
En ningún Evangelio se dice que haya
que celebrar o conmemorar el nacimiento del Mesías. Jesús solo ordenó que se
le recuerde su última cena Pascual.
Y hace muchos siglos que se viene celebrando
en todo el planeta aunque en el ámbito cristiano sea como fiesta religiosa y de
alegría con comida extra incluida.
Celebrar el cumpleaños en aquellos
siglos era algo muy pagano y era ocasión para manifestar la pompa, la vanagloria
y la vanidad del Emperador, como recuerda el papa emérito Benedicto XVI en su
libro sobre la infancia de Jesús, firmado como Joseph Ratzinger, como teólogo y
obispo, no como papa.
El papa Fabián, que fue el obispo de
Roma del 236 al 250 (14 años) decidió terminar con tanta especulación que se
venía haciendo entonces y calificó de sacrílegos a quienes intentaron
determinar la fecha del nacimiento de Cristo. La Iglesia Católica de Armenia
fijó su nacimiento el 6 de enero, mientras que otras iglesias orientales,
egipcios, griegos y etíopes propusieron fijar el natalicio en el día 8 de
enero.

Metiendo
la cabeza para la comprensión racional de los detalles de la fe, atrae a la
razón la frase de que "no había sitio para ellos". Entiendo que no es solo un hecho físico sino también dibuja nuestra
actitud espiritual. María, al llegar a Belén, intuyendo que el parto podría ser
excepcional como la concepción, le dijo a José que como estaba cansada, se
quedaba a la entrada de la aldea, junto al pozo, mientras él iba a buscar
alojamiento y algo de comer a "mercadona", "caprabo",
"consum", "día", o lo que hubiera.


Los
textos del Antiguo Testamento, de Isaías y del salmo que trae la Liturgia de la
Palabra en este día 25 de diciembre (para el ciclo C como en este añó 2015)
tienen ese tono bélico, guerrero y militar propio de aquella época y que, desgraciadamente,
siguen imitando las religiones del Libro (no sólo Mahoma), que inventan un
cristianismo veterotestamentario. Viven como si Cristo no hubiera nacido y
seguimos en aquella obscuridad en la que estaba el mundo.
Vino
a los suyos, dice san Juan, y no le recibieron; no había sitio en la posada, en
cada vida humana, en cada corazón humano. El único mandamiento que nos ha
enseñado es el del amor; el único programa del cristiano son las
bienaventuranzas y la experiencia demuestra que –como en Belén- no hay sitio
para Dios; la mayoría no le hacemos ni caso: en la práctica somos agnósticos
aunque nos declaremos teóricamente muy creyentes, muy católicos.
Nos
podemos preguntar en estos días mirando tantos belenes aquí y allá, calles,
tiendas, hogares, oficinas… ¿Cabe Dios en mi vida? ¿Está a gusto en mi corazón
aunque sea un establo, un muladar, poca cosa, pero con paja limpia y sin moscas
ni mosquitos ya que tenemos a mano el purificador espiritual?
Hay
muchos teólogos que conocen muchísimas cosas de Dios pero no le quieren. Se
puede rezar mucho y no amar ni a Dios ni a los hermanos. Hay personas que rezan
menos pero saben querer; quieren más y mejor que muchos creyentes y
practicantes.
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