miércoles, 8 de abril de 2015

¿MISERICORDIA O JUSTICIA?

La misericordia, esencia del Evangelio

La misericordia así como la ternura están muy presentes en las actuales enseñanzas pastorales del papa Francisco. Pero no es algo nuevo, solo suyo, algo nunca antes visto u oído. Y como guinda en el pastel ha convocado Año Jubilar extraordinario de la misericordia desde el próximo 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada, día del 50º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, hasta el domingo 20 de noviembre de 2016, solemnidad de Jesucristo rey. Fue anunciado el viernes 3º de Cuaresma en la basílica de san Pedro durante el acto de las “24 horas para el Señor”; entonces el propio papa Francisco se confesó y luego atendió un confesionario un par de horas.

Ya el papa polaco Wojtyla, hoy san Juan Pablo II, había decretado celebrar la Divina Misericordia el segundo domingo de Pascua, atendiendo la petición que el propio Jesús Resucitado hizo a través de la monja polaca Faustina Kowalska, canonizada en 2000, quien tuvo la misión de movilizar a los cristianos a la devoción a la Misericordia divina y hoy es un “movimiento” en la Iglesia con más de un millón de personas en todo el mundo, hombres y mujeres también de muchas Congregaciones y Órdenes religiosas, entre sacerdotes, fraternidades y asociaciones.
Faustina era Elena de nombre, 3ª de los diez hijos de Matianna y Esteban, fue monja a los 20 años, viviendo en Cracovia, Vilna y Ploch, siempre trabajando en cosas humildes como cocinera, jardinera y portera. El papa Wojtyla, siendo obispo de Cracovia, ya había iniciado la beatificación a nivel diocesano y se inspiró en su mensaje para escribir su 2ª Encíclica “Rico en misericordia” dedicada a Dios Padre.

Además de ella, en estos últimos tiempos ha habido un buen puñado de santos y santas que han proclamado esta maravilla del amor divino que es la misericordia.

Así Segismundo Gorazdowski, sacerdote polaco canonizado en 2005, fundador de las Religiosas de San José, fallecido en 1920 con 75 años, era llamado el "apóstol de la misericordia de Dios".

Genoveva Torres Morales, canonizada en 2003, fallecida en 1956 con 86 años, fundadora de las angélicas tras su experiencia durante su asilo en la “Casa de la Misericordia” de Valencia, debido a su orfandad y a su pierna amputada desde los trece años.

Diego José, fallecido en 1801 con 58 años, era gaditano, capuchino beatificado por León XIII, en su tiempo considerado apóstol de la misericordia y llamado “el nuevo san Pablo”.

         Otro ejemplo más del largo listado que podría ponerse fue Leonardo Murialdo, fallecido en 1900 con 72 años, sacerdote turinés, citado por Benedicto XVI  en una Audiencia General de abril de 2010, junto con J. B. Cottolengo como sacerdotes modélicos, quien fundó la Congregación de San José y el núcleo central de su espiritualidad era la convicción de la misericordia divina.

Por último citemos a Mª Rosa (Mª de los Dolores) Molas i Vallvé, de Reus, fundadora de las Hermanas de Ntra. Sra. de la Consolación, fallecida en 1876 con 61 años y de quien Juan Pablo II, al canonizarla en 1988, dijo: “Ha anunciado al mundo la misericordia del Padre. La vida de María Rosa, que transcurre haciendo el bien, se traduce, para el hombre de hoy, en un mensaje de consolación y de esperanza.".

         La encíclica de san Juan Pablo II que trata de este tema fue la segunda que escribió dedicada a Dios Padre; la tituló “rico en misericordia” que apareció el primer domingo de Adviento de 1980, 30 de noviembre.
En ella se lee:  Dios rico en misericordia” (Ef 2,4) es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre. Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II y en correspondencia con las necesidades particulares de los tiempos en que vivimos, una exigencia de no menor importancia en estos tiempos críticos y nada fáciles, me impulsa a descubrir una vez más en el mismo Cristo el rostro del Padre, que es “misericordioso y Dios de todo consuelo” (2Cor 1,3).

         (...) La mentalidad contemporánea, quizá en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia.

(...) Jesús hace de la misma misericordia uno de los temas principales de su predicación (…) forma parte del núcleo mismo del mensaje del Mesías y constituye la esencia del Evangelio.

