martes, 19 de enero de 2016

EL ECUMENISMO, UN IMPERATIVO

En la semana de oración por la unidad de los cristianos



Cada año, del 18 al 25 de enero que es la fiesta de la conversión de Saulo –cuando pasó a ser san Pablo-, se puede vivir la devoción universal del octavario de oración por la unidad de los cristianos. Esto en el hemisferio norte pues en el sur suelen celebrarlo en torno a Pentecostés desde la propuesta en 1908 del reverendo Paul Watson.


Rvdo James Haldane Stewart
Ya en 1740 los recién nacidos pentecostales propusieron esta iniciativa para rezar por todas las iglesias y con ellas. En 1820 el reverendo James Haldane Stewart publicó «Consejos para la unión general de los cristianos con vistas a una efusión del Espíritu». En 1894 León XIII animó a vivir el octavario en el contexto de Pentecostés. En 1966 La Comisión «Fe y Constitución» del Consejo Mundial de las Iglesias y el Secretariado para la Unidad de los Cristianos (actualmente Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos) de la Iglesia católica decidieron preparar un texto para la Semana de oración de cada año.

Rezar por la unidad de los cristianos que estamos tan divididos como los del Islam, pues no solo hay chiís y sufíes que hoy se arrean de lo lindo. ¡Cuánta falta hace! También dentro de la misma Iglesia que se define católica pues las peleas, los celos, las envidias, etc., son el pan nuestro de cada día. Y no solo se atenta a la unidad cuando, como en la Edad Media, los dominicos y los franciscanos discutían sobre la doctrina de la gracia divina y la libertad humana llegando (según cuentan los historiadores) a las manos: los dominicos estiraban las barbas de los franciscanos. Y entonces el papa de turno se limitó a prohibirles que volvieran otra vez a “dialogar” sobre el tema.

Ya desde el principio del cristianismo, como se lee en los Hechos de los apóstoles, aparecen las divisiones que no dejarán de florecer en cada generación. Pablo de Tarso las pasó canutas pues los de Santiago (el menor, el obispo de Jerusalén, el primo del Señor), le estuvieron persiguiendo, tramando, por todas las ciudades que fue pasando. A parte de los judaizantes de Santiago ya aparecieron entonces las sectas de los ebionitas y los encratitas. Nada nuevo bajo el sol, diría alguno.

Pero al dividirse el Imperio romano en dos, el de Oriente con capital en Constantinopla y el de Occidente con capital en Roma, la división es ya incluso institucional; es un hecho que se van enturbiando los ánimos tanto que, al comenzar el segundo milenio, en la década de los 50 del año mil, la rotura se consuma y dura hasta hoy.


Unos siglos después, a mitad del segundo milenio, con la Reforma de Lutero en el siglo XVI, también se rompe el cristianismo. Anteriormente fue una división vertical que separaba este de oeste; ahora es horizontal y separa los del norte de los del sur.

Cuando unos y otros empiezan a secundar las mociones del Espíritu Santo a finales del siglo XIX, es cuando aparece en el mundo cristiano no católico la iniciativa de buscar la unidad pues lo contrario escandaliza también a los paganos, como atestiguan los misioneros cristianos de aquella hora histórica.

Pero la actitud oficial de Roma es pobretona y nada evangélica pues el buen pastor ha de salir en busca de la oveja perdida y, en cambio, la jerarquía de entonces tenía decidido quedarse sentada en casa diciendo: ¡si quieren volver, que llamen al timbre!

El vuelco en la postura oficial del Vaticano se dio con san Juan XXIII –el papa bueno- que soñaba con la preocupación de Cristo, manifestada en la última cena, ut omnes unum sint, que todos sean uno (Jn 17, 21): ¡que estéis unidos!

A partir de entonces se empiezan a dar pasos tímidos y pequeños aunque, lógicamente, en estas cosas no hay que tener muchas prisas pues las heridas llevan muchos siglos de existencia para unos y para los otros y no se curan en dos días.

Pablo VI, aplicando las directrices ecuménicas del Concilio Vaticano II, logró entrevistarse dos veces (1964 y 1967) con el Patriarca Atenágoras de Jerusalén, porque para estar unidos hay que conocerse, y para conocerse, hay que tratarse. Fue la primera vez que el papa salía como buen pastor…

Juan Pablo II, en su Encíclica sobre el ecumenismo de mayo de 1995 escribió su mirada de fe ante el estado de esta cuestión dibujando sus luces y sus sombras tanto en la Iglesia Católica como en las iglesias o comunidades separadas. A lo largo de sus casi 27 años de pontificado, realizó más de 100 viajes apostólicos y siempre con ese toque ecuménico allí donde fuera posible.

De entre las luces, cabe recordar que la iglesia luterana de Finlandia en 1998 amplió a tres sus fiestas marianas en su reforma litúrgica. Ya se ve que no es la devoción mariana de los católicos romanos el obstáculo, como algunos piensan.

Juan Pablo II también impulsó los contactos entre el Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos y la Federación Luterana mundial que en otoño de 1999 concluyeron con una Declaración conjunta sobre la justificación, que es el tema que la teología considera clave en la doctrina de Lutero.

El papa Francisco no solo reza por ellos y con ellos
sino que vive los detalles humanos que haría Jesús
En el actual octavario, el papa Francisco, entre otros muchos actos ecuménicos que ha realizado en sus 3 años de pontificado, acaba de recibir a los luteranos de Finlandia el mismo día 18, el primero del octavario. En diciembre de 2014 había recibido a la Delegación luterana alemana y a la Comisión ecuménica de la Conferencia Episcopal alemana. En aquella ocasión dijo: «En el 2017 los cristianos luteranos y los católicos conmemoraremos conjuntamente el quinto centenario de la Reforma. En esta ocasión, luteranos y católicos tendrán la posibilidad por primera vez de compartir la misma celebración ecuménica en todo el mundo, no en la forma de una celebración triunfalista, sino como profesión de nuestra fe común en Dios Uno y Trino».

            En el pasado noviembre de 2015, visitó la comunidad luterana en Roma y recordó entonces (como decía muchas veces san Juan Pablo II) que la división es un escándalo y las dos iglesias deben pedir perdón.

En el encuentro de ayer, 18 de enero, primer día del octavario, ha animado a superar reticencias y viejos prejuicios, repitiendo también palabras de san Juan Pablo II. Añadió que las discrepancias no deben descorazonar a nadie e hizo una referencia a la declaración conjunta de 1999 sobre la justificación.

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