martes, 5 de junio de 2018

QUITAR CRUCES Y BIBLIAS EN LO ESTATAL?

Lo propio de un Estado laico




En noviembre de 2009 ya colgué un post sobre “la sana laicidad” de la que hablaba Benedicto XVI y lo de quitar los crucifijos en las aulas. Se entiende en centros educativos públicos, igual que en otras estancias también públicas, estatales o como se les quiera llamar. Juzgados, ayuntamientos, diputaciones, etc. 

En febrero 2010 “la secularización”, etc. Ahora insisto porque surge la polémica con el nuevo Presidente del gobierno español quien no ha jurado ante la Biblia ni ante ningún crucifijo. Simplemente promete por su honradez de ciudadano y por su honor hacer cumplir la Constitución. Esto me parece perfección humana indiscutible y además legal pues hizo lo previsto desde 2014 cuando “tomó posesión” el nuevo rey Felipe VI. Ya iba siendo hora de que no sea obligatorio.

Jurar con la Biblia y ante un crucifijo no es garantía de honradez, pues la historia demuestra que no solo de vez en cuando, esos “cristianos” son tan corruptos como otros, tan injustos como otros, tan cerriles como otros.

Un Estado “como Dios manda” es aconfesional por definición (“mi reino no es de este mundo”, dijo Cristo) ya que su tarea es la de facilitar la convivencia en esta tierra, piensen lo que piensen, crean en lo que crean. Por eso el Estado no puede obligar a colgar o mantener colgados los crucifijos en lugares públicos, como no puede obligar a colgar o mantener colgados los signos religiosos de ninguna confesión, sea cristiana, musulmana o lo que sea.

Pero no ha sido así desde hace siglos. Precisamente hoy, 5 de junio, el santoral católico romano conmemora a san Bonifacio (+755 con 75 años), benedictino irlandés, primer arzobispo de Maguncia que contribuyó a establecer en Europa el cristianismo y tuvo un papel relevante en la alianza establecida entre los carolingios y el papado. Como legado del Papa, coronó al emperador Pepino dando paso a la europea “cristiandad” y para ello utilizó el ritual hispano-mozárabe que la sede de Toledo venía empleando hacía casi 2 siglos. Luego Carlomagno le regaló los terrenos alemanes para construir la abadía de Fulda durante los nueve años que estuvo en Baviera. En Turingia contó con la ayuda de reyes y poderosos.

Un Estado laico o laical (no laicista) no debe salirse de su función social y por tanto no debe velar solo por los “derechos” o privilegios de un grupo religioso concreto, aunque pueda ser mayoritario; ésa es la triste realidad de un Estado confesional y lamentablemente el sueño de no pocos. Esa confesionalidad no es la panacea pues basta mirar la medieval “cristiandad”, los actuales estados islamistas o los estados ateos de estos momentos históricos. En todos lo mismo: genocidios, encarcelamientos o ejecuciones para los "disidentes", guardar en el propio bolsillo el erario público, etc. Dejar de seguir abusando y colocar una religión en todos los ámbitos públicos es un proceso fantástico de la secularización a plantar eliminando todo resto de clericalismo.

Sólo los radicales marcan socialmente su convicción; tanto cristianos como del islam, budistas o hinduistas; siempre se empeñan en ello los fanáticos. El signo por el que los cristianos se han de distinguir es el del amor fraterno y no una insignia, un cordoncito, una medalla... Y Cristo no se equivocó ni se le escapó detalle alguno.

Los hombres y mujeres cristian@s de mente abierta, sin complejos y con un mínimo de humildad y sentido común, añoran la carta a Diogneto que explica en qué sí y en qué no se distinguían los cristianos de los primeros siglos del resto de los mortales. Llama la atención que esa doctrina ha sido echada a la trituradora y se presume de catedrales, palacios episcopales y altos campanarios.

Alfred Loisy
En el libro Jesús de Nazaret (I pp 27 a 32), que Joseph Ratzinger escribió no como Papa Benedicto XVI, sino como simple teólogo, dedica un capítulo al Reino de los cielos. Allí comenta que “se ha hecho famosa la afirmación del modernista católico Alfred Loisy: «Jesús anunció el Reino de Dios y ha venido la Iglesia». Son palabras que dejan transparentar ciertamente ironía, pero también tristeza”. Supongo que no puede ser otra tristeza que la que emana de admitir que efectivamente se han hecho las cosas mal. En la teología del siglo XIX y comienzos del XX se hablaba predominantemente de la Iglesia como el Reino de Dios en la tierra; o sea que la Iglesia se entendía (erróneamente) como la realización del Reino de Dios en la historia.

A su vez Ratzinger recuerda la opinión de Orígenes quien “afirmaba que el reino no es una cosa, no es un espacio de dominio como los reinos terrenales. El Reino de Dios se encuentra esencialmente en el interior del hombre”.

Ratzinger acaba el capítulo diciendo: Tenemos que decir que lo que Jesús llama «Reino de Dios, reinado de Dios», es sumamente complejo y sólo aceptando todo el conjunto podemos acercarnos a su mensaje y dejarnos guiar por él.

Recorría Jesús toda la Galilea enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia del pueblo (Mt 4, 23-25; Mt 9, 35).

La multitud le buscaba (…) él les dijo: Es necesario que yo anuncie también a otras ciudades el Evangelio del Reino de Dios, porque para esto he sido enviado. E iba predicando por las sinagogas de Judea (Lc 4, 42-44).

Interrogado por los fariseos sobre cuándo llegaría el Reino de Dios, él les respondió: El Reino de Dios no viene con espectáculo; ni se podrá decir: vedlo aquí o allí; porque, mirad, el Reino de Dios está ya en medio de vosotros (Lc 17, 20-21).

Que la triste realidad real de alianza trono (política) – altar (religión) sea una constante en la historia, en todas las civilizaciones habidas, no justifica que el cristianismo lo imite y copie lo del Imperio egipcio de los faraones, lo del Imperio romano donde también el Emperador decretó ser divinizado y tratado como un dios, exigiendo tributo de culto e incienso.

En el mundo occidental europeo, el Evangelio se ha ido “deteriorando” hasta el punto de involucrar a María, la Madre de Dios, madre de Cristo, madre de la Iglesia, madre de todos los hombres y se la inmiscuye en las acciones políticas con actos religiosos, públicos y sonoros.

Ntra Sra de Aparecida, patrona de Brasil, es un Santuario mariano brasileño inaugurado en 1745, visitado por casi 11 millones de peregrinos en 2011. La imagen lleva la corona imperial, de oro y piedras preciosas, con la que fue coronada reina de Brasil por el papa Pío X en 1904.

Como esta Virgen sudamericana, hay un buen montón en los cinco continentes, especialmente en Europa, que por no distinguir lo político de lo religioso, Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de dios (a cada uno lo suyo), tienen coronada reina o capitana general de un pueblo. No se consiente que haya alguna Virgen que no esté coronada.

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