jueves, 25 de octubre de 2018

DE LA SEXUALIDAD HUMANA

Y cosas así



Cada 28 de octubre se conmemora al apóstol Judas Tadeo, hermano de Santiago el menor (el de Alfeo) y de José, primos del Señor si su padre Cleofás es el hermano de san José. Judas tiene en el Nuevo Testamento una carta contra los gnósticos de entonces y enseña que no se salvan los que no se arrepienten de los pecados como la fornicación (o sea fuera del matrimonio) o contra naturaleza (homosexualidad). Se dice que predicó en Mesopotamia y le cortaron la cabeza de un hachazo.

Robert Coogan (n. 1929), sacerdote norteamericano, atribuyéndole su patrocinio, hizo la fundación “San Elredo” para LGTB, avalada por el obispo mexicano de Saltillo, Mons. Raúl Vera López. Elredo (†1167 con 58 años) fue abad de York, cisterciense nacido en Hexham y su tratado "Amistad espiritual" ha sido tomado como canto a la homosexualidad. La fundación tiene por patronos a los santos Sergio y Baco, dos militares romanos, mártires en 303 y a quienes Jhon Eastburn Boswell (†1994 con 47 años) lanzó a la fama con su hipótesis de que era una pareja homosexual y que a sabiendas fueron canonizados.

De un tiempo a esta parte lo del sexo ha sido en tema tabú y marcado por la condenación pero empieza a respirarse un aire nuevo y limpio con el papa Francisco porque en su Enc. sobre “La alegría del amor” (Amoris letitiae) habla en plan positivo de la sexualidad, tema tabú durante siglos. “El matrimonio es un «don» del Señor (…) Ese regalo de Dios incluye la sexualidad” (AL, 61).

En la última catequesis de los miércoles (ayer 24-X-2018), comentando el sexto mandamiento, repite que hay que “sobrevalorar la atracción física, que es un don de Dios,” y “todo ser humano debe aprender el significado del cuerpo".

La ventana la abrió Benedicto XVI que en la Enc. “Dios es amor” (Deus caritas est, DCE) escribía algo que nunca jamás antes ningún Papa había hecho”: Hoy se reprocha a veces al cristianismo del pasado haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo” (DCE, 5).

Juan Pablo II solía –como era tradicional- hablar siempre de lo negativo de la sexualidad humana y regañando las conductas torpes como por ejemplo, en la Enc, sobre la vida (Evangelium vitae, EV) escribía denunciando “una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presupone un concepto egoísta de la libertad”. Nada sobre la verdad, la bondad y la belleza de lo creado por el Creador.

Algunos opinan que abolir la obligatoriedad del celibato sería la solución para erradicar las conductas sexuales inadecuadas, la pederastia o pedofilia, los abusos sexuales de religiosos que ahora empiezan a aparecer en los medios de comunicación. En los siglos pasados no existían los actuales medios de comunicación que permiten saber en tiempo real lo que pasa en las antípodas.

Se afirma que la causa de esta plaga de abusos de los clérigos es debido a su inmadurez psicológica, a su aberrante conducta respecto a la mujer y cosas así pero se sabe que también se da este “crimen” del abuso en casados. Y para defender si el celibato ha de ser obligatorio u optativo, conviene tener presente el pasado pues la Historia enseña mucho y ayuda enormemente a tomar decisiones correctas.

Los cátaros creían que para la salvación se requiere una vida perfecta, de extremado rigor ascético y de absoluta renuncia al mundo ya que todas las acciones están envenenadas en su raíz. Lutero repetirá el mismo error al afirmar que lo humano está absolutamente podrido por culpa del llamado pecado original que cometieron nuestros primeros padres. El hombre no puede hacer nada bueno en sí; es la misericordia de Dios que tapa el pecado, Dios cubre con un velo al pecador, se engaña y considera que el hombre no ha hecho nada malo. Añade que el hombre, haga lo que haga, está predestinado así que “viva la pepa”, “ancha es Castilla”.

En los cátaros había dos grupos de adeptos: creyentes y perfectos. Los primeros llevaban una vida relajada e inmoral y los perfectos llevaban una vida ascética dura, peregrinante, y estaban obligados al celibato y al ayuno riguroso o endura.

