lunes, 11 de mayo de 2015

LA ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO


Con la Ascensión de Jesús  -que la Iglesia conmemora cada año el domingo 7º de Pascua-, celebramos el hecho de que se va de esta tierra con su cuerpo glorioso y resucitado después de 40 días de estar sin estar con los suyos. Desde el domingo de Resurrección sólo se aparecía a ratos y volvía a desaparecer de la vista de los suyos. Antes de su muerte estaba las 24 horas del día entre ellos.

El que había venido a esta tierra desde el cielo por ser el Hijo de Dios, la segunda Persona de la santísima Trinidad, se volvía a donde había venido pero –oh paradojas de la fe- vino el que siempre está con nosotros y se fue el que nunca nos deja huérfanos. Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo, nos dijo. También: subo a mi Padre y a vuestro Padre (…) Voy a prepararos un lugar; y cuando haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré  (…) Os lo he dicho ahora antes de que suceda, para que cuando suceda creáis (Jn 14,2-28).

Jesús de Nazaret, el Mesías, el esperado durante tantos siglos de la etapa histórica llamada el Antiguo Testamento, es el Emmanuel, o sea, Dios con nosotros. Saltan muchas preguntas para los creyentes y los no creyentes de buena voluntad. ¿Cómo que Dios con nosotros si no estaba aquí en la tierra? ¿Cómo Dios con nosotros si se ha ido?

Es todo un reto para la inteligencia, también la del creyente. A todo eso se añade un dato, un pequeño detalle que se lee en el Nuevo Testamento, no por pequeño poco importante. «Mientras él se iba, se presentaron junto a ellos dos hombres con vestiduras blancas que dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que de entre vosotros ha sido elevado al cielo, vendrá de igual manera que le habéis visto subir al cielo» (Act 1,9-14).
Esos dos hombres vestidos de blanco, ángeles con la apariencia humana (como tantas otras veces), nos pueden desconcertar por la cariñosa regañina de estar mirando al cielo.
Es una constante en la historia que entre los cristianos se ha ido dando la actitud de los que están solo mirando al cielo y de los que no son capaces de hacerlo ni un ratito.

Recientemente, en el siglo XIX, por ejemplo Karl Marx echaba en cara a los cristianos que estuvieran mirando al cielo (rosarios, misas, romerías…) y no se preocupaban de las cosas de esta tierra, de lo profesional, lo social, lo cultural y lo lúdico, del día a día.

El Concilio Vaticano II quiso ayudar a arreglar ese defecto antes apuntado pues solo se venía considerando que para ser buen cristiano hay que rezar, o sea imitar a los monjes/as y/o religiosos/as. Los trabajadores, los padres o abuelos de familia, los cristianos corrientes y molientes no podían ser considerados buenos cristianos trabajando, sacando adelante la familia, cumpliendo con los amigos y vecinos.

Santa Teresa de Jesús o de Ávila decía que Dios anda entre los pucheros, no solo en la capilla del convento. Hay que saber verle mientras se trabaja o se descansa y no solo mientras se reza.

Dios nos tiene siempre presentes: estamos en su presencia continuamente pues en Él existimos y nos movemos; si dejara un instante de pensar en alguno/a, ese/a tal volvía a la nada. Como estamos hechos a su imagen y semejanza, se trata de procurar imitarle en esto de tenerle a Él presente aunque, lógicamente, de ello no depende su existencia.

Está claro pero no deja de “chocarnos” las palabras de Cristo en la cruz, ¡siendo Dios verdadero y hombre verdadero!: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

terremoto en Nepal en abril 2015

Estamos hechos para querer pensar ¿estaba Dios en los hornos crematorios de Auschwitz o en el terremoto de Nepal o en el de Japón, o en el tsunami del este asiático, etc.? El consenso de los actuales teólogos y filósofos de buena voluntad afirma que el Dios silencioso estuvo presente en tan dolorosa experiencia humana. Como en el drama de Cristo en la cruz, el Dios inmanente es a la vez trascendente a lo creado aunque cuesta bastante “entender” eso de los silencios de Dios. El Logos inmanente divino manifiesta su presencia tanto en lo conocido como en lo desconocido o en lo que en una época sólo parecía probable y no actual.

Pero Dios no abandona ni a Jesús ni a ninguno/a de cualquier raza, religión o época histórica. Pero sí es verdad (que no debería olvidarse) que nos ha hecho libres a la vez que nunca nos deja solos para nada. Incluso para sacar adelante su Iglesia entrega las llaves que es un gesto epaté que dirían los franceses. Dios no quiere hacer trampas saltándose habitualmente las leyes naturales de las cosas, de las galaxias, de los átomos; no abusa nunca de su divinidad que fue una de las tentaciones (y fuerte) que como hombre sufrió Jesús hambriento tras 40 días de ayuno en el desierto.

Terremoto y tsunami en Japón en 2011
No es una presencia la de Dios que buscamos para que nos arregle los problemas pues hemos de poner toda la carne en el asador. Los bautizados entendemos que en esta vida se trata de poner todos los medios humanos como si Dios no existiese o no nos viese y a la vez poner (por la fe) todos los medios sobrenaturales (rezar) como si las cosas no dependiesen de nosotros.

Me contaron una vez que el entonces recién nombrado rey de España, Juan Carlos I, estaba preocupado porque tenía hijas y no un chico para sucederle sin trastocar la ley sálica. En el gobierno de entonces había un ministro que conocía como cristiano de verdad, creyente y practicante y hablando en un encuentro sin formalismo, su Majestad le pidió que rezara para pedirle a Dios un chico. Tal ministro era muy santo, muy listo y muy despistado por lo que, con toda confianza divina y humana, le contestó: "A Dios rogando y con el mazo dando". Teológicamente es correctísima la respuesta pero quizá alguno de la generación de mis abuelos ponga (puso) mala cara.

Un día llegaba uno a su casa por la noche, muy cansado del trabajo. Su mujer le tenía preparada la cena con lo que ella sabe que le apetecería. Al disfrutar el caldo fantástico y la tortilla en su punto, como era un buenísimo cristiano, dijo: “que buena está la cena ¡gracias a Dios!”
Claro, su mujer le recriminó (con razón): nene, la he preparado yo.
Dios no se enfada si el marido le da las gracias a ella. Es lo que Él está esperando. Las gracias a Dios se han de dar siempre pero en otro momento.

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