de turno que no legislaba a su gusto. Una década después fue la misma reacción anticristiana de los católicos revolucionarios españoles que se levantaron en armas para aniquilar a tiros la legalidad vigente. En ambos casos hubo un claro apoyo y aplauso del episcopado correspondiente. Todo al revés de lo que dice el Evangelio.

El pueblo de Dios del Antiguo Testamento que era regido por jueces, pidió un rey para ser como los demás pueblos y Samuel, de parte de Iahveh les dio a Saúl (1Sam 8, 6-20), y les previno de lo que les caería encima. Terminó Samuel su arenga diciéndoles: “Ese día os lamentaréis a causa del rey que os habéis elegido”.

El profeta Ezequiel explicó su tarea divina: «Hijo de hombre, anda, vete a la casa de Israel y diles mis palabras (…) la casa de Israel no querrá hacerte caso, porque no quieren hacerme caso a mí. Pues toda la casa de Israel son tercos de cabeza y duros de corazón» (Ezq 21,8-21).

Por eso se agradecen esas actuales voces proféticas que piden reconducir las cosas para devolverlas al Evangelio. A nadie, con sentido común y fe verdadera le extraña, sino todo lo contrario, que el Papa use los zapatos que le dé la gana, que vaya al óptico a cambiarse las gafas, que prescinda de los coches de lujo, que no viva en los palacios vaticanos… y mil cosas más que poco a poco se irán corrigiendo, a pesar de los pesares, si se deja actuar al Espíritu Santo.

Cuenta Teresa de Jesús que un día, en oración, le contestó Cristo, aunque no sabemos, claro está, qué le estaría preguntando, quejándose o pidiendo, pero Jesús le dijo: Teresa, yo quise pero los hombres no han querido.

Benedicto XVI en un ángelus (26-XI-2006) decía: “tanto el amor como la verdad no se imponen nunca (…) Esta es la manera de reinar de Dios; este es su proyecto de salvación (…) un designio que se revela poco a poco en la historia”.

Juan XXIII ya recordaba en su Encíclica Princeps pastorum (PrP) del 28-XI-1959 que cada uno “contribuya de su propia parte al incremento y a la difusión del reino de Dios sobre la tierra. Nuestro predecesor Pío XII ha recordado a todos éste su deber universal” (PrP, 19).

Y en Mater et Magistra (MetM) de 15-V-1961 repetirá que “si todos y cada uno de vosotros prestáis con ánimo decidido esta colaboración, se habrá dado necesariamente un gran paso en el establecimiento del reino de Cristo en la tierra”.


Francisco no se cansa de ir repitiendo estas verdades clave para la fidelidad bautismal y se entretiene en glosar algunas características del reino de los cielos y enseñadas por el mismo Cristo: “está dentro o en medio (según traducciones) de vosotros”, se va instaurando en silencio, sin aparato pues no es un espectáculo ni un carnaval; nadie puede decir que el reino está aquí o allí.

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