También se entretiene en describir el concepto de misericordia que se tiene en el Antiguo Testamento, donde tiene una larga y rica historia (…) a lo largo de la historia de Israel no faltan profetas y hombres que (…) en su predicación pongan la misericordia (...) en conexión con el amor por parte de Dios.
Luego recuerda que en los umbrales del Nuevo Testamento resuena la misericordia divina (...)  María, entrando en casa de Zacarías, proclama con toda su alma la grandeza del Señor “por su misericordia”, de la que “de generación en generación” se hacen partícipes los hombres que viven en el temor de Dios. Al nacer Juan Bautista, en la misma casa su padre Zacarías, bendiciendo al Dios de Israel, glorifica la misericordia que ha concedido “a nuestros padres y se ha recordado de su santa alianza”.
En las enseñanzas de Cristo mismo esta imagen se simplifica y a la vez se profundiza. Esto se ve quizá con más evidencia en la parábola del hijo pródigo.

Nuestros prejuicios en torno al tema de la misericordia -afirma la encíclica- hace que la percibamos como una relación de desigualdad entre el que la ofrece y el que la recibe. Consiguientemente la misericordia difama a quien la recibe y ofende la dignidad del hombre. La parábola del hijo pródigo demuestra cuán diversa es la realidad.

El mensaje mesiánico de Cristo y su actividad entre los hombres termina en la cruz y la resurrección (…) Él mismo parece merecer ahora la más grande misericordia y apelar a ella cuando es arrestado, ultrajado, condenado, flagelado, coronado de espinas, clavado en la cruz y expira entre terribles tormentos. Es entonces cuando merece de modo particular la misericordia de los hombres, y no la recibe.
El misterio pascual es el culmen de esta revelación y actuación de la misericordia divina que es capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia en el sentido salvífico querido por Dios.

María es la que de manera singular y excepcional ha experimentado –como nadie- la misericordia y también de manera excepcional, ha hecho posible con el sacrificio de su corazón la propia participación en la revelación de la misericordia divina.
(…) También nuestra generación está comprendida en las palabras de María cuando glorificaba la misericordia de la que “de generación en generación” son partícipes cuantos se dejan guiar por el temor de Dios (...) La presente generación se siente privilegiada porque el progreso le ofrece tantas posibilidades, insospechadas hace solamente unos decenios.

(...) Pero al lado de esto existen al mismo tiempo dificultades, inquietudes e imposibilidades que atañen a la respuesta profunda que el hombre sabe que debe dar. El desequilibrio fundamental hunde sus raíces en el corazón humano.
(...) A partir del Concilio, las tensiones y amenazas allí delineadas se han ido revelando mayormente y han confirmado aquel peligro que no permiten nutrir ilusiones (…) Los medios técnicos a disposición de la civilización actual ocultan no sólo la posibilidad de una auto-destrucción por vía de un conflicto militar, sino también la posibilidad de una subyugación “pacífica” de los individuos, de sociedades enteras y de naciones por quienes disponen de medios suficientes y están dispuestos a servirse de ellos sin escrúpulos (…) el ansia de aniquilar al enemigo, de limitar su libertad y hasta de imponerle una dependencia total, se convierte en el motivo fundamental de la acción...

(...) Con esta imagen de nuestra generación que no cesa de suscitar una profunda inquietud, vienen a la mente las palabras de María que (…) resonaron en el Magnificat.
(...) La Iglesia vive una vida auténtica cuando –como María- profesa y proclama la misericordia y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia de las que es depositaria y dispensadora sobre todo en la Eucaristía y en el sacramento de la penitencia o reconciliación…

(...) El amor misericordioso es indispensable entre aquellos que están más cercanos: entre los esposos, entre padres e hijos, entre amigos; es también indispensable en la educación, pero no acaba aquí su término. Pablo VI indicó en más de una ocasión la “civilización del amor” como fin al que deben tender los esfuerzos. En tal dirección nos conduce el Concilio cuando habla repetidas veces de la necesidad de hacer el mundo más humano.

(...) La Iglesia tiene el derecho y el deber de recurrir a la misericordia “con poderosos clamores” cuando el hombre contemporáneo no tiene la valentía de pronunciar siquiera la palabra “misericordia”. Es pues necesario una ferviente plegaria: un grito al Dios que no puede despreciar nada de lo que ha creado. Al igual que los profetas, recurramos al amor que tiene características maternas y que, a semejanza de una madre, sigue a cada uno de sus hijos, a toda oveja descarriada, aunque hubiese millones de extraviados, aunque en el mundo la iniquidad prevaleciese sobre la honestidad, aunque la humanidad contemporánea mereciese por sus pecados un nuevo “diluvio”, como mereció en su tiempo la generación de Noé.


(...) Recordando las palabras del Magnificat de María, imploremos la misericordia divina para la generación actual. Elevemos nuestras súplicas guiados por la fe, la esperanza y la caridad que Cristo ha injertado en nuestros corazones para gritar, como Cristo en la cruz: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Esto es amor a los hombres, a todos los hombres sin excepción o división alguna (…) “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7).

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