sábado, 12 de mayo de 2018

JESÚS ASCIENDE

Se va al cielo también con su cuerpo resucitado



La Ascensión del Señor es la solemnidad que en este 2018 cae el domingo 13 de mayo, anterior a la Pentecostés o bajada del Espíritu Santo .

De este momento de la vida terrenal de Jesús de Nazaret, Marcos cuenta una breve pincelada:
«Por último, se apareció a los Once cuando estaban a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no creyeron a los que lo habían visto resucitado.
Y les dijo: Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura (…) El Señor, Jesús, después de hablarles, se elevó al Cielo» (Mc 19, 14.19).

Lucas en su evangelio es más parco todavía:
«Los sacó hasta cerca de Betania y levantando sus manos los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se alejó de ellos y se elevaba al Cielo» (Lc 24, 50-51).

Pero en los “Hechos de los apóstoles” (Act), Lucas ya es algo más locuaz:
«Después de su Pasión, se presentó vivo (…) durante cuarenta días (…) Mientras estaba a la mesa con ellos les mandó no ausentarse de Jerusalén (…) Los allí reunidos le hicieron esta pregunta: ¿Es ahora, Señor, cuando vas a restaurar el Reino de Israel?
El les contestó (…) seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra. Y después de decir esto, mientras ellos miraban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos.
Cuando estaban mirando atentamente al cielo mientras él se iba, se presentaron junto a ellos dos hombres con vestiduras blancas que dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo? (…) Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que está cerca de Jerusalén, a la distancia de un camino permitido en sábado. Y cuando llegaron subieron al Cenáculo donde vivían (…) Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María la Madre de Jesús y sus hermanos» (Act 1, 3-14).

San Agustín dijo que “ascienda con él también nuestro corazón (…) sigue padeciendo en la tierra todos los trabajos que nosotros, que somos sus miembros, experimentamos. De lo que dio testimonio cuando exclamó: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Así como: Tuve hambre, y me disteis de comer.
Mientras él está allí, sigue estando con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con Él allí (…) No se alejó del cielo, cuando descendió hasta nosotros; ni de nosotros, cuando regresó hasta él.

Tomás de Aquino se pregunta si le pertenecía ascender. Si ascendió por su propio poder. De qué naturaleza se convirtió para ascender y cuáles son los efectos de la ascensión: si es causa de nuestra salvación (S. Th. III, 57). Yo me hago también esas preguntas y muchas más, como, por ejemplo, no tanto si asciende “hacia arriba” pues es “para abajo” para los australianos, cuanto intentar entender y querer realizar su mandato de ir al mundo entero y caer en la cuenta de que se va con su cuerpo. No basta decir por las salvación de las almas pues es un reduccionismo grave, rayando la herejía, si no se está con los dos pies en el barro.

Francisco, en la encíclica “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium, EG) recuerda que “Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones (…) no puede excluir a nadie” (EG, 23). El anuncio no es otro que decir que Jesús está resucitado, vivo.

Y añade el Papa: “Una mirada de fe sobre la realidad no puede dejar de reconocer lo que siembra el Espíritu Santo. Sería desconfiar de su acción libre y generosa” (EG, 68). “Necesitamos (…) una mirada contemplativa, esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas” (EG, 71).

En el último documento que ha escrito, la Exhortación “Alegraos y regocijaos (Gaudete et exúltate, GE) insiste en recordar algo que ya dejó esculpido el Concilio Vaticano II para que no se olvide y se vaya viviendo cada día mejor: “aun fuera de la Iglesia Católica y en ámbitos muy diferentes, el Espíritu suscita «signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo» (GE, 9).

Para ir correspondiendo cada día mejor a la misión que Dios tiene encomendada a su Iglesia, o sea a sus miembros bautizados llamados cristianos, Francisco, como lo papas anteriores, aunque cada uno a su estilo, recuerda que “Tu identificación con Cristo y sus deseos, implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para todos. Cristo mismo quiere vivirlo contigo” (GE, 25).

Cristo al ascender al cielo, nos deja físicamente hablando sin su presencia corporal, y nos encarga la misión de continuar su obra redentora y teniendo claro que ha venido del cielo para sanar lo estropeado, para abrir el camino que lleve a los hombres al cielo, con su alma y con su cuerpo también. Creo en la resurrección de la carne, se reza en la Eucaristía en el Símbolo de fe o credo.

Francisco escribe: “Cuando alguien tiene respuestas a todas las preguntas, demuestra que no está en un sano camino y es posible que sea un falso profeta, que usa la religión en beneficio propio, al servicio de sus elucubraciones psicológicas y mentales” (GE, 41). Estar solamente haciendo rezar es un recorte. El cuerpo es tan divino como el alma. "Dadles vosotros de comer", nos dijo Jesús. o bien: "tuve hambre y me disteis de comer..."

El Papa avisa que los hay que “en el fondo solo confían en sus propias fuerzas -no cuentan con la ayuda de la gracia divina- y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico (Evangelii gaudium, 94)” (GE, 49). El discípulo no puede estar solamente preocupado por la salvación de las almas.

Para hacerlo bien y corregir posibles errores cometidos a lo largo de la historia, sigue escribiendo: «Todavía hay cristianos que se empeñan en (…) la justificación por las propias fuerzas, el de la adoración de la voluntad humana (…) la obsesión por la ley, la fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, la vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, el embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial (Evangelii gaudium, 95)” (GE, 57).

Cristo se va al cielo y nos deja la tarea en nuestras manos. ¡Qué cara pondrá viendo lo que ve! ¡Qué cara se le pone cuando ve los disparates “religiosos” que solemos hacer a lo largo de la historia y a lo ancho del planeta, engañándonos con que estamos llevando el Evangelio a todas las gentes. No olvidamos que “el fin no justifica los medios”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario