miércoles, 24 de febrero de 2016

UN 23 F

Persecución a los cristianos


En la madrugada del 23 de febrero, el emperador romano Diocleciano firmaba –como la mayoría de los anteriores emperadores de Roma-, el decreto –uno más- de persecución de los cristianos en el que se pedía que las iglesias cristianas y toda copia de la Biblia fueran quemadas, que todos los cristianos fueran privados de cargos públicos y derechos civiles; y finalmente, todos, sin excepción, debían hacer sacrificios a los dioses so pena de muerte.

Diocleciano
Diocleciano, de origen dálmata, después de una brillante carrera militar, fue aclamado emperador en el año 284. El cobro de impuestos fue confiado a una burocracia enorme que no se dejaba escapar nada, haciendo imposible evadir el fisco, que castigaba de manera deshumana a quien lo hacía y que costaba muchísimo al Estado. Los impuestos eran tan gravosos que quitaban las ganas de trabajar. El remedio imperial fue prohibir abandonar el puesto de trabajo, el pedazo de tierra que se cultivaba, el taller, el uniforme militar. « Bajo Diocleciano -escribe F. Oertel, profesor de historia antigua en la Universidad de Bonn- la feroz tentativa del Estado de exprimir la población hasta la última gota... se realizó un integral socialismo de Estado: terrorismo de funcionarios, fortísima limitación a la acción individual, progresiva interferencia estatal, gravosa tasación».

Diocleciano, sin embargo, sostuvo durante veinte años los anteriores edictos de tolerancia. Su esposa e hija eran cristianas, así como la mayor parte de sus oficiales y eunucos de la corte. Pero fue persuadido por dos de sus corregentes –especialmente Galerio- para que se volviera contra los cristianos. Cuatro edictos fueron promulgados en 303 y 304. Un quinto edicto fue emitido por el corregente Galerio en 308, ordenando a todos los hombres, con sus esposas, hijos y siervos, que ofrecieran sacrificio a los dioses y que todas las provisiones en los mercados debían ser rociadas con vino del sacrificio. La suya fue la última persecución en el Imperio y la más cruel, llevada a cabo a lo largo y a lo ancho de todo el Imperio romano. Edward Gibbon (Decadencia y Caída del Imperio Romano, cap XVI, parte VIII) calcula unos 2.000 mártires cristianos durante la Gran Persecución con Diocleciano (303-313 dC), y estima un total de 4.000 en esos 4 siglos desde Nerón. Otros historiadores dan cifras más amplias.

En 311 Galerio se reconoció derrotado al tratar de llevar a los cristianos de vuelta a las religiones paganas. Seis días antes de morir de cáncer de garganta, decretó detener la persecución y les concedió permiso para reunirse, siempre que no alteraran el orden público. Hasta les pidió que oraran a su Dios por el bienestar del Estado.

En 313, Constantino se hizo emperador de Occidente, tras derrotar a Majencio, yerno de Galerio, y publicó el Edicto de Milán, un edicto de tolerancia hacia los cristianos, repitiendo el de Galerio, intentando –para su propio beneficio político- pasar a una neutralidad amistosa hacia los cristianos. En 324, se convirtió en emperador de todo el mundo romano tras derrotar a su cuñado Licinio, el emperador de Oriente.

San Ambrosio de Milán bendice a Teodosio
El 27 de febrero del 380, el emperador Teodosio, en connivencia con el papa san Dámaso (ambos hispanos), fue autor del cambio legislativo revolucionario con el que el cristianismo pasará a ser la religión oficial del Imperio. Las demás religiones no serán toleradas y sufrirán persecución para su aniquilamiento. El edicto, fechado en Tesalónica el tercer día de las kalendas de marzo, llama “dementes y locos” a todos aquellos que no creen en el dios cristiano, prohíbe toda discrepancia con los dogmas de la Iglesia y hace saber que primero les caerá la venganza divina por su herejía y luego la suya “que adoptaremos siguiendo la voluntad divina”.

Esa metedura de pata notoria y escandalizante, será tratada en el Concilio Vaticano II y el papa Pablo VI, decretando que había terminado una etapa de la historia. Aunque al cabo de 50 años de la clausura del Concilio, hay jerarcas que no quieren obedecer y siguen empecinados en vivir de espaldas al Evangelio.

