miércoles, 5 de agosto de 2015

ANTE EL SÍNODO DE OCTUBRE SOBRE LA FAMILIA (1)

¿Familia sí; familia no?
La visión cristiana
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No me tiene sin cuidado la realidad del próximo Sínodo ordinario de los obispos sobre la familia, que será después del anterior Sínodo extraordinario tenido en el otoño del año pasado, y con el apasionado (y visceral en muchos casos) debate surgido por los que están a favor de mejoras y los inmovilistas (de siempre). 

Reanudando sus catequesis de los miércoles al empezar agosto, el papa Francisco ha vuelto (otra vez), hoy 5 de agosto, ha enseñar la actitud verdaderamente cristiana con todos los hombres, también con los errados o heridos o fracasados. A los divorciados y vueltos a casar (por lo civil, claro) no se les puede tratar como excomulgados porque no lo están.


¿Familia sí; familia no?

Es obvio que la familia existe desde que el hombre es hombre sobre la tierra y ha permanecido, de una manera u otra, a lo largo de los miles de siglos de su existencia y a lo largo de los miles de km de distancia de unas civilizaciones a otras.

En los tiempos que nos ha tocado vivir en este planeta hemos recibido una cultura concreta, basada en las ideas surgidas en Europa, en Occidente, tras la revolución francesa. 


Se han acuñado dos mentalidades. Una entiende la sociedad desde el fundamento del colectivismo comunista que ve el Estado como una super-estructura de las familias, y no cabe otra alternativa que la de destruir la familia, tachada de “familia burguesa”, por ser anti-social. La sociedad individualista capitalista, por el contrario, entiende el Estado como conjunto de individuos y por tanto -en esto coinciden- hay que destruir la familia.

La destrucción de la familia puede que pueda venir solamente desde dentro y no desde fuera. Las puertas del infierno no podrán contra ella decía Jesús sin limitarse a un aspecto parcial de la realidad por Él creada. No hay que temer a los enemigos de fuera por grande que sea su poder.
El papa Francisco en el n 167 de su encíclica "Alabado sea" (Laudato Si), cita la "Cumbre de la Tierra" tenida en 1992 en Río de Janeiro. El informe del Secretario General de aquel entonces decía que se ha de crear “un estilo de vida moralmente responsable y sustentable”. Se enunciaron los fundamentos de las “obligaciones” de la nueva civilización a construir en el tercer milenio.

En los planes de la ONU para la “aldea global” en el tercer milenio, que ya no debe tener raíces cristianas, estuvo redactar la Carta de la Tierra o Carta para la Democracia Global, un manifiesto pagano y panteísta que intenta controlar férreamente la población mundial. Los tres folios del borrador se discutieron a puerta cerrada, negándose la entrada a la prensa y a los grupos que pudieran ser oposición.
El texto contenía 18 mandamientos que pretendían sustituir a los Diez Mandamientos de la Ley de Dios. Es el llamado Decálogo de la Nueva Era que, a más tardar en el 2000, querían que fuese el código universal de conducta. No se sabe por qué pero la reunión en ese año para su aprobación, acabó sin acuerdo final y se propuso ser pospuesta a una próxima.

El "Consejo de la Tierra" elaboró la "Carta de la Tierra" en cuya conclusión advertía: “Aunque el Vaticano ha sido derrotado en las recientes conferencias mundiales, la influencia de la Iglesia católica sobre los políticos que hacen las leyes no ha desaparecido en los niveles internacionales”.

El “Consejo de la Tierra”, una ONG de tinte ecologista, tenía como principal impulsor al ex-presidente de URSS Mijail Gorbachov, fundador de una organización ecologista “Cruz Verde Internacional”. Además estaban las fundaciones Ford, Mellon y Pew; los grupos Carnegie Endowment for International Peace y World Goodwill, la cara pública de Lucis Trust, una organización teosófica fundada en 1933 por Alice y Foster Bailey. También contaba con el apoyo de Maurice Strong, ex-Secretario General de las dos últimas conferencias de la ONU sobre el Medio Ambiente Global.

