EL
ESPIRITU SANTO Y FRANCISCO
Es
el 20 de mayo en 2018 el domingo de Pentecostés, la celebración del día en que,
a los 50 de resucitar, vino el Espíritu Santo sobre los discípulos encerrados
dentro del Cenáculo y sobre la multitud de los que estaban fuera de la casa y
se arremolinaron por la curiosidad despertada por el viento impetuoso.
Como
la Ascensión de Jesús, a los 40 días de resucitado, se celebra en muchas
iglesias locales en domingo, la Conferencia Episcopal española decretó hacia
1970 que la preparación de la Pentecostés, una devoción fantástica, debía
empezar a celebrarse el lunes, o sea que deja de ser un decenario y pasa a ser
un septenario, cifra que coincide con el número de dones que los teólogos le asignan
al Espíritu Santo. Se supone que con ello no le recortan su omnipotencia
divina, ni lo enjaulan, ya que varias veces en la historia de la humanidad se
ha presentado con forma de paloma.
Como
contar con él es totalmente necesario, el papa Francisco viene haciendo
habitualmente referencias al “Señor y Dador de vida”, en cualquier época del
año. No recojo de sus homilías matutinas o catequesis de los miércoles pero sí párrafos
literales de sus escritos que me resultan interesantes y útiles para mejorar el
trato con ·el gran desconocido”. Así le llamaron bastantes sant@s a lo largo de
los siglos, desde mitad del primer milenio, más o menos:
La alegría del Evangelio (Evangelii
gaudium, EG),
La alegría del amor (Amoris
laetitia, AL)
La alegría de la verdad (Veritatis gaudium, VG)
Alegraos y regocijaos (Gaudete et
exúltate, GE)
Con el
Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María (…) y así hizo posible
la explosión misionera que se produjo en Pentecostés.
Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de
comprender el espíritu de la nueva evangelización (EG, 284).
En todos los bautizados, desde el
primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa
a evangelizar (…) Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe —el sensus
fidei— que los ayuda a
discernir lo que viene realmente de Dios (EG, 119).
El Espíritu Santo derrama santidad
por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios (GE, 6). Aun fuera de la
Iglesia Católica y en ámbitos muy diferentes, el Espíritu suscita «signos de su
presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo» (GE, 9).
Una
mirada de fe sobre la realidad no puede dejar de reconocer lo que siembra el
Espíritu Santo (…) Allí hay que reconocer mucho más que unas «semillas del
Verbo» (EG, 68).
Es sano prestar atención a la realidad concreta, porque «las
exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los
acontecimientos mismos de la historia» (AL, 31).
La catolicidad (…) fermento de
unidad en la diversidad y de comunión en la libertad, exige para sí misma y
propicia «esa polaridad tensional entre lo particular y lo universal, entre lo
uno y lo múltiple, entre lo simple y lo complejo. Aniquilar esta tensión va
contra la vida del Espíritu» (VG, 4).
El Espíritu Santo también
enriquece a toda la Iglesia evangelizadora con distintos carismas. Son dones
para renovar y edificar la Iglesia. No son un patrimonio cerrado, entregado a
un grupo para que lo custodie (EG, 130).
La
parroquia, las demás instituciones eclesiales, comunidades de base y pequeñas
comunidades, movimientos y otras formas de asociación, son una riqueza de la
Iglesia que el Espíritu suscita para evangelizar todos los ambientes y sectores
(cf EG, 29).
El kerigma es trinitario. Es el fuego del Espíritu (…)
el primer anuncio: «Jesucristo te ama» (EG, 164).
Deja
que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad (…) tienes la
fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es
el fruto del Espíritu Santo en tu vida (GE, 15).
Evangelizadores con Espíritu
quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu
Santo (…) para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía),
en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente (EG, 259).
Evangelizadores con Espíritu
quiere decir evangelizadores que oran y trabajan (…) no sirven ni las
propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los
discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme
el corazón (EG, 262).
El
discernimiento, que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un
sentido común, es también un don que hay que pedir (…) al Espíritu Santo, y al
mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la
lectura y el buen consejo (GE, 166)
Más que nunca necesitamos de
hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los
procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de
esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas (…)
Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír (EG, 171).
No tengas miedo de dejarte guiar por
el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro
de tu debilidad con la fuerza de la gracia (GE, 34).
Las familias alcanzan poco a poco,
«con la gracia del Espíritu Santo, su santidad a través de la vida matrimonial,
participando también en el misterio de la cruz de Cristo, que transforma las
dificultades y sufrimientos en una ofrenda de amor». Por otra parte, los
momentos de gozo, el descanso o la fiesta, y aun la sexualidad, se experimentan
como una participación en la vida plena de su Resurrección (AL, 317).
Acerca del modo de tratar las
diversas situaciones llamadas «irregulares» (…) compete a la Iglesia revelarles
la divina pedagogía de la gracia en sus vidas y ayudarles a alcanzar la
plenitud del designio que Dios tiene para ellos». Siempre posible con la fuerza
del Espíritu Santo (AL, 297).
Hay que discernir si es el vino
nuevo que viene de Dios o es una novedad engañosa del espíritu del mundo o del
espíritu del diablo (…) porque las fuerzas del mal nos inducen a no cambiar, a
dejar las cosas como están, a optar por el inmovilismo o la rigidez. Entonces
impedimos que actúe el soplo del Espíritu (GE, 168).
Las
obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia
interior del Espíritu (EG, 37).
Hace falta pedirle al Espíritu Santo
que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en
algunos aspectos de la propia vida (GE, 175).
María sabe reconocer las huellas del Espíritu de
Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen
imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la
historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos (EG, 288).
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