Con anterioridad a Diocleciano, Valeriano (+260 con 60 años), emperador de Oriente desde 253 pues había dejado a su hijo Galieno el mando de las provincias occidentales, se había originado una dura y cruenta persecución de los cristianos por motivos crematísticos. Ante la precaria situación de su Imperio, el consejero imperial (más tarde, usurpador) Macriano indujo a Valeriano a intentar taponarla secuestrando los bienes de los cristianos acaudalados. Fue un robo encubierto por motivos ideológicos, que terminó con el trágico fin de Valeriano pues en el 259, con todo su ejército, cayó prisionero de los persas y fue obligado a una vida de esclavo, que lo llevó a la muerte.
Los cuarenta años de paz que siguieron, favorecieron el desarrollo interno y externo de la Iglesia. Varios cristianos subieron a altos cargos del Estado y se mostraron hombres capaces y honestos.

Desde sus inicios, el cristianismo parecía una secta extraña y nueva que comenzó a extenderse a por todos los pueblos y fronteras geográficas, una nueva religión de "bichos raros" pues no participaban en los rituales paganos sino tendían a mantenerse aparte; eran tachados de antisociales. Cuando la policía imperial se interesó por ellos, se volvieron más reservados, lo que añadió leña al fuego. Se les asoció con los collegia -clubes o sociedades secretas-, y los líderes desconfiaban de estos grupos por la amenaza de sedición.

Para el populacho general, dice F. F. Bruce, "tal caterva de miserables era claramente digna del exterminio, y toda medida de represión tomada contra ellos por la autoridad podía estar segura de contar con la aprobación popular". Hoy como ayer.

Con relación a lo que hacían en sus propias prácticas religiosas, las referencias a comer el cuerpo y la sangre de Jesús, así como el acostumbrado saludo con un beso, atrajo acusaciones de canibalismo e incesto.

Tertuliano, escribiendo en 196, dice: "Los cristianos tienen la culpa de todo desastre público y toda desgracia que sobreviene al pueblo. Si el Tíber sube hasta los muros, si el Nilo no sube e inunda los campos, si el cielo retiene la lluvia, si hay un terremoto o hambre o plaga, enseguida surge el clamor: '¡Los cristianos a los leones!'”. Siglos más tarde se les atribuirá, por ejemplo, a los jesuitas ser los que envenenaban las aguas. Hoy como ayer.

El historiador Tácito habla de los cristianos como una "clase odiada por sus abominaciones" que sostenían una "superstición mortífera". Un dibujo encontrado en Roma de un hombre con una cabeza de asno colgado de una cruz da una idea de lo que pensaban los paganos de las creencias cristianas. Unos siglos después reaparecerá el dibujo para atacar a los templarios. Hoy como ayer.

En la otra cara de la moneda, que siempre se suele silenciar y se demoniza a quien hable de ello, la reacción de los cristianos no siempre fue ejemplar y tal como Cristo nos enseñó y nos pidió.

Matanza de cristianos en Nigeria
En el primer siglo, mientras eran perseguidos, los cristianos permanecían callados y se expandían a pesar de su ilegalidad oponiendo amor y martirio a las acusaciones más infamantes. Lograron “conquistar” hombres y mujeres en todos los pueblos del Imperio y fuera de él, de todas las clases sociales, de todos los ámbitos humanos: la milicia, la política, el comercio, etc. Aquel puñado de discípulos judíos podían ser al final del siglo III un millón de creyentes en Cristo; una multitud conseguida sin usar siquiera una navaja y a pesar de haberles echado el ejército encima.

Constantino gobernó con su autoritarismo ingenuo resolviendo lo eclesiástico como si fueran cosas de Estado mientras los jerarcas callaban, lo toleraban, ninguno reivindicó la libertad religiosa y la verdadera laicidad (y no digamos luego con Teodosio).

Supuesta victoria de los cristianos ante los del Islam
en la batalla de Clavijo. Y se atribuye sin pestañear a la presencia
del apóstol Santiago montando un caballo blanco.
Inmediatamente después del decreto de tolerancia, muchos cristianos cayeron en la tentación –como Pedro con la espada en el cenáculo- de usar la violencia (la espada) para arrasar el paganismo. La caza de brujas era asunto de Estado y ya el concilio de Elvira (306) quiso atenuar la severidad estatal. El papa Nicolás I (+866) prohibió la tortura contra los hechiceros. Todavía Gregorio VII en 1080 escribió al rey Harold de Dinamarca prohibiendo que las brujas fueran sentenciadas a muerte.

Se pueden recoger una por una las persecuciones de los cristianos a los paganos, siglo tras siglo, y la cifra total de asesinados/as puede ser tan discutible como los/as mártires cristianos.

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