Juan Damasceno (+749) insigne teólogo bizantino (el Aquinate de Oriente) –rara avis que dirían los clásicos- elogió las virtudes del matrimonio y los beneficios de la sexualidad marital que puede sorprender por su claridad: “Que cada hombre disfrute de su mujer (…) no tendrá que ruborizarse sino que podrá llevarla al lecho día y noche” (De sacris parallelis, en PG, vol 96, pg 258).

La mayoría de intelectuales no compartían su opinión. Ya san Agustín (s IV), san Jerónimo (s V) o san Isidoro de Sevilla (s VII), opinaban que la sexualidad conyugal era intrínsecamente mala y debía limitarse al mínimo necesario para la procreación. El papa san Gregorio magno (s IX) llevó las cosas más allá y aconsejó evitar toda relación conyugal y a los novios que no consumaran.

Pablo recomendaba vivir como él, sin estar casado (1Cor 7, 36-38) y parece un consejo chocante pues dice que es para que los casados estén libres de las tribulaciones de la carne, como si los solteros no tuvieran también tribulaciones o que estar casados es una tribulación. No parece que tuviera aversión al matrimonio que llama sacramentum magnum pero quizá estuviera de vuelta tras ver que en muchos la unión carnal no les da la felicidad soñada y el adulterio es el pan nuestro de cada día.

En los ss I-II dC apareció la secta judeo-cristiana de los “encratitas”, en griego “continentes”, que vivían con ascetismo rigorista que prohibía la carne y el vino y el uso del matrimonio. Era un grupo más de neoplatónicos y gnósticos para quienes la materia es el principio del mal, obra del “demiurgo”.

Luego apareció la secta de los “apostólicos”, unos extravagantes y radicales ya detectados por san Epifanio (+403), y que también rechazaban el matrimonio como impuro. San Agustín y san Juan Damasceno dieron cuenta de ellos aunque de nuevo reaparecieron en 1114 (en tiempos de Francisco y Domingo) en Soissons, llegados de Oriente a Francia por Italia. Era una sociedad secreta que, entre otras aberraciones, seguía condenando el matrimonio mientras se entregaban a prácticas inmorales, gloriándose de llevar la vida de los primeros apóstoles.

En Colonia (1143) también se detectó otra secta parecida, una sociedad secreta denunciada por san Bernardo en los sermones 65 y 66 sobre el Cantar de los Cantares. Quizá a los Templarios se les calumnió atribuyéndoles falsamente la realidad de estas sectas.

Tiene su “qué” darle vueltas al “derecho de pernada” que parece era vivido en el ejército del Imperio romano donde era obligatorio el celibato para los soldados pues les debía dar fuerzas para la batalla. Luego fue praxis habitual en la Europa cristiana medieval cuando el abuso sexual era un derecho de los privilegiados. También era una costumbre de los germanos antes de la caída del Imperio romano y no faltaba ese derecho o algo parecido en el americano mundo precolombino.

El celibato eclesiástico es una praxis en la Iglesia atacado a lo largo de la Historia en cuanto obligatorio para todos los sacerdotes seculares pues no son monjes o “religiosos” que es la “política interior” surgida en un momento concreto y pasados algunos siglos de cristianismo. En el siglo IV, aprox., empezó la moda de nombrar obispos a monjes abades que quisieron imponer al clero los votos, vestimenta, vida comunitaria y demás características monacales ajenas a su condición sacerdotal. No se ataca el celibato en sí que se sabe es un “don” de Dios, pero por ser discrecional se pide que sea opcional. En los primeros siglos de cristianismo, en plena pureza evangélica, sin polvo ni paja, sin añadidos, sin leyes ni obligatoriedades, no faltó un montón de varones y mujeres que vivieron el celibato porque les daba la gana.

¿Ha contribuido el celibato a generar seres humanos más virtuosos y de una espiritualidad superior a los laicos comunes y corrientes que no se abstienen sexualmente y disfrutan de su sexualidad? Durante siglos se decía que los casados no podían ser santos pues era cosa exclusiva de los religiosos. Un testimonio claro en este sentido lo da Tomás de Aquino.

Al término del segundo milenio, Juan Pablo II escribía en la Carta ap. Tertio millenio adveniente: “Será tarea de la Sede Apostólica, con vista al Año 2000, actualizar los martirologios de la Iglesia universal, prestando gran atención a (…) el reconocimiento de la heroicidad de las virtudes de los hombres y las mujeres que han realizado su vocación cristiana en el Matrimonio: convencidos como estamos de que no faltan frutos de santidad en tal estado” (TMA, 37).

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