Cada 19 de julio en el
santoral consta san Símaco (†514) que fue Papa corso que consolidó los bienes
eclesiásticos, llamándolos beneficios estables a usufructo de los clérigos.
Rescató todos los esclavos, redimió a muchos cautivos y envió ropas y dinero a
los obispos africanos desterrados. Se le atribuye la primera construcción del
Palacio Vaticano; se ve que los palacios de Letrán no eran suficientes o no le
parecían dignos de Su Santidad. El dato me da pie (entre otras muchas ocasiones
anuales) a darle vueltas a lo económico de la vida pues siempre anda el dinero
por en medio.
Siete siglos antes de Cristo,
el profeta Isaías (+681 aC con 131 años), de parte de Iahveh, se dirigió al rey
Asur que quería entrar a saco y despojar y exterminar numerosas naciones. Se
enorgullecía y pavoneaba por haber saqueado sus tesoros, cogiendo las riquezas de
los pueblos como quien recoge huevos abandonados (cfr Is 10, 5-16). A Isaías le
tocó vivir en los tiempos del afán expansionista del Imperio asirio que invadió
Siria e Israel aunque no Judá, el reino del sur, que lo sería poco tiempo
después.
Otro Asur sale citado en la
Biblia, en Génesis (10, 22) que era uno de los hijos de Sem y nieto de Noé (Gen
10, 21-32), que se sitúa en el 4.000 aC, en el tiempo del diluvio y los
decenios posteriores y es quien da nombre a los asirios.
Dos días antes, el 17, se
conmemora a san León IV (†855), Papa romano, benedictino que al
frente del ejército romano, frenó en Ostia a los sarracenos que querían invadir
Roma en 849. Reparó las devastaciones de los sarracenos, fortificó Ostia, Porto
y san Pedro creando la ciudad leonina y extendiendo los muros del Trastevere
hasta el castillo de sant'Angelo. ¿Cuánto costarían esas obras?, no me refiero
al tiempo.
Es conocido que el
cristianismo le costó armonizarse con la economía por la prohibición de toda
forma de interés por los préstamos ya que erróneamente se confundía con el
abuso llamado usura. Se consideraba que aceptar intereses por los préstamos era
un pecado mortal como señalaban Las
Sentencias de Pedro Lombardo (1158) y el texto añadido por esos años al
Decreto de Graciano.
Tomás de Aquino |
Alberto magno y Tomás de
Aquino, gracias a un feliz error en la traducción de los textos latinos de la Política
de Aristóteles no re-propusieron la condena aristotélica del comercio sino que
era considerado algo bueno, por ser una actividad fundamental para lograrse una
vida digna. Pero como el teólogo dominico recomendaba que los clérigos se
abstuvieran del comercio para evitar lo que parece malo, la visión positiva
duró un “santiamén”. La sana laicidad o secularidad siempre pisoteada.
De la contabilidad y las
finanzas dijeron mucho los templarios, extinguidos en 1312, pero los
franciscanos –nacidos en 1209- sirvieron para diseñar la economía moderna y su
comprensión en el seno de la Iglesia. Entre los maestros franciscanos, algunos estaban
extraordinariamente dotados para la sutileza del análisis, acentuaron la
necesidad del contacto directo con la experiencia, prescindiendo de las teorías
de despacho.
Adam Smith disfrutó del
concepto de capital acuñado por los frailes que tienen voto de pobreza, o del
concepto de la contabilidad o de las finanzas, que los franciscanos urdieron con
la red de 150 “montes de piedad” promovidos en aquella Europa medieval.
Ofrecían créditos a las hoy llamadas pymes.
Sabemos que evangelizar el
mundo es mandato del Señor que incluye evangelizar la economía y las finanzas pero
no se debe admitir que exista una “economía cristiana” o católica. La economía,
como cualquier actividad temporal de los hombres tiene su autonomía propia. La
Economía es Economía para cualquiera, sea cristiano, católico, budista,
ateo o cualquier otra posibilidad que ofrece el ser humano.
Con mucha fuerza y repetidas
veces el papa Francisco, para recuperar la vida sacada del Evangelio y mejorar
la fidelidad a Cristo, pide desterrar el clericalismo, incrustado hasta la
médula y que no es ajeno al mundo de la Economía. Poner ética a la Economía o
mantenerla si ya se vive con ella, no es tarea de los clérigos sino de los
laicos bautizados y demás de buena voluntad y rectitud de intención.
Maxim Gorkij |
Maxim Gorkij, pseudónimo de Alekséi
Maksímovich Peshkov (1868 +1936 con 68 años), político ruso identificado con el
movimiento revolucionario ruso, en 1934 escribió loando el comunismo que “la
verdadera caridad se ha organizado como fuerza creadora y se propone la
liberación de millones de trabajadores”.
Juan Pablo II, en su
encíclica social Laborens exercens (LE), deja escrito: “En la época moderna aparece la amenaza del pensamiento materialista y
economicista para quien el trabajo era sólo mercancía que el obrero vende al
empresario, el poseedor del capital o sea de los instrumentos y medios de
producción.
Fue
éticamente justa la solidaridad de los trabajadores de la industria contra el
trabajo sectorial, monótono, despersonalizador, contra la inaudita explotación
para las ganancias. El error del capitalismo primitivo puede repetirse
dondequiera que el hombre sea tratado como instrumento”.
Benedicto XVI lógicamente
también recordaba lo mismo, por ejemplo en su tercera encíclica Caritas in veritate
(CinV) de 2009: “la exigencia de la
economía de ser autónoma, de no estar sujeta a «injerencias» de carácter moral,
ha llevado al hombre a abusar de los instrumentos económicos incluso de manera
destructiva. Con el pasar del tiempo, estas posturas han desembocado en
sistemas económicos, sociales y políticos que han tiranizado la libertad de la
persona y de los organismos sociales y que, precisamente por eso, no han sido
capaces de asegurar la justicia que prometían” (CinV, 34).
Ahora es al papa
Francisco a quien le toca seguir recordando la verdad de estas cosas y su
discurso, explícito, sin metáforas encubridoras como las de los que ponen el acento más en la seguridad y en la equidistancia que
en la verdad y en la trasparencia.
En su primera
encíclica La alegría del Evangelio
(Evangelii gaudium, EvG) dice: “Hoy
tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa
economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en
situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa”
(EvG, 53).
Desde el
inicio de su “diaconía petrina”, Francisco hace un llamamiento urgente a los políticos
para que luchen contra “la tiranía” del sistema económico: “No compartir con los pobres los propios
bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos,
sino suyos” (EvG, 37).
En su encíclica
“verde” (Laudato si, LSi) escribe: “Mi
predecesor Benedicto XVI renovó la invitación a «eliminar las causas
estructurales de las disfunciones de la economía mundial” (LSi, 6).
“Las finanzas ahogan a la economía real.
No se aprendieron las lecciones de la crisis financiera mundial” (LSi, 109).
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