Mary Ann Glendon, en su día profesora de Derecho en Harvard, miembro del Comité del Gran Jubileo del año 2000 y, en aquel entonces, presidenta de la delegación de la Santa Sede en la conferencia de Pekín, declaró que existe “una lucha contra la familia, por parte de (...) una élite mundial emergente, interconectada de distintas maneras, que acumula dinero y poder; mientras más de la mitad de la población mundial queda excluida”.

Y añadía: “en los años transcurridos entre 1948 y 1995, presenciamos un intento creciente de varios movimientos por considerar a la familia y la religión como obstáculos para el desarrollo de los derechos humanos. Desde finales de 1995, parece que los principios favorables a la familia de la Declaración Universal corren el grave peligro de verse suprimidos”.

La visión cristiana

Algunos sospechan de la ortodoxia del papa Francisco y sus secuaces y osan decir que quiere cambiar la fe de la Iglesia. Este papa argentino no inventa nada nuevo y, como los anteriores, simplemente quiere ayudar a que sean vividas las indicaciones que el Espíritu Santo dio a la Iglesia del tercer milenio con el Concilio Vaticano II.


Ya Juan Pablo II señalaba: “La época actual junto a muchas luces presenta igualmente no pocas sombras. ¿Cómo callar, por ejemplo, ante … la extendida pérdida del sentido trascendente de la existencia humana y el extravío en el campo ético, incluso en los valores fundamentales del respeto a la vida y a la familia (...) Será oportuno afrontar la vasta problemática de la crisis de civilización que se ha ido manifestando sobre todo en el Occidente tecnológicamente más desarrollado, pero interiormente empobrecido por el olvido y la marginación de Dios” (Tertio millennio adveniente, 36 y 52).


Algunos pensadores occidentales actuales dicen que la familia contemporánea se ha encogido, replegada sobre la pareja. Habiendo dejado de ser un lugar de producción, ya no es más que un motivo para el consumo. La familia ya no asegura las funciones de asistencia de la que en otros tiempos se encargaba. Las funciones que conserva como la socialización de los hijos, son compartidas con otras instituciones. En esta representación, la célula familiar parece débil.

Matrimonio y familia no son una construcción sociológica casual, fruto de situaciones particulares históricas y económicas” -recordaba el papa Ratzinger en junio de 2005, recién estrenado su pontificado-, el matrimonio, como institución, no es por tanto una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, una imposición desde el exterior en la realidad más privada de la vida; es por el contrario una exigencia intrínseca del pacto de amor conyugal y de la profundidad de la persona humana 
(…) La gracia de Cristo no se superpone desde fuera a la naturaleza del hombre, no la violenta, sino que la libera y la restaura, al elevarla más allá de sus propias fronteras”. Benedicto XVI, con este discurso, recordaba la doctrina recogida en Familiaris consorcio por su antecesor Juan Pablo II.


El domingo 27-XII-2009, fiesta de la sagrada Familia, Benedicto XVI recordaba que “Los primeros testigos del nacimiento de Cristo, los pastores, se encontraron… ante una pequeña familia: la mamá, el papá y el hijo recién nacido. ¡Dios quiso revelarse naciendo en una familia humana, y por este motivo la familia humana se ha convertido en imagen de Dios! (...) La familia humana, en cierto sentido, es imagen de la Trinidad por el amor interpersonal y por la fecundidad del amor".


Y en otra ocasión dijo: "uno de los mayores servicios que los cristianos podemos prestar a nuestros semejantes es ofrecerles nuestro testimonio sereno y firme de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, salvaguardándola y promoviéndola, pues ella es de suma importancia para el presente y el futuro de la humanidad”. 

No hacía otra cosa que repetir lo de Juan Pablo II de que se trata de que los cónyuges cristianos sepan dar testimonio de que es posible (no obligatorio ni imponible) vivir tal como Dios quiere. En esa misma línea está encuadrado el actual pontificado argentino.

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