viernes, 4 de diciembre de 2015

RENOVAR ESTRUCTURAS CADUCAS

A los 50 años de la clausura del Concilio Vaticano II


 El 8 de diciembre de 2015 se cumplen los 50 años de la clausura del Concilio Vaticano II del que tanto se ha hablado, unos a favor, otros en contra. 

Y por ello creo que el papa Francisco aprovecha la ocasión para animarnos a mirar cómo estamos viviendo aquellas indicaciones del Espíritu Santo a la Iglesia del tercer milenio. Unos se han pasado 10 pueblos. Otros ni siquiera han leído los documentos conciliares.

En varias Misas celebradas en la capilla de la Casa Santa Marta ya recién elegido en 2013 fue enseñándonos a renovarnos, convertirnos, para ser más fieles a Cristo. Es la idea madre del Concilio que, como todos los demás en la historia, han llamado a la conversión personal y colectiva desde el primer concilio en Jerusalén en tiempos de los apóstoles. Hasta ellos tuvieron que pensar, rezar y corregirse con lo de la circuncisión.

El martes 16 de abril advirtió que no se está cumpliendo con todo lo que el Espíritu Santo pidió porque se ha preferido mayormente ceder a la tentación de la comodidad que seguir lo que inspiró Dios a los padres conciliares. “Queremos que el Espíritu Santo se adormezca… queremos ‘domesticar’ al Espíritu Santo (…) ¡seguir adelante! Es eso lo que fastidia. La comodidad es mejor (…) Eso continúa hoy en día”.

“El Concilio fue una hermosa obra del Espíritu Santo. Piensen en el papa Juan: parecía un párroco bueno y fue obediente al Espíritu Santo y convocó el Concilio. Pero después de 50 años, ¿hemos hecho todo lo que nos ha dicho el Espíritu Santo en el Concilio? ¿En esa continuidad del crecimiento de la Iglesia que fue el Concilio? No”.

“Festejemos este aniversario, hagamos un monumento, pero que no nos molesten. No queremos cambiar. Es más: hay voces que quieren ir hacia atrás. Esto se llama ser testarudos, eso se llama querer domesticar el Espíritu Santo, eso se llama convertirse en insensatos y tardos de corazón”, advirtió.

Lo mismo ocurre en la vida personal. El Espíritu nos empuja a recorrer un camino más evangélico, pero nosotros nos resistimos.

¡Es el Espíritu quien nos hace libres, con esa libertad de Jesús, con esa libertad de los hijos de Dios!”. “Es ésta la gracia que yo quisiera que todos nosotros pidiéramos al Señor: la docilidad al Espíritu Santo, a ese Espíritu que viene a nosotros y nos hace avanzar en el camino de la santidad, esa santidad tan bella de la Iglesia, expresó el Papa.

El 12 de junio volvía sobre lo mismo describiendo las dos posibles tentaciones de la buena renovación: retroceder por ser temerosos de la libertad que viene de la ley «realizada en el Espíritu Santo» y ceder a un «progresismo adolescente», es decir, propenso a seguir los valores más fascinantes propuestos por la cultura dominante.

Ya a Jesús le acusaban algunos de querer cambiar la ley de Moisés pero él explicaba que «Yo no vengo a abolir la ley sino a darle pleno cumplimiento». El cumplimiento de la ley de Dios está dado en Jesús que nos enseña como único mandato la ley del amor y que, como explicaba san Juan, es lo que nos hace libres. Sin embargo, se trata de una libertad que, en cierto sentido, nos da miedo. «Porque —precisó el Pontífice— se puede confundir con cualquier otra libertad humana». Y «la ley del Espíritu nos lleva por el camino del discernimiento continuo para hacer la voluntad de Dios»: también esto nos asusta.

La segunda tentación es la que el Papa definió como «progresismo adolescente». No se trata de auténtico progreso (…) tomamos las leyes y los valores que más nos gustan, como hacen precisamente los adolescentes. Al final, el riesgo que se corre es el de resbalar y salirse del camino. Según el Pontífice, se trata de una tentación recurrente en este momento histórico para la Iglesia.

El 6 de julio insistía otra vez sobre la renovación sin temores: dejarse renovar por el Espíritu Santo, a no tener miedo de lo nuevo, a no temer la renovación en la vida de la Iglesia. Glosando el pasaje del Evangelio del día (Mt 9,14-17), destacó otra vez el espíritu innovador que animaba a Jesús, como si su vocación fuese la de renovar todo.

En la vida cristiana, y también en la vida de la Iglesia, existen estructuras caducas. Es necesario renovarlas. Es un trabajo «que la Iglesia siempre ha hecho, desde el primer momento». La Iglesia —agregó— siempre ha ido adelante de este modo, dejando que el Espíritu Santo sea quien renueve las estructuras.

Una estructura caduca es el actual ejercicio del papado. El papa Francisco, el 17 de octubre pasado, ante los participantes en el Sínodo ordinario sobre la familia, reiteró la necesidad y la urgencia de pensar en “una conversión del papado” mientras citaba unas palabras de Juan Pablo II en la encíclica Ut unum sint de 1995: “Estoy convencido de tener al respecto una responsabilidad particular (…) de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario