Aquel 16 de julio de 1054
Desde entonces los ortodoxos están
separados del Obispo de Roma. Ayuda a entender lo que pasó y lo que puede
seguir pasando, recordando, por ejemplo, algo de la reunión en Pafos (Chipre), del 16 al 23 octubre 2009, de
la Comisión mixta de ortodoxos y católicos, cuyo tema era: “El
papel del obispo de Roma en la comunión durante el primer milenio”.
Unos radicales
ortodoxos alteraron la serenidad del encuentro y tuvo que intervenir la policía
chipriota arrestando a 4 ciudadanos y a dos monjes del monasterio de Stavrovunio.
El
documento del encuentro se basaba en el borrador de la anterior reunión en
Creta el año anterior y respondiendo también al deseo de Juan Pablo II
manifestado en 1995 con su encíclica “Ut
unum sint”, en la que proponía "encontrar
una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo
esencial de su misión, se abra a una situación nueva" (n. 95).
La
Comisión mixta fue instituida por Juan Pablo II y el patriarca
ecuménico Demetrio I, el 30 de noviembre de 1979, en Estambul, en la fiesta de
san Andrés, Patrono de la Iglesia de Constantinopla. Empezó su camino en 1980 y
reanudó su trabajo en 2006, tras un paréntesis de seis años, debido a
divergencias.
El Metropolita Zizioulas con Benedicto XVI |
En
la reunión de Chipre intervino el Metropolita de Pérgamo Ioannis Zizioulas,
co-presidente de la Comisión por la parte ortodoxa con las siguientes palabras:
En
el primer milenio
La sede romana había gozado siempre de
un "primado de
honor" entre sus pares, que nadie había puesto jamás en tela de
juicio, sin embargo no había sido nunca explicitada en términos jurídicos.
A partir del momento en que los Papas
se convirtieron en príncipes
temporales -decía el Metropolita-, apoyados por el emperador de Occidente, el concepto que se forjaron
de su función dentro de la Iglesia universal varió muy rápidamente
hacia una visión sólo explicable en términos de poder.
“La Iglesia romana (…) se
separó
de nosotros por su orgullo, cuando por orgullo usurpó una monarquía
que no le
competía tener (…) Si el pontífice romano, sentado en el trono elevado de su gloria, quiere tronar
contra nosotros y vociferar sus órdenes desde toda su altura (…) ¿qué especie
de fraternidad o de parentesco
puede haber entre nosotros y él?
Seríamos los esclavos
— y no los hijos — de una Iglesia”. Zizioulas leía esta cita de la Carta
de Nicetas, obispo de Nicomedia, a un obispo occidental.
Orgullosa
de su extensión y de su poder material, independizada del Imperio bizantino por la espada
de los francos y de Carlomagno, la provincia romana — en el siglo IX de nuestra
era — sin haber consultado a sus hermanos, ni siquiera haberse dignado
informarlos... Nunca había
tenido lugar en el mundo una violación más total de las leyes de la Iglesia,
una negación más completa de su espíritu y su doctrina, un cisma más manifiesto.
Enrique III |
Unos años más tarde -seguía diciendo Zizioulas-, en 1049, el
emperador Enrique III llevó a su pariente
Bruno de Toul al pontificado bajo el nombre de León IX que llegó a Roma con
una cohorte de amigos intransigentes y lanzaron a la Iglesia occidental por pendientes
irreversibles.
En
este contexto se produjo el episodio lamentable de lo que se llama "el
Gran Cisma de 1054”. Humberto y los legados papales entablaron
un diálogo de sordos con el Patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario,
hombre distinguido pero de miras estrechas, imbuido de la dignidad de su cargo.
Recibida la noticia de que León IX
había muerto, cautivo de los normandos, Humberto decidió entonces actuar por su cuenta,
y el 16 de julio de 1054, en
el momento en que iba a iniciarse la Divina Liturgia, colocó sobre
el altar de Santa Sofía la bula de excomunión del Patriarca de Constantinopla y
sus principales sostenedores.
A su vez el Patriarca excomulgó a Humberto y a los
otros legados. Es digno de notar que se rompiera la comunión entre Roma y
Constantinopla
cuando se hallaba vacante la sede papal, y que ningún pontífice romano
confirmase jamás el acto de excomunión, ni tampoco lo repudiase realmente.
La reforma
gregoriana y las Cruzadas.
Gregorio VII |
La
historia -continuó diciendo el Metropolita- selló después, golpe a golpe, la tragedia proclamada en 1054.
En 1059 se promulgó un decreto por el
cual se decidía que la elección
del Papa se hacía a través de los cardenales y con la aprobación del clero y el pueblo de Roma, y
sin ninguna mención de la aprobación del emperador. Apenas quince años después, el trono pontificio era ocupado
por Hildebrando bajo el
nombre de Gregorio VII quien, con insistencia inflexible, sostenía que su
poder soberano y su autoridad
eran de derecho divino.
Se detecta el grado de deformación a que puede llegar la mentalidad en una Iglesia que no tiene hermanas. Esta intransigencia ideológica produjo inmediatamente cismas internos, guerras, motines, saqueos, divisiones, y Gregorio terminó en el exilio, muriendo en Salerno mientras en Roma reinaba el Antipapa Clemente III.
Entretanto,
en Oriente los bizantinos luchaban contra el avance de los turcos pero otro
peligro más cercano los acechaba: el ejército de los Cruzados latinos. Para los ortodoxos
griegos era aborrecible el espectáculo de monjes, obispos y abades armados de
pies a cabeza, que se comportaban
como cualquier soldado.
El Viernes Santo de 1204, las tropas de
la Cuarta Cruzada —
convocada por el papa Inocencio III — entraron en Constantinopla y
durante tres días saquearon salvajemente destruyendo palacios, profanando
iglesias y monasterios, incendiando bibliotecas, matando y violando. Una
prostituta borracha
fue entronizada en la catedral de Santa Sofía, mientras los caballeros destrozaban el altar de oro y piedras
preciosas. La unidad
de la Iglesia sufrió un colapso quizás definitivo.
El desgarramiento perdura pero ahora ya no es posible guardar
silencio. Hay que aceptar las preguntas que surgen, y buscar
respuestas, decía el Metropolita de Pérgamo.
La
primera es: ¿Dónde está la única Iglesia? La Iglesia no es ni griega ni latina.
Aprendamos a orar -acababa diciendo Zizioulas-, purifiquemonos y discernamos las indicaciones de la Providencia. La
manera en que los cristianos hagamos opciones y continuemos haciéndolas terminará la historia del cisma y permitirá hablar de él: “El
árbol se juzga por sus frutos”
(Mt 7, 17).
Aman, Jordania |
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