1
de mayo, san José obrero
San José obrero es la
fiesta instituida en
1955 por Pío XII queriendo cristianizar la “Jornada Mundial del Proletariado”
que había empezado en 1889 para reivindicar los tres ochos: ocho horas de
trabajo, ocho de descanso y ocho de educación.
San
José es el hombre del trabajo y también trabajador manual fue Jesús de Nazaret,
el Dios hecho hombre. Se pasó su vida, salvo los dos y medio últimos años,
trabajando en el taller de Nazaret.
El
5 de enero de 1964, desde Nazareth, exhortaba Paulo VI a aprender la lección
del trabajo, la conciencia de su dignidad. Y señalaba "al gran modelo, al hermano divino, al
defensor de todas las causas justas, es decir: a Cristo, Nuestro Señor",
el hijo del carpintero, como era conocido Jesús.
Un
autor moderno dice: "Si un hombre es
barrendero, tendría que barrer las calles como pintaba Miguel Ángel, como
componía Beethoven, como escribía Shakespeare".
León XIII en 1891 (Rerum novarum) condenó el «capitalismo
salvaje» y decía que no puede estar la solución en la visión marxista del
enfrentamiento y aniquilación mutuos del capital contra el trabajo. Pío XI en
la Quadragessimo anno dirá lo mismo.
Fue Pío XII quien en 1951 dio un paso adelante al afirmar que el «capitalismo
equilibrado» es la causa del
progreso material o prosperidad y ello es un bien para toda la humanidad, una
exigencia divina.
Juan Pablo II en la Encíclica Centesimus
annus (CA) de 1991, a los cien
años de Rerum novarum,
recordaba la vigencia de León XIII y de Pío XII y perfilaba los márgenes en que
puede moverse el capitalismo, siempre y cuando respete la concepción adecuada
del hombre y la dignidad de su naturaleza.
Y el Papa polaco añadía: “Da la impresión de que... el libre
mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder
eficazmente a las necesidades (…) Pero existen numerosas necesidades humanas
que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de
verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales
y que perezcan los hombres oprimidos por ellas. Además, es preciso que se ayude
a estos hombres necesitados a conseguir los conocimientos, a entrar en el
círculo de las interrelaciones, a desarrollar sus aptitudes” (CA, 34).
“La Iglesia –sigue
diciendo el papa Wojtyla- reconoce la justa función de los beneficios, como
índice de la buena marcha de la empresa (...) sin embargo no son el único
índice (...) Es posible que (…) los hombres, que constituyen el patrimonio más
valioso de la empresa, sean humillados y ofendidos en su dignidad. Queda
mostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo
deje al capitalismo como único modelo de organización económica”
(CA, 35).
Benedicto XVI (IX-2007), glosando la parábola evangélica del
administrador injusto (Lc 16,9), recordaba que el dinero no es en sí injusto
pero su uso correcto conlleva no usar los bienes sólo para el propio interés
sino también para atender a las necesidades de los pobres.
Los acontecimientos en Occidente acabándose el segundo milenio
confirman a los cristianos que el liberalismo adolece de errores fundamentales
en su individualismo, consumismo y agnosticismo, valores incompatibles con el
Evangelio, que es luz para todos los hombres.
Juan
Pablo II escribió en Laborens exercens
(LE) de 1981: “en la época moderna
aparece la amenaza del pensamiento materialista y economicista para quien el
trabajo era sólo mercancía que el obrero vende al empresario, el poseedor del
capital o sea de los instrumentos y medios de producción (LE, 7).
Fue éticamente justa la solidaridad de los trabajadores
de la industria contra el trabajo sectorial, monótono, despersonalizador,
contra la inaudita explotación para las ganancias. El error del capitalismo
primitivo puede repetirse dondequiera que el hombre sea tratado como
instrumento”
(LE, 8).
“El
proceso histórico sigue en vigor extendiéndose entre los continentes (…) Es
inaceptable la postura del “rígido” capitalismo que debe ser sometido
continuamente a revisión” (LE, 14).
Esta problemática también le preocupa al papa Francisco por eso,
entre otras ocasiones, se puede recordar que en febrero 2017, ante más de mil
empresarios de la llamada “Economía de la comunión”, iniciativa de los focolares, habló de nuevo con contundencia del «dios
dinero (…) el dinero es
importante, sobre todo cuando no está y de ello depende la comida, la escuela y
el futuro de los hijos. Pero se
convierte en un ídolo cuando es el fin último». El capitalismo
actual discurre por este camino.
En
noviembre 2016 ya había hablado del “dios dinero” ante los asistentes al III
Encuentro mundial de los Movimientos Populares con unos 5.000 participantes de
muchos países, criticando (una vez más) al capitalismo, esa “dictadura económica que, como la llamó Pío
XI en 1931 “imperialismo internacional del dinero”. El sistema capitalista
pone el centro en el dinero y no en el ser humano.
"¿Qué le pasa al mundo de hoy –preguntaba en voz alta sin esperar,
claro, respuesta en ese momento- que,
cuando se produce la bancarrota de un banco de inmediato aparecen sumas
escandalosas para salvarlo, pero cuando se produce esta bancarrota de la
humanidad no hay casi ni una milésima parte para salvar a esos hermanos que
sufren tanto?"
Las
llamadas "revoluciones burguesas" terminaron con los absolutismos
emergiendo los estados nacionales con bases constitucionales. Al adoptarse el
Estado de Derecho, el liberalismo permitió el desarrollo del capitalismo, su
hijo amado. La riqueza estática del feudalismo, fundada en la tierra, la
esclavitud y las conquistas, fue sustituida por la riqueza dinámica con la creación
industrial de bienes en escala impensada.
Pero el capitalismo suscita críticas por la
desigualdad entre los más ricos y los más pobres. Ante la vara igualitaria, parecería
que es mejor la igualdad en la miseria, como en Venezuela, Haití, Nicaragua o
Malí, que la desigualdad con mayor bienestar para los más pobres y movilidad
social para todos.
Hay que aceptar a su vez que no se ha dejado de
reconocer que el comunismo, al intentar el igualitarismo, inevitablemente llevó
a gobiernos totalitarios que necesitaron suprimir no sólo la propiedad privada,
sino también la libertad. Quienes han tenido que vivir bajo esos regímenes
saben del sufrimiento y de la pobreza consecuente.
En el diario del Vaticano, un historiador
alemán, Georg Sans, escribía en 2009 un artículo alabando a Karl Marx por su
introducción del concepto de alienación originado por el capitalismo. El
Vaticano siempre ha sido crítico con los excesos del capitalismo.
Escribe Francisco en su encíclica “Evangelii
gaudium” (EG) que “el mandamiento «No
matarás» debe aplicarse a un
sistema económico basado en la desigualdad y en la exclusión; tal economía mata
(…) No puede ser que no sea
noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una
caída de dos puntos en la bolsa (…) Hemos dado inicio a la cultura del
«descarte» (…) Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes» (EG, 53).
En su encíclica “verde” añade que “quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos (…)
Por eso, los Obispos de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el
mandamiento «no matarás» cuando «un veinte por ciento de la población mundial
consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras
generaciones lo que necesitan para sobrevivir” (LS, 95).
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